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El revendedor que fue secuestrado por deberle dinero a la barra de Chivas

La oportunidad hace al ladrón, pero no solamente a él. A los cinco que participan en esta historia, las opciones también se les fueron abriendo, sin haber planeado demasiado, como para probar que el azar funciona si uno se abandona a los acontecimientos. En este relato se los mencionará con un número, tal como fue contada la historia por ellos mismos.

Al revendedor lo habían contactado por medio de un tercero, pero no lo conocían directamente. Dos lo llamó interesado en las entradas que el revendedor conseguía para uno de los partidos que las Chivas de Guadalajara jugaría de visitante. Que cuántas quería, le preguntó aquel. «¿Cuántas consigues?», retrucó éste. «Hasta 700 boletos», respondió el revendedor.

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«Le aventamos todo el dinero. Eran 120 y tantos mil pesos. No teníamos contacto con él, sólo por teléfono y Facebook, pero hicimos el compromiso. Ese dinero se juntó de lo que la banda depositó por su boleto, pero a la mera hora sólo nos entregó la mitad de lo que se había hablado, aunque nosotros le habíamos entregado todo el dinero», relata Dos.

El revendedor desapareció. Dejó de contestar a las llamadas y mensajes.

«Fuimos a buscar a este güey porque la banda pensaba que nosotros ya nos habíamos gastado ese dinero. Hasta puse su foto en mi perfil de Facebook por si alguien lo reconocía», cuenta Dos.

Alguien lo reconoció finalmente, pero pasó un año y cuatro meses hasta que volvieron a encontrarlo. Para entonces sabían que el revendedor tenía antecedentes de haber hecho otro fraude parecido con los boletos del partido México – Honduras.

Dos es joven y ordenado. Sentado sobre su cama, hila el relato. A sus 21 años es responsable de una de las cuatro porras de las Chivas en la Ciudad de México, en las que se reúnen los fieles al equipo de Guadalajara: la Legión, la Irreverente, la Reja y la Insurgencia. Hay porras en otras zonas de la ciudad y también en el Estado de México. Las organizaciones de fanáticos de las Chivas en la capital ya existían en 1950.

Dos se mueve para conseguir los boletos para la gente, logra que las banderas entren al estadio en el que juegan, consigue las bombas de humo para detonar en el comienzo del partido y recibir al equipo.

También maneja un fondo colectivo «que sólo ocupa la porra» en caso de algún accidente, o de que haya algún detenido. Puede que se decida invertir en una murga —bombos y platillos para acompañar los cánticos de la barra—.

Un año y cuatro meses más tarde, relata Dos con exactitud, alguien vio al revendedor trabajando como guardia de seguridad en un centro comercial grande, en una tienda donde también se venden playeras de fútbol. Emocionado, pero también sorprendido, Dos comparte el dato con Uno, que es un dirigente local del club.

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