JERUSALÉN (AP) — Orit Pinhasov se opone con rotundidad a la reforma judicial que ha propuesto el gobierno, pero no la encontrarán cerca de las protestas masivas contra el plan. Su matrimonio, señala, depende de ello.
El esposo de Pinhasov está al otro lado de la brecha política israelí, y sumarse a las protestas no haría más que aumentar unas tensiones que le parecen tangibles en su hogar.
“No voy a las manifestaciones, no porque no crea en ellas”, dijo. “No voy para proteger mi hogar. Siento que estoy luchando por mi hogar”.
Israel cumple 75 años el miércoles y tiene mucho que celebrar. Pero en lugar de festejar sus logros como potencia militar y económica en la región, el país que surgió de entre las cenizas del Holocausto enfrenta quizá su mayor amenaza existencial hasta la fecha, no por enemigos externos sino por las divisiones internas.
En los últimos tres meses, decenas de miles de persones han tomado las calles contra lo que perciben como un ataque de un gobierno religioso y ultranacionalista contra una identidad nacional arraigada en tradiciones liberales.
Los pilotos de cazas han amenazado con no presentarse en sus puestos. Los líderes del país han advertido abiertamente del riesgo de guerra civil, y las familias de soldados caídos han pedido a los políticos que no se acerquen a las ceremonias de recuerdo. Muchos israelíes se preguntan si la enorme división podrá sanar alguna vez.
Miri Regev, el ministro del gobierno encargado de la principal celebración el martes por la noche, ha amenazado con expulsar a cualquiera que la interrumpa. El acto se celebra en una plaza cerca del cementerio nacional israelí en Jerusalén, donde el país pasará de forma abrupta de los solemnes actos del Día de la Memoria en homenaje a soldados caídos a la alegría del Día de la Independencia, con una ceremonia simbólica de encendido de antorchas, marchas militares y actuaciones de música y danza.
El líder opositor Yair Lapid no acudirá a la ceremonia. “Ustedes han desgarrado a la sociedad israelí y ningún espectáculo falso de fuegos artificiales puede ocultarlo”, afirmó.
Las diferencias son tan grandes que el problema más antiguo y quizá más urgente de Israel -su continuado régimen militar sobre los palestinos- apenas se menciona, pese a un repunte reciente en la violencia. Antes incluso de que estallaran las protestas, los mensajes públicos sobre el tema se limitaban en su mayoría a las intervenciones militares en el conflicto y no al futuro de los territorios capturados por Israel en la Guerra de los Seis Días de 1967, que los palestinos reclaman para formar un estado.
El primer ministro, Benjamin Netanyahu, un divisivo líder venerado por sus seguidores y repudiado por sus oponentes, ha jugado un papel clave en la crisis. Las divisiones ganaron fuerza cuando fue acusado de varios delitos de corrupción en 2019. Israel pasó por cinco ciclos electorales en cuatro años, que giraban en torno a si Netanyahu era apto para gobernar.
A finales del año pasado, el mandatario logró por fin una victoria al formar el gobierno más conservador en la historia del país. En cuestión de días, el ejecutivo estaba trabajando para reformar el sistema judicial y dar a los aliados del Netanyahu el poder de revocar decisiones judiciales y nombrar jueces.
El plan, que los críticos ven como un claro intento de acaparar poder, ha provocado unas protestas sin precedentes que finalmente obligaron a Netanyahu a paralizar la iniciativa. En un reflejo de la profunda desconfianza en el país, las marchas no han hecho más que crecer y dejan al descubierto grietas más profundas en la sociedad de Israel que se han mantenido abiertas durante décadas.
En el bando de Netanyahu hay una coalición religiosa y socialmente conservadora que incluye a la minoría ultraortodoxa que tiene una gran influencia política, nacionalistas religiosos como los colonos de Cisjordania, y judíos de ascendencia de Oriente Medio que viven en poblaciones de clase trabajadora fuera de las grandes ciudades.
Los que protestan en su contra son en gran parte profesionales de clase media seculares que han impulsado la economía moderna israelí. Incluyen a trabajadores de alta tecnología, profesores, abogados y comandantes actuales y pasados de las fuerzas de seguridad.
La minoría palestina israelí, por su parte, se ha mantenido al margen de las protestas y señala que en realidad nunca se sintió como parte del país.
