Los apodos forman parte de la idiosincracia mexicana. Aunque algunos son despectivos, detonan una afinidad con el otro. Hay cercanía entre quien lo dice y lo recibe; una comunión básica de “respeto”.
Por ello, como parte de esa mezcla de culturas (española e indígena), la muerte no se puede escapar del rito de nombrar y adjetivar, a través de un apodo, el momento final de la vida.
Tal es la cercanía que siente el mexicano, que hace de un estado físico una personalidad, con rostro y “alma”, con quien se puede convivir y hasta llegar a tutearla.
Aquí te dejamos el trabajo gráfico de Erik de Luna, en su trabajo “Lotería de los 50 nombres que los mexicanos le dan a la muerte”.
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