Sus ancestros los cánidos -lobos, zorros, chacales- tenían el instinto de rasgar a sus presas con su mordida, cuando en un momento de su evolución (hace ocho millones de años) tuvieron que empezar a cazar en manada para alimentarse de animales mucho más grandes que ellos.
La resultante evolución de sus mandíbulas gradualmente convirtió a algunas especies de cánidos en hipercarnívoros, que son los animales que se alimentan mayormente de carne fresca.
El doctor Joao Muñoz-Durán, profesor investigador del Departamento de Biología de la UNAL, presentó las conclusiones de su estudio en el Primer Congreso Conjunto de Biología Evolutiva en Ottawa, Canadá.
Muñoz-Durán y su equipo estudiaron la evolución de los cánidos para descifrar cuándo evolucionaron.
“Hace ocho millones de años, el ambiente estaba cambiando, las sabanas y praderas se estaban expandiendo en Norteamérica, Asia y Europa”, dice.
Como había ambientes más abiertos y sin bosques, explica el investigador, los ungulados (mamíferos con casco y pezuña, como los caballos o cabras) tuvieron que responder de alguna forma al cambio de dieta: para comer gramíneas, necesitaban dientes y estómagos más grandes, por lo que crecieron de tamaño y comenzaron a vivir en grupos para detectar más rápido a los depredadores.
“Mientras tanto, ¿qué hicieron los cánidos? Ya no eran capaces de cazar estas presas en solitario por lo que también decidieron unirse y formar grupos grandes para idear estrategias que les permitieran cazar ungulados de manera colectiva”.
Como se trataba de animales muy pesados y fuertes, al morderlos había un forcejeo -la presa trataba de escapar- que impuso un montón de estrés mecánico sobre el cráneo, las mandíbulas y la morfología general de los cánidos.
“Necesitaban dientes punteagudos para poder perforar y sostener la presa”, explica Muñoz-Durán, quien también es Ph.D. de la Universidad de California. “Con el tiempo, después de muchas generaciones de intentar cazar de manera más efectiva, se generó una presión de selección natural”.
GUSTO POR EL HUESO
Sin embargo, eso no ocurrió en todas las especies de cánidos.
“Sucedió con el ancestro del lobo gris (el perro común es descendiente de este lobo), del perro silvestre africano conocido como el lobo africano, del lobo de la India y de un perrito sudamericano que se llama perro del bosque”, dice el científico.
“Como ha habido un proceso de domesticación y se han generado muchas razas, hay algunas que aunque les encante jugar pretendiendo que están cazando, no tienen la misma fuerza de un lobo gris. Pero hay muchas que sí se parecen a su ancestro: el pastor alemán, el pastor belga, el siberiano. Todos esos perros todavía retienen la capacidad”.
Entonces, a pesar de que no estén en un contexto en el que necesitan cazar grandes presas para sobrevivir porque tienen comida concentrada muy fácil de masticar y digerir, heredaron genéticamente el gusto de morder huesos -sintéticos o de verdad- una y otra vez.
“En sus genes hay algo que les dice que hay que correr detrás de una presa, que hay que sacudirla. Y eso es lo que hacen cuando juegan”, concluye.