Produce mucho gusto observar a tanta gente de todas las condiciones sociales, económicas y culturales expresar su alegría desbordada y orgullo de ser mexicanos dentro del marco de las festividades patrias el 15 y 16 de septiembre, cuando está a tope el espíritu nacionalista en toda la república.
Sin embargo es necesario y hasta sano realizar una oportuna reflexión: es una verdad probada que en los momentos de mayor desventura por los que hemos pasado como sociedad producidos por fenómenos naturales que han devastado ciudades y cobrado vidas de miles de habitantes, los mexicanos en su conjunto se vuelcan presurosos a ofrecer la ayuda necesaria para mitigar las penas de los demás.
Así sucedió en el terremoto del 85 y en los recientes movimientos telúricos que se abatieron en la Ciudad de México; lo mismo que en las terribles inundaciones en el sur del país, o en los ciclones devastadores que azotaron varias regiones. En todas esas desventuras, la unión y la colaboración fueron patentes.
Pero ha sido una colaboración circunstancial, momentánea. Pasada la crisis, todo queda igual. Sería muy distinto que fuéramos así permanentemente los 365 días del año. Exponer con orgullo nuestra mexicanidad y satisfacción de pertenencia a este suelo que nos vio nacer y no sólo la noche del 15 de septiembre.
De nada sirve gritar “¡Viva México!” ese día, si el resto del año sólo vemos por nuestro bien particular y no el colectivo. Unidad y compromiso son los conceptos que necesitamos para ser un país mejor.
Aún falta mucho, que se pueda comprobar con hechos concretos, para gritar con orgullo y convencimiento ese “¡viva!” que tanto nos complace en las fiestas patrias.
Lo podremos hacer con plena conciencia cuando hayamos eliminado, por ejemplo, el malinchismo de quienes prefieren todo lo importado sobre los productos mexicanos; cuando hayamos eliminado prácticas nocivas comunitarias, como estacionarnos en doble fila, tirar basura en lugares públicos, querer ganarle a los demás dando vuelta en lugar prohibido, desperdiciar agua y contaminando.
Cuando hayamos dejado atrás la flojera, en donde la palabra “ahorita” puede equivaler a una hora, un día, una semana o nunca; cuando dejemos de convertir la impunidad en costumbre, que ha llevado a que en nuestro país el que la hace tenga muy altas probabilidades de nunca pagarla.
Cuando dejemos atrás eso de que “el que no tranza no avanza”; cuando dejemos de hacer una forma de vida el acto de sólo estirar la mano para esperar el apoyo de papá gobierno sin producir nada ni trabajar.
Todos estos ejemplos forman parte de un considerable cúmulo de obstáculos que no nos dejan dar el estirón hacia el desarrollo como país. Y, sin embargo, tenemos los suficientes elementos, tanto naturales, técnicos, humanos y académicos para hacerlo, pero la desidia colectiva o el desinterés, o de plano la dependencia de otros, bloquea ese paso hacia la verdadera independencia con crecimiento.
Ese cambio que nos permitiría gritar con orgullo “¡Viva México!” no vendrá de otro lado, menos de lo político, sino sólo de nosotros mismos, como individuos, primero, y como familias, después. Ese cambio tendrá su base construyendo día a día pequeños cambios que fortalezcan una plataforma de apoyo para dar en firme el paso decisivo hacia el desarrollo.
¡Viva México!
Hasta la próxima.