Donald Trump ha anunciado este martes la que será su tercera candidatura a la Casa Blanca, pero en esta ocasión la imagen que proyecta al exterior es muy distinta de la de 2016, cuando pretendía erigirse en un candidato serio ante la incredulidad y el menosprecio de algunos veteranos del Partido Republicano y sus principales rivales políticos.
A diferencia de aquella ocasión, su candidatura, que provoca tanto entusiasmo como temor dentro de su propio partido, sí es la favorita, a pesar del buen desempeño de posibles rivales como el gobernador de Florida, Ron DeSantis, y de las críticas que ahora más que nunca han comenzado a aflorar entre los republicanos por su desafortunada participación en estas últimas legislativas.
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Sin embargo, Trump sabe lo que es moverse en unas primarias muy reñidas. En 2016 no dudó en atacar con especial virulencia a la docena de oponentes que pretendían también ser el candidato republicano a la Casa Blanca, provocando perplejidad dentro del partido, pero las delicias de un electorado de base que más tarde se convirtió en su principal activo durante su mandato.
Trump confía en que el anuncio de su entrada en las primarias republicanas insufle un nuevo aire de entusiasmo en las filas de un partido que había apostado por lograr mejores resultados en las elecciones de mitad de mandato aprovechando la caída de popularidad de la Administración Biden.
El “gran anuncio” de Trump se da en un momento en el que además continúa afirmando sin prueba alguna que fue víctima de una conspiración para hacerle perder las presidenciales de 2020. Unas teorías que derivaron en los disturbios del Capitolio y por las que una comisión de la Cámara de Representantes, en manos ya de los republicanos, se afana por hacerle declarar.
Bajo el lema de volver a hacer de nuevo a Estados Unidos grande, Trump supo apelar a ese segmento de la sociedad estadounidense conocido como ‘angry white man’ (‘hombre blanco enfadado’), clase trabajadora sin estudios y fuertemente conservadores que responsabiliza a la globalización de todos sus problemas.
“Necesitamos a alguien que literalmente coja este país y lo vuelva a hacer grande”, dijo Trump en la presentación de su candidatura en 2016. Durante aquella campaña esa pretensión de volver a poner a Estados Unidos por delante se vio representada en sus promesas de fortalecer la economía nacional y en políticas migratorias de carácter racista.
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Al igual que su candidatura, su paso por la Casa Blanca también estuvo marcado por la polémica y un estilo de hacer política al que le han salido imitadores entre la ultraderecha de todo el mundo.
Precisamente una de las primeras medidas que adoptó nada más instalarse en el Despacho Oval fue cumplir con una de sus promesas y prohibió la entrada a ciudadanos de siete países de mayoría musulmana hasta saber qué “intenciones” tienen y poco después despidió al director del FBI, James Comey.
Aquel cese repentino fue visto por el fiscal especial, Robert Mueller, en un posterior informe como una forma de posible obstrucción de una investigación por supuesta colusión entre la campaña de Trump de 2016 y Rusia para perjudicar a la que fue su rival demócrata, Hillary Clinton.
Sus años al frente de la Casa Blanca también serán recordados por relativizar los peligros de la pandemia y lograr colocar a tres jueces conservadores en el Tribunal Supremo, desnivelando la balanza en favor de los republicanos y fijando las que serán las políticas estadounidenses durante las próximas décadas.
Pero si por algo pasará a la historia Trump es por ser el tercer presidente de Estados Unidos en enfrentarse a un juicio político y el primero en tener que lidiar con dos. Uno por presionar a las autoridades ucranianas para que investigaran a uno de los hijos de Biden, Hunter, para perjudicarle en plena campaña y el otro por el papel que habría jugado en el asalto al Capitolio cuando pidió a sus seguidores que acudieran hasta allí para detener el recuento electoral.
De magnate y estrella mediática a presidente
Nacido y criado en Nueva York, Trump se ha casado en tres ocasiones y tiene cinco hijos. Ha ido moldeándose a golpe de inversiones y resurrecciones empresariales —ha declarado la bancarrota para sus empresas en hasta cuatro ocasiones—, hasta llegar en la década de los 2000 a convertirse en un rostro popular entre la ciudadanía por sus intervenciones televisivas.
Ha sido en la industria del entretenimiento donde ha amasado parte de su fortuna. Desde 1996 hasta 2015 sus empresas se encargaron de la celebración de diferentes concursos de belleza y en 2003 condujo durante catorce temporadas un programa de televisión de la NBC llamado The Apprentice en el que los concursantes competían por un puesto en la Organización Trump.
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Según él mismo contó, la cadena le pagó unos 213 millones dólares mientras el programa estuvo en el aire. Según Forbes, su patrimonio neto es de 2 mil 500 millones de dólares. No obstante, a pesar de estas cifras, según el diario ‘The New York Times’ tan solo pagó 750 dólares en impuestos sobre la renta en 2016 y en 2017, mientras que estuvo sin hacerlo durante al menos una década desde el año 2000.
A lo largo de su vida había coqueteado en varias ocasiones con la política —primero en el Partido Reformista, pero también con los demócratas antes de ser republicano—, pero nunca al nivel en que lo hizo en junio de 2015 cuando anunció que sería el encargado de “hacer grande otra vez a América”.