Esas divisiones se han trasladado a lugares de trabajo, amistades y familias.
Pese a las diferencias políticas, Pinhasov, de 49 años, dijo que ella y su marido han “vivido en paz” durante 30 años. Había discrepancias en época de elecciones cada pocos años, señaló, pero eran breves y poco importantes.
Eso empezó a cambiar durante la pandemia del coronavirus, cuando Pinhasov dijo que el tono del debate público en torno a temas como confinamientos y vacunas se volvió más agresivo. Entonces, mientras Israel iba de unas elecciones a otras, las tensiones empezaron a notarse en casa.
Su esposo le decía que le habían “lavado el cerebro” y se quejaba de los medios “izquierdistas”, explicó. Cuando ella no estaba de acuerdo, le decía “tú no lo entiendes”. Ya no podían ver las noticias juntos ni “Wonderful Country”, un popular programa de sátira política.
Sus cuatro hijos, incluido un hijo de 21 años que comparte las opiniones de su padre, se quieren y respetan entre sí y a sus padres, señaló. Pero es complicado, como “andar por un campo minado”.
Aunque Israel suele unirse en época de guerra, las semillas de la desconfianza se sembraron hace décadas.
Desde los primeros días del país, la mayoría judía estaba llena de desacuerdos sobre asuntos como si aceptar las reparaciones de la Alemania Occidental de posguerra, violentas protestas de judíos más pobres de Oriente Medio a principios de la década de 1970 y agrias divisiones internas sobre fiascos militares en la Guerra de Yom Kipur de 1973 y más tarde en Líbano.
El primer ministro Yitzhak Rabin fue asesinado por un judío ultranacionalista en 1995 que se oponía a sus esfuerzos de paz con los palestinos. Cuando Israel se retiró de la Franja de Gaza en 2005 se produjeron grandes protestas.
“Israel siempre fue una sociedad muy dividida, pero de algún modo se mantenía unida”, explicó Tom Segev, periodista, historiador y autor israelí. “La diferencia ahora es que en realidad estamos discutiendo sobre los valores básicos de esta sociedad”.
Las protestas contra el gobierno de Netanyahu muestran que muchos están “asustados de verdad” por el futuro del país, dijo.
El economista de la Universidad de Tel Aviv Dan Ben-David, presidente de la Institución Shoresh de Investigación Socioeconómica, señala a dos puntos cruciales en la historia de Israel, las guerras de 1967 y 1973.
La Guerra de los Seis días de 1967, en la que Israel capturó Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Oriental, dio lugar al movimiento de colonos judíos, que se ha convertido en una poderosa fuerza política que representa a unas 700.000 personas.
Por su parte, la Guerra de Yom Kipur desencadenó un proceso que llevaría al partido conservador Likud al poder cuatro años más tarde. El Likud ha gobernado la mayor parte del tiempo desde entonces, normalmente en colaboración con partidos ultraortodoxos.
Esos partidos religiosos han empleado su poder político para conseguir generosos subsidicos y controvertidas excepciones al servicio militar, lo que enoja a la más numerosa población secular.
La comunidad ultraortodoxa, y en menor medida la comunidad religiosa nacionalista, gestionan sistemas educativos paralelos que ofrecen una educación de menor calidad con escasos miramientos por valores democráticos como los derechos de las minorías, dijo Ben-David.
Como esas comunidades tienen altas tasas de natalidad, el país debe volver a un modelo que incluya un temario común que defienda valores universales, afirmó. “Si somo una nación, entonces debemos enseñar a nuestros hijos qué nos mantiene unidos”.
Danny Danon, exembajador ante Naciones Unidas y miembro destacado del partido Likud de Netanyahu, dijo que el aniversario era un momento para que todos reflexionaran y pensaran sobre lo que tienen en común.
“En mis cinco años en Naciones Unidas me di cuenta de que nuestros enemigos no distinguien entre izquierda t derecha, secular y ortodoxo”, dijo. “Por eso debemos darnos cuenta de que tenemos que mantenernos juntos”.
Aun así, muchos veían los festejos del 75 aniversario como un momento de alegría.
Pinhasov dijo que organizaría una fiesta para unas 100 personas en su casa en e centro de Israel, muchos de ellos miembros de la familia de su esposo.
“Es nuestro Día de la Independencia”, dijo. “Sigue siendo un día de celebraciones”.