Tras la Segunda Guerra Mundial, el historiador y sociólogo británico T. H. Marshall definió al Estado del bienestar como una combinación especial de la democracia, el bienestar social y el capitalismo.
Sin embargo, aún hay un debate sobre el significado de bienestar, dado que el concepto podría abarcar materias diversas, desde las físicas y mentales hasta las económicas.
Hay consenso, no obstante, sobre las áreas que el término abarca: económicas (subsidios de desempleo y de vejez), sanitarias (salud universal y gratuita), educacionales (formación sociocultural de la población) y sociales (vivienda, alimentación y otros servicios asistenciales).
Nos encontramos en las primeras décadas del siglo XXI, y definitivamente podemos asegurar que en materia económica y social este será muy diferente del XX. La conformación de las familias y su organización económica ha cambiado de manera abismal.
En décadas pasadas, en los países económicamente más avanzados tan solo un integrante de la familia trabajaba, el padre, regularmente, y las madres se encargaban de la educación y el cuidado de hijas e hijos, así como de las tareas del hogar.
Un solo empleo remunerado bastaba para proveer a toda una familia de salud, alimentación, educación e incluso esparcimiento.
En la actualidad, ese esquema ya no se encuentra vigente. Además, los cambios tecnológicos, la automatización de algunas tareas y, en general, el avance científico y técnico podrían amenazar con la escasez de empleo, de acuerdo con opiniones expertas.
Ahora, son dos o más integrantes de las familias quienes trabajan y, aun así, el dinero no alcanza para satisfacer las necesidades básicas que, además, en lo que va del presente siglo se han ampliado, a la par que los desafíos para cubrirlas. En otras palabras, el Estado tiene menos herramientas para atender a la población y el reto es cada vez mayor.
Por tanto, la búsqueda del Estado de bienestar se ha debido adaptar a las nuevas circunstancias económicas, demográficas y sociales del mundo, y el reto para los gobiernos a nivel global será encontrar, primero, los mecanismos para detectar tales transformaciones y, segundo, lograr atender las crecientes demandas, principalmente de quienes menos tienen.
“Es inconcebible una democracia liberal sin un Estado de bienestar sólido”, afirma el académico Antón Costas, expresidente del Cercle d’Economia, en España, pero es claro que los cambios sociales, tecnológicos y económicos impondrán retos a los gobiernos de todo el planeta, para mantener vigente el Estado de bienestar en un futuro.
Los retos que México y el mundo enfrentan en la materia tendrán que ser atendidos a través de un enfoque en la persona, con apoyo y participación de la población, sociedad civil, comunidad académica e iniciativa privada. Solo de esa manera se logrará mantener un Estado de bienestar inclusivo y justo para todas y todos.