“No hay nada más despreciable que el respeto basado en el miedo”.
Albert Camus
No es mentira que el Presidente de México se haya negado a contestar la pregunta sobre los jóvenes desaparecidos en Lagos de Moreno, Jalisco, como lo quiso hacer ver su vocero oficial el pasado miércoles. No es un golpeteo político a la 4T, como han dicho los afines al régimen. Tampoco es una campaña de desinformación, es la realidad y sobra evidencia de ello: no supo qué responder por miedo, porque no quiere abrirse frentes con las personas que teme, no quiere ni nombrarlos. Por eso evadió la respuesta con su primera ocurrencia: un chiste que no era ni gracioso en sí mismo, ni mucho menos en el contexto de dolor e impotencia que acompañó a la pregunta. El Presidente no respeta la ley, no respeta al pueblo de México, no respeta a nadie más que a los delincuentes porque les teme o porque tiene un acuerdo.
Fernando Villavicencio, quien era candidato para las elecciones presidenciales de Ecuador fue asesinato después de denunciar amenazas de un líder criminal ligado al Cártel de Sinaloa. Hace once días cuestionaron al Presidente de México al respecto y se limitó a responder que “no hay elementos” que sostengan la versión. Si bien es cierto que no se deben sostener acusaciones sin pruebas, no es una respuesta que se espere de un primer mandatario, sino su disposición de hacerle frente a una desestabilización política que ya ha alcanzado otras regiones del mundo. Además, irónicamente, para las y los periodistas que le parecen incómodos sí tiene acusaciones sin prueba todos los días ¿Dónde quedó entonces su afán por comprobar el cuerpo del delito?
El pasado lunes afirmó desde su púlpito mañanero que los ataques armados contra ciudadanos en Chihuahua, así como los enfrentamientos en Jalisco, y los bloqueos e incendios de comercios en Baja California, Guanajuato y Michoacán, no fueron ordenados por su gobierno ni por representantes de la oposición. Por el contrario, consideró que todos esos atentados de la delincuencia son más que “propaganda” de sus adversarios. Utiliza los canales de comunicación oficial para fines a su conveniencia y sigue apelando a ideologías caducas en un mundo globalizado que cada vez exige menos teorías y más resultados... el problema es que por desgracia muchas personas siguen pensando que por venir sus comentarios de fuentes gubernamentales son ciertas y representan la realidad de México.
El Presidente teme porque el problema ya se le hizo multitud. Ahora son más de 150 organizaciones criminales las que se expanden en México a consecuencia de la inacción de su gobierno para combatirlas y estas se reparten cada vez más negocios, desde la pesca y distribución de aguacate, hasta la extorsión a pequeños, medianos y grandes locatarios con el cobro de derecho de piso. Y precisamente los pobres a los que juró ayudar son los más afectados, porque son quienes cuentan con menos oportunidades de salir adelante en un entorno plagado de delincuentes que hieren, secuestran y matan por quitarles sus negocios.
Porque el Presidente tiene miedo, para los delincuentes hay dádivas: órdenes de liberación y cordialidades extraordinarias, como aquella que tuvo con la mamá del ya condenado a cadena perpetua en 2019 por sus crímenes de narcotráfico y a quien saludó en marzo de 2020 en la pandemia.
El Presidente no tiene discursos de odio ni polarización con los delincuentes porque no disiente con ellos y, por el contrario, sí usa todo el aparato del Estado para abusar de la quienes piensan de manera diversa a él o de quienes revelan información que resulta incómoda para él y sus allegados. Incluso pone en riesgo la vida de quienes él considera sus opositores, revelando su situaciones personales y patrimoniales.
El Presidente nunca ha llamado enemigos ni adversarios a los miembros del crimen organizado, es más, si se equivoca al pronunciar el nombre de alguno de ellos hace una disculpa pública. No les ha reclamado la vorágine de sangre, la angustia ciudadana, ni los más de 156,000 asesinatos que seguirán manchando su gobierno.
Solo cuando fue candidato tenía voz firme ante los delincuentes. Ahora que llegó al poder se empequeñece ante ellos y les da manga ancha para que expandan su mercado, en un auténtico contexto de competencia, oferta y demanda entre sí, en una disputa del poder por el poder mismo.
No recibirá a madres buscadoras ni a familias desplazadas por el crimen escalofriante de Guerrero y Zacatecas porque sabe que atender sus reclamos es ir contra los delincuentes que tanto teme o acordó. Presumió que transformaría México y quizá en eso no se equivocó, ya que lo ha transformado en una tierra donde estar vivo y seguro ya no es una garantía. El control territorial del crimen crece de la misma forma que su miedo y su fracaso en materia de seguridad para los mexicanos.
México merece mucho más que sus filias, fobias y medios, ya no por una cuestión ideológica, sino de supervivencia.