“Las condiciones ahora son peores que las que vivimos entre 1962 y 1973. Hay más condiciones para alzamientos sociales, que de alguna manera se están expresando como movimientos, pero que no tienen una interconexión orgánica”, dice uno de los líderes de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Me cita en un departamento ubicado a menos de tres kilómetros de Palacio Nacional y a unos 20 del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), el órgano de inteligencia del Estado mexicano.
“Estamos ante el gran riesgo de que el Estado utilice esta situación para la poda, para purgar una generación. Ya vimos que no les merece ningún respeto. Mira lo que pasó en San Fernando”, advierte este hombre de unos 70 años, de mirada franca y con un cigarrillo eterno entre los labios.
Aunque para él, un sobreviviente de la guerra sucia, lo verdaderamente preocupante es que la gente es indiferente, mientras el Estado policiaco avanza a una velocidad nunca antes vista.
El Master pone como ejemplo los hechos del 26 de septiembre en Iguala, que culminan con la desaparición de 43 normalistas y una “verdad histórica” que se derrumba 11 meses después.
“Guerrero es el ejemplo más elocuente de que el Estado no le perdona a esa región la capacidad de autodefensa y resistencia. Ha sido un gran escenario de resistencia indígena-campesina y reivindicativo desde la Independencia. Ves lo que pasó en Iguala, bueno entre Iguala, Cocula, Tixtla y Ayotzinapa está la mina de oro más importante, que es concesión canadiense. Eso no lo dicen; dicen que es la ruta del opio, de la amapola. Ahora ya aparecieron el quinto autobús y ya van por el sexto”.
Ese fue el crimen de los 43 normalistas, pertenecer a una normal rural que es una alternativa en lenguas originarias y foco de otros movimientos, como el Partido de los Pobres, de Lucio Cabañas.
Aprender la lengua del chabochi
El Master es un rarámuri que llegó a la Ciudad de México a los 12 años, en 1959. Entonces conocía menos de 20 palabras en español.
“Mi abuela me dijo que había que venir y aprender del chabochi, del blanco sinvergüenza. Uno tenía que ir a estudiar su lengua para comprender por qué nos trataban así”.
Él aprendió mucho más que la lengua del criollo, sobre todo por una extraña facilidad para las matemáticas que lo hizo destacar. También le ayudó una lección de su abuela: no comas nada por lo que no hayas trabajado.
Para ganarse el pan tocaba puertas de la colonia Romita y ofrecía su mano de obra. La fortuna permitió que tocara la puerta de familias bien, pero con conciencia social.
“Yo pasaba y preguntaba si querían que cortara el pasto o arreglara una teja. Para mi alegría conocí gente muy chingona, como Gilberto Rincón Gallardo. También a César Buenrostro, que fue secretario particular de Lázaro Cárdenas. Me tocó conocerlos porque era un muchacho inquieto, por la enseñanza de mi abuela. No pedía corima, ayuda. Los rarámuris no pedimos limosna. Tengo muy claro que el ser humano pierde su dignidad cuando se vence y pide caridad”.
“Ahí empecé a ver que ellos hablaban que había que defender al que mató a Trotski. Qué buen hombre es éste, porque va a defender a alguien a quien nadie quiere defender y además en un lugar de darme un peso, como en todas las casas, me da dos, eso pensaba”.
Así llegó a las calles de Guanajuato y Mérida, a la sede del Partido Comunista. A ellos también les ofreció hacer mandados.
“Por eso puedo presumir que fui uno de los brigadistas más jóvenes, con más chance de lecturas y mejor vestido, aun siendo indio. Me daban ropa de las casas de los Rincón Gallardo, de Pedro Vargas, de José Emilio Pacheco”.
El Master pasó así su infancia, visitando las casas ricas en la Romita y repartiendo volantes del Partido Comunista. Mientras, llegaban noticias de matanzas en Guerrero, como la de la familia Jaramillo, o la represión al magisterio, a electricistas y ferrocarrileros. El milagro mexicano priista había terminado.
El Master habría seguido solamente ayudando, sin llegar a la clandestinidad, de no ser por una tragedia, la muerte de su sobrina en 1972. Entonces toma la decisión.
“Ella era de las brigadistas más jóvenes (tenía 19 años). Ella todo el tiempo traía un discurso radical. No había que hacerse pendejo, ni estudiar ni entrenar, había que ir a los chingadazos”.
Después del 10 de junio, la matanza del Jueves de Corpus, ella tenía su decisión tomada. Le dejó una carta: “perdóname, pero me voy con mi brigada”. Dos meses después murió en un enfrentamiento en San Miguel Nepantla, Estado de México. Es entonces cuando El Master se suma a la Liga Comunista 23 de Septiembre, que toma su nombre en recuerdo del ataque al Cuartel de Madera, Chihuahua, de 1965.
Originalmente la Liga estaría formada por siete organizaciones clandestinas, como el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR), el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) y el Frente Urbano Zapatista (FUZ). Llegaron a ser miles y no los cientos que dicta la historia oficial.
Pero no fue fácil tomar la decisión de unirse a la Liga: “Pasar a la clandestinidad no es fácil; tienes que vencer tus propios miedos cuando se sabe que no se quiere ser guerrillero cuando puedes ser actor o dramaturgo”.
