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Los mejores momentos del Papa Francisco a un año de su pontificado

El Papa Francisco cumple un año de pontificado marcado por las reformas en la Curia, la apertura de la Iglesia y por sus muestras de sencillez y cercanía a la gente, lo que le ha conferido un enorme carisma, como lo demuestran los cientos de miles de peregrinos que acuden a la plaza de San Pedro.

Bergoglio, de 77 años, un jesuita con corazón franciscano, nada más presentarse a los fieles dijo al mundo que quiere ser un Papa “al servicio de los demás”, que sueña con una Iglesia “pobre y para los pobres” y abierta al mundo, tanto, que animó a los religiosos a abrir los conventos vacíos para alojar a los refugiados.

Lo primero que hizo el Papa, elegido el 13 de marzo, fue desprenderse de oropeles. Calza zapatos negros y no los rojos papales y se aloja en la residencia Santa Marta, una dependencia del Vaticano, junto con obispos y sacerdotes y no en los fríos apartamentos del Palacio Apostólico.

La sencillez no está reñida para el papa argentino con el coraje a la hora de reformar la Curia “enferma”, según palabras de Benedicto XVI.

Si el Papa Francisco telefonea un día a su casa, desconfíe, pero no tanto. Bergoglio cumple hoy un año de su elección, un periodo en el que su voluntad de cercanía a las personas le ha llevado a protagonizar anécdotas con una naturalidad que aún sigue sorprendiendo.

“Recen por mi”, fue su primera frase en la presentación ante los fieles en la Plaza de San Pedro, que vieron a su nuevo líder vestido con una sotana blanca, sin las bellas casullas, mitras y zapatos rojos que usaba su predecesor, Benedicto XVI.

Zapatos negros, sotana blanca por la que se transparentan sus pantalones oscuros, “porque se niega a portar los blancos”, dijo a Efe un alto cargo de la Curia.

“Humildad” ha sido la palabra más repetida por los creyentes de todo el mundo para referirse al pontífice, que desde el primer momento declinó vivir en los lujosos apartamentos papales y eligió una sencilla habitación en la residencia Santa Marta del Vaticano, donde se codea con miembros de la Curia, con religiosos que se hospedan en ella y con las numerosas visitas que recibe.

Antes de trasladarse a su nueva estancia, Francisco se dirigió a los incrédulos administradores del hospedaje Casa Pablo VI, donde se había alojado durante el cónclave, para pagar “religiosamente” por la habitación que había ocupado, a pesar de que estos se negaban a cobrársela.

Pronto, durante sus primeros días como Papa, Bergoglio comenzó a destacar por la que ha sido una de sus aficiones fuera de protocolo más recurrentes: las llamadas telefónicas.

El portero de la sede en Roma de la Compañía de Jesús, a la que pertenece Francisco, fue el primero que escuchó su voz al otro lado del teléfono, preguntando si le podía poner en contacto con el superior general de la orden para agradecerle la carta que le había enviado el día anterior.

“Buenos días, soy el Papa Francisco, quisiera hablar con el Padre General”, dijo el argentino, a lo que el portero, según desvelaron más tarde los propios jesuitas, a punto estuvo de responderle: “¡y yo soy Napoleón!”.

Desde entonces también han recibido su llamada un quiosquero de Buenos Aires, a quien le pidió que no le guardase más el periódico, o un joven italiano de 19 años que le envió una carta a través de un cardenal.

En España, las Carmelitas de Lucena (Córdoba), por encontrarse rezando, a punto estuvieron de perder la llamada de Bergoglio para desearles una buena salida del año 2013.

“¿Qué andarán haciendo las monjas que no pueden atender?”, es el mensaje que dejó en el contestador el Papa, con quien sí pudieron hablar unas horas más tarde, según confirmó la madre superiora.

En el contacto más directo, Francisco aprovecha las audiencias generales de los miércoles para acercarse, de manera literal, a los miles de fieles que abarrotan la plaza de San Pedro en el Vaticano.

Durante su paseo entre las multitudes con el siempre descubierto papa móvil, el pontífice saluda y ofrece su mano a la gente, especialmente a niños, enfermos y personas con discapacidad.

La imagen del papa besando a un hombre aquejado de neurofibromatosis (enfermedad desfigurante de la piel) dio la vuelta al mundo, al igual que el momento en el que invitó a un joven con síndrome de Down a subir con él a su vehículo y completar el paseo por la plaza.

En otras ocasiones más distendidas, Bergoglio no ha dudado en intercambiar su solideo (casquete de seda que porta en la cabeza) con un grupo de peregrinos o con jóvenes sacerdotes, o en dejarse fotografiar con un papagayo o un corderito, que colocó en su espalda en un Belén viviente.

Francisco ni siquiera se ha resistido a las nuevas modas fotográficas, y buena prueba de ello es el autorretrato que se sacó el pasado agosto junto a un grupo de jóvenes peregrinos italianos que visitaban la basílica de San Pedro.

La imagen original, obtenida con un teléfono móvil, fue difundida por Twitter a través del periodista italiano Fabio M. Rogona, quien se la pidió prestada a su propietario.

Acto seguido, la instantánea comenzó a circular como la pólvora por la red social, generando todo un fenómeno viral.

“Épico”, “grande”, “increíble”, fueron las reacciones de muchos usuarios de estas plataformas para describir una imagen que, semanas después, llegó incluso hasta el propio pontífice.

Un papa, Francisco, del que algunos medios aseguran que sale por las noches vestido de común sacerdote para estar con los más pobres y hacer escapadas a “la periferia”, una palabra clave del hasta hace un año obispo de Buenos Aires.

La espontaneidad de Francisco, que trae de cabeza a los agentes de seguridad, quienes le recriminan que es indisciplinado, fue reconocida por él mismo el día en que recibió en audiencia a las selecciones italiana y argentina, cuando espetó: “¿Pero no os habéis dado cuenta de qué pueblo vengo?”. 

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