Opinión

¿Cómo es que no sabemos quedarnos en (santo) silencio?

Las abstracciones que se escuchan y dicen a diario pueden llegar a tener un dejo de cordialidad, pero no necesariamente comunican.

Para leer con: “Silence” de No Name Faces

No nos podemos comunicar. Esto es lo que pensaba el socliólogo alemán Niklas Luhmann, quien para tratar de demostrar su dicho invitaba a imaginar que dos personas eran encerradas en un cuarto. Cabría la posibilidad de que hablaran, pero nada lo aseguraba. Por ello, decía Luhmann, solo la comunicación podía comunicar.

Ahora seamos honestos. Mejor aún, cínicos: ¿cuántas pláticas al día dejan satisfecho tu sed de curiosidad y el instinto de aprendizaje?

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¿O será familiar la dinámica?:

—Hola, ¿cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Pues, acá, ya sabes.


—Qué bien.

—¿Y tú? Nada, todo bien.

—Ah, mira. Pues ya estamos.

—Sale, así le hacemos.

—Saludos a todos.

—Igual, adiós.


Las abstracciones que se escuchan y dicen a diario pueden llegar a tener un dejo de cordialidad, pero no necesariamente comunican. Ya no es extraño protagonizar el habla por necesidad en detrimento de la palabra. Tomamos turnos para describir.

Blaise Pascal pensaba que “todas las miserias del de la humanidad se originan por no ser capaces de sentarse en silencio en una habitación vacía”.

Al filósofo Soren Kierkegaard, el mundo civilizado le generaba serias sospechas. Decía que —de ser médico— “remediaría los males del mundo creando silencio para el hombre”.

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La solución de los males hace 200 años era, para el pensador danés, crear silencio: no solo un estado en el que el ruido se ausenta, sino la puerta para escuchar lo esencial y así integrar una relación con uno mismo.

Pláticas ocasionales sin importancia, esas que son parte del cuchicheo en los incómodos viajes en elevadores y que distinguen los encuentros inesperados, figuran como estandartes de inercias que pasan desapercibidas.

Basta prestar atención la próxima vez que abordes un ascensor para notar la cantidad de barbaridades que son soltadas con tal de no guardar silencio.

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La plática pequeña

No hay preocupación por la forma ni el fondo: el objetivo es ninguno. Si acaso, mover el opérculo bucofaringeo. Y así se esparcen palabras triviales diarias en un océano en el que se lanzan vacíos y se normaliza la dinámica.

Quienes estudian el valor de las conversaciones hacen énfasis en la duración de una sesión de la ida y vuelta de ideas para para considerar su relevancia. Dicho de otro modo, de acuerdo con los estudiosos, si quienes se encuentran, saben que tienen poco tiempo para hablar, es muy probable que lo desperdicien.

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Por ejemplo, recuerda la última vez que tuviste que conversar con alguien de pasada y recurriste al clima, la nota política de la semana o algún resultado deportivo de coyuntura. La mayoría de estas pláticas navegan una dimensión superficial y aburren o tensan por irrelevantes.

Pero, por pequeña que sea la oportunidad, la comunicación es un fenómeno que tiene recursos propios para impactar con dignidad sin importar el tiempo. Esta plática incidental, o small talk puede quedarse así o ser solo la evidencia de que estabas jugándote una mala broma.

Hay poca vida. Acompáñala con buenas conversaciones.

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