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Crisis en Ucrania pone a prueba el liderato internacional de Obama

La crisis desencadenada por la intervención rusa en la península ucraniana de Crimea pone a prueba el liderazgo internacional del presidente de EU, Barack Obama, un poder muy cuestionado por los republicanos, que le acusan de haber debilitado al país y envalentonado a sus adversarios.

Mientras Obama estudia con sus aliados internacionales cómo responder al despliegue ruso en Ucrania, la oposición republicana ha salido en tromba a culparle de la crisis con el argumento de que su apuesta por la diplomacia y el multilateralismo han dejado un vacío de poder en el mundo que están aprovechando otros países como Rusia.

“Teníamos razón”. Esto es lo que hoy han reprochado a Obama todos los líderes republicanos que avisan desde hace años de que Rusia es el rival geopolítico más importante de Estados Unidos, y que incluso pronosticaron que podía darse una situación como la actual en Ucrania.

En 2008, cuando Rusia invadió Georgia, el entonces candidato a la presidencia por el Partido Republicano, John McCain, advirtió en un debate con su rival Obama: “Todo esto tiene mucho que ver con Ucrania, con Crimea, la base de la flota ruta en Sevastopol”.

En la siguiente campaña, la de 2012, el también republicano Mitt Romney fue todavía más allá al afirmar que Rusia era el mayor adversario geopolítico de Estados Unidos.

Obama negó la mayor con vehemencia en un debate presidencial y dio a entender que no tenía sentido seguir señalando a Rusia como el gran enemigo de Estados Unidos. “La guerra fría acabó hace veinte años”, le espetó entonces a su oponente para invalidar su tesis.

Otra de las líderes a las que la intervención rusa en Crimea ha dado la razón es Sarah Palin, excandidata republicana a la vicepresidencia que, pese a que ya no es la estrella mediática que fue, sigue siendo una de las voces ultraconservadoras que más eco tienen en Estados Unidos.

“Sí, yo pude ver esto desde Alaska -donde fue gobernadora-. Normalmente no soy de las que dicen ‘ya te lo dije’. Pero esta vez lo he hecho”, puede leerse en su perfil de Facebook, donde recuerda la cita que prueba que en 2008 ella predijo lo que ha acabado ocurriendo en Ucrania.

“Tras la invasión rusa en Georgia, la reacción del senador Obama fue de indecisión, el tipo de respuesta que sólo puede alentar a Rusia a invadir Ucrania”, dijo entonces, una declaración que le valió numerosas burlas.

La crisis con Rusia no sólo puede convertirse en un reto mayúsculo para los últimos años de Obama en la Casa Blanca, sino que, de prolongarse en el tiempo, podría afectar al futuro de la ex primera dama y ex secretaria de Estado Hillary Clinton como potencial candidata demócrata para las presidenciales de 2016.

El conflicto en Crimea ha resucitado unas imágenes históricas de 2009 en las que la entonces jefa de la diplomacia estadounidense entrega a su homólogo ruso un simbólico botón rojo de “reset” que pulsaron juntos, entre risas, para poner el contador a cero en las relaciones de ambos países y abrir una nueva era de colaboración y entendimiento.

Esto ocurrió bajo el mandato de otro presidente ruso, Dmitry Medvedev, más joven y de talante diferente al de Putin, que le reemplazó en 2012. Desde entonces la relación de los líderes de Estados Unidos y Rusia ha sido fría y ha estado plagada de desencuentros.

Antes de la crisis en Crimea, Obama trató de rebatir la idea extendida de que su relación con Putin es gélida y dijo en una entrevista televisiva que lo que ocurre es que a su homólogo ruso le gusta parecer “un tipo duro” pero que en realidad sus conversaciones están llenas de humor y sinceridad.

Esa dureza del presidente ruso frente a una supuesta debilidad de Obama es una de las razones que aducen los republicanos para explicar que Rusia persista en su despliegue militar pese a la repetida amenaza de futuras sanciones por parte de Estados Unidos.

“Obama no entiende a Putin. No entiende que es un antiguo espía del KGB que quiere restaurar el imperio soviético”, dijo el martes el ahora senador por Arizona John McCain.

El presidente estadounidense ha imprimido su aversión personal a la guerra en sus dos mandatos, a pesar de haber heredado las contiendas de Afganistán e Irak, lo que quedó patente tanto en su rechazó a una intervención militar en Siria como a la drástica e histórica reducción del gasto en el último presupuesto del Pentágono.

Consciente además de que la sociedad estadounidense está cansada de la guerra tras los trece bélicos años que han seguido a los atentados del 11 de septiembre, Obama fía a la diplomacia y a las sanciones su mediación en la crisis de Ucrania.

Al mismo tiempo, el presidente estadounidense deberá hacer equilibrios para no perder de vista que Rusia es un actor clave para lograr que Irán cumpla el pacto nuclear y que Siria complete la destrucción de su arsenal de este tipo de armas.

Cuando llegó a la Casa Blanca, Obama quiso dar un giro de 180 grados a la política exterior de su antecesor George W. Bush, del que heredó dos guerras (Afganistán e Irak) y apostó para ello por la diplomacia y el multilateralismo, una estrategia que incluso le valió el Premio Nobel de la Paz en 2009.

Pero cuando queda menos de un año para que pueda dar por cerrada la etapa “post-11S” -la que siguió a los atentados de 2001- con el fin de la guerra en Afganistán, la crisis en Ucrania pone a Obama frente a una prueba de autoridad internacional que, en función de cómo de lejos llegue el conflicto, podría convertirse en la mayor de su presidencia.

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