Por Verónica Díaz Rodríguez
No es casualidad que el amor sea hoy materia de estudio científico. “En una sociedad fundamentada emocionalmente en promesas románticas, es indispensable explicar el amor, cómo funciona, cómo nos afecta, cuánto dura”, explica Georgina Montemayor Flores, doctora en anatomía y neurociencia de la Facultad de Medicina de la UNAM. De entrada, pide que no nos engañemos: al cerebro sólo le interesa reproducirse. “Científicamente, para eso que se llama amor, el cerebro tiene tres programas, todos enfocados en un objetivo: el apareamiento”.
En cada uno de estos programas se liberan sustancias que activan diferentes zonas del cuerpo y el cerebro. Helos aquí.
El compulsivo deseo sexual
Es el más sencillo y barato: sólo requiere de la liberación de una hormona: testosterona. La parte del cerebro que se activa es el centro compulsivo, el mismo que responde a la satisfacción al alimentarse. Montemayor Flores anota aquí otro desengaño: “No existen los alimentos afrodisiacos. Los alimentos que supuestamente te predisponen para el deseo sexual son más fantasía que realidad”.
La locura romántica
El amor romántico “es un estado de locura temporal”, describe Montemayor. Es un programa muy caro para el cuerpo. Lo primero que se libera es noreprimefrina, la cual actúa sobre el corazón para aumentar la frecuencia cardiaca (o lo que es lo mismo: sentir maripositas en el estómago), luego se necesita oxitocina y vasoprecina para desarrollar apego (y por eso se dice: “No puedo dejar de pensar en ti”), se agrega feniletilamina para estimular lo centros de placer del cerebro, y al final la más importante, la dopamina, la hormona que activa el sistema de recompensas del cerebro (es decir: las ganas de regalar flores para obtener placer).
Este programa es el único en el que sí hay un alimento del amor: el chocolate, que contiene feniletilamina. “Pero el buen chocolate”, aclara Montemayor. Dura entre 18 meses y cuatro años. “No puede ser eterno, porque estas hormonas que se liberan obviamente llegan a unos receptores. Los receptores son limitados y una vez llenos, se acaba el amor”.
Sobre todo, hace hincapié en la dopamina: “Es una hormona que se libera mientras haya algo que aprender. Por eso el enamorado quiere saberlo todo de la otra persona y así obtener su recompensa de placer. Una vez que lo sabe, ya no hay recompensa y, por tanto, no hay forma de que se libere más dopamina”.
La neta del sentimiento
El amor verdadero es, por ejemplo, el que hay entre la madre y el hijo. Es culpa de la oxitocina, la hormona del apego emocional. Es la misma que las embarazadas liberan en el momento del parto para dilatar el cuello uterino. La madre libera tanta oxitocina que de inmediato desarrolla un gran apego por su hijo. “Se requiere tanta energía que se vuelve un proceso complejo y por eso científicamente se dice que no todos estamos llamados al amor verdadero”, comenta la especialista.
Cómo alargar… el amor
Neurólogos y psicólogos proponen métodos para prolongar el amor más allá de los cuatro años. “Viajar de mochilazo o hacer deportes extremos con tu pareja hace que liberen noreprimefrina y dopamina. O pueden tomarse un tiempo para verse a los ojos y tomarse las manos, que son actividades que liberan oxitocina”.
El objetivo es engañar al cerebro, el cual “no distingue la realidad de la fantasía. Si lo convencemos de que algo es cierto, entonces el cerebro lo creerá. Eso incluye al amor. Así que debe relacionar el amor con el coctel de hormonas que se liberan durante estas actividades de pareja”, aconseja Montemayor.
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