Los años en la Liga
“Los sucesos de Fernando Aranguren y Duncan Williams fueron de los peores estigmas de la Liga. Decían, ‘qué poca madre, cómo es posible que los apoyen cuando se les había cumplido lo que pedían y aún así ejecutaron al líder empresarial y al otro cabrón lo dejaron ir’. El acto de liberación no es te vas a tu casa, tienes tarea y cuidado si no cumples. Igual si no reconoces la naturaleza de tus chingaderas. Es muy fácil levantar (y abusar de) criaturas cuando hay necesidad y pobreza. Aranguren era ese tipo de sujetos”.
A cambio el Estado cobró la afrenta con más sangre. Dos dirigentes de la Liga fueron detenidos, Ignacio Olivares Torres y Salvador Corral García. Sus cuerpos aparecieron días después con signos de tortura. El de Ignacio es aventado cerca de la casa de la familia Aranguren y el de Corral en Monterrey, por el rumbo del domicilio de la familia Garza Sada, retenido por la Liga para su reeducación. Fue un regalo del Estado a la ofendida burguesía mexicana.
Entonces, al Master le pidieron portarse bien y conseguir un trabajo legal, una fachada, hasta que una prostituta les avisó que en un burdel de Parral había un militar ufanándose de haber de acabado con la Liga.
“Agarramos a un mando de ellos especializado en West Point, un caca grande. Tenía que ser bien hecho porque lo necesitábamos vivo. Se hizo leyenda porque jamás supieron cómo lo sacamos de Chihuahua, se los pasamos por las narices, lo tuvimos en Sinaloa, lo bajamos por Durango y hasta el sur. Tenía información valiosísima y nos dimos cuenta que sabían un chingo de nosotros, más de lo que suponíamos”.
El Master cumplió tan bien la tarea que le encomendaron otra, entrar a las oficinas centrales de Pemex y llevarse la nómina. Era 1974.
“Ibamos por 1.7 millones y salimos con más de 20 millones. Fue tan fácil que pensamos que era una trampa. Conseguimos gente de las gerencias de Pemex para saber qué se comentaba y nada, como si jamás hubiera pasado. Entonces les damos una repasada. Bueno, a la tercera vez casi juntamos 100 millones de pesos. Ahí empezó la leyenda”.
Después hubo otras expropiaciones bancarias y mandaban al Master quien también participó en el aerosecuestro del avión en Monterrey. En venganza, el Estado reprime, tortura, viola y mata a estudiantes del Politécnico por promover la lectura de Madera, el periódico de la Liga.
El contacto de estos estudiantes era la comandante Susan, quien en un desplante de furia organiza su brigada y atacan la Academia de Policía.
“Les dio en la madre a los cadetes, ciento y tantos. Nunca dijeron cuántos quedaron embarrados en el patio porque era una vergüenza. Fue un operativo muy audaz, pero sacamos de ahí tal prestigio que a la Federal de Seguridad, la Brigada Blanca, el ejército y la judicial federal se les instruyó que con los de la Liga ni madres de detención, había que ejecutarlos. Eso no lo pensó Durazo ni Sahagún Vaca, se los dijeron los gringos. No les tengan ninguna consideración, es política de aniquilamiento. Ahí ganó la liga su máximo prestigio”.
De ahí viene la época de migrar. Algunos se unieron a otros grupos guerrilleros en El Salvador, Nicaragua y Guatemala.
Larga vida a la Liga
“Tenemos la tranquilidad, mi generación, de que las nuevas camadas están mejor preparadas. La liga sí existe, no desapareció por decreto. Yo encantado que la den por desaparecida. Nunca se ha dejado de estar en los mismos orígenes. Los momentos más álgidos fueron de Sada a Margarita López Portillo. El Estado dijo con esto los descabezamos y la dirección dijo está bien no existir para el Estado, esto va a parar la represión. Ninguna organización, a excepción del Partido de los Pobres, fue tan perseguida como la Liga, ni el ELZN”.
Aunque los actos expropiatorios o la retención para reeducación ya no han sido necesarios, reconoce.
“Ahora el secuestro está más ubicado con expolicías y exmilitares, que vieron que era muy rentable. Le debemos esa estigmatización a Durazo, Nazar Haro y Florentino Ventura. Hacían secuestros delincuenciales que le cargaban a la Liga. Tenían la coartada perfecta. El secuestro perdió su objetivo y propósito de retención y reeducación. No un juicio, pero sí que el sujeto entendiera qué había hecho. No es lo mismo retener para educar que secuestrar”.
“No ha habido ni habrá un final, puede haber etapas. Puedes reencauzarte a la organización, a la evaluación y, en su momento, no necesariamente salir por la vía armada”.
Lo que sí hay es mucho por hacer.
“Hay que mantenerse informados. Si eliges el camino de la lucha insurreccional, tus formas son otras. Tienes que cumplir la ley; hay que ser ser congruente. No te puedes ir de putas o con tus cuates a meterte una línea de coca. No aparecen cuerpos por el comercio de cerveza, por la coca sí”.
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