Con unos pocos días de diplomacia sorpresiva, Vladimir Putin ha revivido recuerdos de una época que muchos consideraban desaparecida, cuando Washington y Moscú batallaban por la influencia mientras los demás países se limitaban a observar.
Independientemente de lo que suceda con su propuesta de que Siria entregue su arsenal químico, Rusia, al menos por ahora, ha resurgido como un participante clave en el Medio Oriente. Y además se le considera una potencia que no abandona a sus aliados.
Eso es muy importante en una región donde el repentino abandono de Estados Unidos del derrocado líder egipcio Hosni Mubarak hace dos años fue un momento crucial, que hizo que muchos autócratas prestaran atención a la a veces efímera naturaleza del apoyo estadounidense.
En contraste, Putin ha enfrentado todo tipo de presiones al mantenerse junto a su aliado sirio, alegando en público que no hay suficientes pruebas de que Damasco usó armas químicas el 21 de agosto, e incluso dejó entrever la posibilidad de que de alguna manera ayudaría a Assad en caso de una acción militar.
Lo que suceda a final de cuentas —en percepciones y hechos en el terreno— también resonará en Irán, cuyos líderes observan la inminencia de otro posible enfrentamiento, en este caso sobre su programa nuclear.
“El mensaje enviado a Siria se leerá cuidadosamente en Irán”, dijo el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, que ha presionado al mundo para que obligue a Irán a abandonar sus programas de fabricar un arma nuclear, meta que Teherán niega.
Pero las complicaciones bien pueden descarrilar un posible desarme químico de Siria. Ante la falta de confianza, la verificación será un tema que pudiera prolongarse mucho, y algunos dudan de que Siria sea completamente transparente al respecto. La seguridad de los inspectores también puede ser un problema, puesto que se cree que el arsenal químico sirio está diseminado en todo un país imprevisible y que es escenario de una violenta zona de guerra.
Pero algo impresionante ha sucedido ya: la interrupción, al menos por el momento, de lo que parecía una marcha segura hacia una ofensiva militar estadounidense que la opinión pública nacional y mundial rechaza y que pudiera haber infringido las leyes internacionales.
Incluso el gobierno del presidente Barack Obama pareció incómodo ante el confuso escenario en que algunos funcionarios alegaron que un ataque era esencial, pero también explicaron que no debía alterar el curso de la guerra civil siria, lo que relevó el escaso deseo de escoger entre un dictador desacreditado y un movimiento rebelde cada vez más dominado por elementos yihadistas que odian a Occidente.
El hecho de que la marcha atrás, para salvar la honra, pudiera haber sido orquestada por Kremlin, agrega un elemento de ironía a algo que es, por lo menos, una victoria táctica en la diplomacia estratégica global. Un líder ruso considerado un hombre práctico y de corazón duro, que actúa según sus intereses y ocasionalmente es brutal, pudiera encontrar nuevas asociaciones con soluciones pacíficas y una gran destreza en materia de realismo político.
“Putin pareció salvar a Obama de un potencial fiasco dentro de Estados Unidos”, dijo Leon Aron, el principal expertos en asuntos rusos del American Enterprise Institute, un instituto de estudios de Washington. “Es una enorme victoria geoestratégica para Putin. … Rusia está ahora en pie de igualdad (con Estados Unidos) como potencia en el Medio Oriente”.
Putin fue el anfitrión de la cumbre del G-20 la semana pasada, reunión que puso a prueba las relaciones entre Moscú y Washington y donde se dispararon las tensiones sobre asuntos de relaciones internacionales. Sin embargo, antes de comenzar la cita, Putin ofreció una evaluación optimista de su relación con Obama.
“Trabajamos juntos, discutimos sobre algunos temas. A veces alguno de los dos se molesta. Pero me gustaría repetir una vez más que los intereses globales mutuos son una buena base para encontrar soluciones conjuntas a nuestros problemas”, dijo Putin en una entrevista con The Associated Press.
La propuesta rusa sobre Siria sería un regreso para un país que quedó eclipsado gradualmente en la región después de la guerra en el Medio Oriente en 1973, cuando el entonces presidente egipcio Anuar Sadat expulsó a los asesores rusos e hizo la paz con Israel, para entonces sellar una alianza estratégica con Washington.
Rusia tiene intereses tanto políticos como estratégicos en la región. Moscú ha tratado desde hace mucho de colocarse como una fuerza en la solución de la disputa entre Israel y los palestinos, y ha pedido, repetida e infructuosamente, una conferencia de paz sobre el Medio Oriente.
También tiene un fuerte interés en solucionar el conflicto sobre el programa nuclear de Irán, un tema complejo: aunque Rusia aparentemente opina que el programa nuclear de Irán sería una fuerza desestabilizadora en la región, también le interesa participar en más transacciones en materia atómica con ese país, y en la región en general.
Georgui Mirsky, el principal experto en el Medio Oriente del Instituto Mundial de Economía y Relaciones Internacionales, un grupo de estudios políticos con sede en Moscú, dijo en un blog que la iniciativa sobre las armas químicas en Siria “puede considerarse casi el único paso realmente inteligente y útil de la diplomacia rusa” en la guerra en Siria.
Algunos dicen que Putin sencillamente aprovechó la oportunidad que ofrecían unas circunstancias ideales que serían difíciles de repetir: Rusia es el principal aliado de Assad, además de Irán, lo que ofrece influencia al presidente ruso; y Moscú tiene una base naval en el puerto sirio de Tartús, un posible centro de almacenamiento de armas químicas.
“Siria es realmente el único país en la región donde Rusia puede jugar este papel”, dijo Eugene Rogan, experto del Centro sobre el Medio Oriente del St. Antony’s College en la Universidad de Oxford.
Un resultado inesperado pudiera ser lo que Rogan calificó de “un poco de distensión entre Putin y Obama”, lo cual sugiere que el mandatario estadounidense, lejos de rechazar la interferencia, pudiera mostrarse discretamente agradecido de una asistencia valiosa.
Siria también tiene razones para mostrarse flexible: Assad no tiene una opción justificada para usar armas químicas en el futuro cercano. Y al ceder su control —o participar en un proceso prolongado dirigido a conseguir este fin— pudiera conseguir la oportunidad de salvar el pellejo.
Por otra parte, Irán observa la situación con cuidado y sus líderes tienen que evaluar la credibilidad de la amenaza estadounidense de usar cualquier medio a su alcance, incluida la fuerza, para evitar que el país fabrique un arma atómica.
En Israel ha habido mucha preocupación esta semana sobre las conclusiones a las que llegarían los mulás iraníes.
“A partir de los titubeos y debilidades de Obama se pueden aprender varias lecciones”, dijo Danny Gillerman, ex embajador de Israel ante la ONU. “Es un mensaje a Irán y a Corea del Norte de que los aliados de Estados Unidos no pueden confiar en Washington y que sus enemigos pueden hacer lo que quieran… Creo que, particularmente en lo referente a Irán, es un mensaje muy fuerte”.
Gillerman dijo que Obama “ha conseguido devolvernos a un mundo bipolar”.
Muchos quizás no concuerden. El despegue como potencia de China, India, Brasil y Sudáfrica, el vacilante pero sostenido esfuerzo de Europa hacia a la integración y el caos de la globalización, todo parece llevar al surgimiento de un mundo multipolar en el siglo XXI.
Pero al menos durante esta semana, una generación que no conoció la Crisis de Octubre en Cuba, o el Muro de Berlín, observó a la Casa Blanca y al Kremlin, como en los viejos tiempos, trazar una línea en la arena.
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