GUISSONA, España (AP) — Mientras millones de ucranianos que le escapan a las bombas y las balas en su tierra buscan refugio en Europa occidental, en pocos sitios se sienten tan bien recibidos como en una localidad española del interior conocida como la “Pequeña Ucrania”.
Ya antes de que los tanques rusos invadieran Ucrania el mes pasado, uno de cada siete residentes de Guissona tenía raíces ucranianas.
La población de Guissona se más que duplicó, para llegar a 7.500 habitantes, y atrajo numerosos extranjeros, incluidos ucranianos, luego de que un supermercado abrió un centro de distribución en la zona hace dos décadas.
Más de 3,5 millones de personas ya se fueron de Ucrania desde la invasión rusa. Los refugiados encuentran amparo en pequeñas comunidades de toda Europa donde viven amigos y familiares.
En Guissona, los refugiados no se quedan solo con parientes. Toda la población se solidariza con ellos y trata de ayudarlos.
Miguel Julia, un comerciante local, tenía un departamento vacío en venta en el pueblo. Dice que tiene muchos amigos ucranianos y que cuando un primo de una familia de refugiados ucranianos le pidió ayuda, les permitió quedarse en el departamento hasta que puedan volver a su país.
“La estamos pasando mal, mal, viendo del modo que llegan y las historias que cuentan”, declaró Julia.
Su departamento lo ocupan ahora Alona Hrykun, una costurera de 44 años de Kiev, su hija adolescente y un hijo pequeño.
“Mi esposo se quedó en Kiev. Conduce una ambulancia y está transportando a los heridos y los enfermos durante la invasión”, dijo Hrykun. “Me siento muy orgullosa de ser ucraniana”.
Atrás quedaron también la madre y la abuela de Hrykun. Ninguna de ella estaba en condiciones físicas de hacer el viaje de 2.500 kilómetros (1.500 millas) de un extremo de Europa al otro.
Las autoridades de Guissona, ubicada al noreste de España, en Cataluña, se esfuerzan por evitar el surgimiento de guetos y por ayudar a los trabajadores extranjeros a integrarse a la comunidad.
Muchas de las ventanas y balcones de los edificios del pueblo, incluido el de la municipalidad, tienen la bandera ucraniana y carteles contra le guerra.
Más de 200 refugiados ucranianos llegaron a Guissona hasta ahora, parte de los 25.000 que ha recibido España.
“Tienen todo nuestro apoyo. Se sienten protegidos”, expresó María Ángeles López, una jubilada de 67 años. “Todos tratamos de ayudarlos y de acompañarlos. De solidarizarnos con ellos”.
Desde al comienzo de la guerra, decenas de lugareños y de refugiados trabajan en un depósito de Guissona, empaquetando alimentos, medicinas, ropa, frazadas y juguetes a ser enviados a Ucrania.
Entre los voluntarios figura Alina Slobodianiuk, quien llegó al pueblo hace tres años con sus hijos adolescentes, Maxim y Yana.
Vivían en la ciudad industrial de Dnipro en Ucrania, donde era ejecutiva de relaciones públicas en un importante banco. Está divorciada. Su exmarido es militar.
La mayor parte de su familia, incluidos sus padres, un hermano y una hermana, se quedaron en Ucrania. Dice que está en contacto con ellos todos los días, que la familia optó por quedarse en la esperanza de que la guerra se acabe pronto.
“No fue una decisión fácil porque amo a mi país, lo quiero mucho”, expresó Slobodianiuk. “Pero me asusta lo que puede pasar con mis hijos”.
El gobierno español fue uno de los primeros de Europa que se movilizó para hacer frente a la ola de refugiados ucranianos. Entre las medidas temporales que se tomaron figuran las de darles residencia temporal y permisos de trabajo en un plazo de 24 horas.
Los refugiados tienen acceso a los servicios de salud pública, descuentos en las medicinas y educación gratis, entre otros beneficios.
En España vivían unos 115.000 ucranianos el año pasado, de acuerdo con el censo del 2021.
Las redes de contactos entre ucranianos están facilitando su reubicación en otras partes de Europa. En un pueblo de los Apeninos italianos, a una hora de auto de Roma, dos ucranianas que escaparon con sus hijos pudieron instalarse gracias a vínculos familiares y con una pareja de la zona.
Tania, de 30 años, y Katia, de 33, escaparon de Lviv pocos días antes del estallido de la guerra, dejando atrás a sus maridos. Son hija y nuera de Halyna, una ucraniana radicada en el pueblo italiano de Belmonte Sabino.
Halyna cuidaba a la suegra del dueño de un hotel, que ahora aloja a las dos mujeres y sus hijos.
“Estamos muy contentas. Los italianos tienen un gran corazón”, expresó Tania.
Las mujeres pidieron no ser identificadas con sus nombres completos por temor a represalias contra sus familias en su país.
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Barry Hatton colaboró en este despacho desde Lisboa.