Los consejos para mejorar la salud se han convertido en una industria millonaria sobre la cual sabemos poco cuando hablamos del impacto que pueden tener en aquellos que siguen sus recomendaciones. Este imperio del “estilo de vida” no ha logrado sustituir a la medicina, ni a la ciencia, felizmente, pero tiene una influencia poderosa en nuestros hábitos. No obstante, lo que nos debe interesar es la manera en que nosotros podemos modificar conductas y rutinas para, de verdad, tener mejores índices de salud en nuestras sociedades.
Estamos a unas semanas de concluir con la última fecha del, a veces interminable, puente Guadalupe-Reyes con un festejo tradicional que involucra uno de los platillos más importantes de nuestra gastronomía, y que al mismo tiempo es tremendamente popular en casi todo el país, todos los días: los tamales.
Como parte de la dieta semanal de millones de personas, los tamales han evolucionado hasta constituirse en un recurso de aparente nutrición con diferentes presentaciones en cada esquina, una menos saludable que la anterior (en torta, frito, con chilaquiles a un lado). Aún así, tal vez, el problema no es la comida, ni la amplia accesibilidad de antojitos que forman parte de nuestra rutina, sino de una serie de hábitos que podemos mejorar, sin tener que sacrificar esos placeres como las llamadas “guajolotas”.
Uno de esos hábitos es la moderación. Todos pasamos por una edad en la que comer cualquier cosa en grandes cantidades no significaba nada malo. Luego llegamos a otra etapa en la que solo ver grasa o picante hacen estragos en el estómago. Es parte de la vida, pero tanto en la juventud como en la vejez, moderarse es la clave de vivir una existencia sin dolores, ni enfermedades. No lo afirmo yo, sino la ciencia. Menos porciones permiten seguir disfrutando de las delicias de los comales, mientras ayudamos a nuestro organismo.
Otro comportamiento que podemos mejorar es la elección de los ingredientes. Nuestro consumo de calorías se ha modificado en cantidad, pero también en calidad de alimentos, bajo una falacia: comer saludable es caro. Muchos no recordaran lo siguiente, pero durante muchos años en las cocinas mexicanas se empleó manteca de cerdo para elaborar los alimentos de las familias; el aguacate era un complemento barato y no el codiciado súper alimento que es ahora en el mundo; y los huesos de res con “tuétano” los regalaban en las carnicerías, antes de que fueran una cotizada botana. Estos cambios no fueron de la noche a la mañana, sino provocados por muchos factores que cambiaron nuestra dieta y crearon otros patrones de consumo. La sugerencia de fondo es incorporar más verduras, frutas, proteínas y grasas naturales que siguen siendo accesibles. Recuperar el consumo de vegetales que estarían olvidados o incluso plantearnos sembrar en macetas algunos de ellos, podría alterar para bien nuestro consumo.
Sé perfectamente que para millones de familias cocinar se ha vuelto muy difícil por los traslados y los empleos de varios de sus integrantes que sirven para cubrir el presupuesto mensual; pero miles de personas llevan diariamente comida a sus puestos de trabajo que elaboran durante los fines de semana. Eso nos debe impulsar a pedir que empresas e instituciones cuenten con los espacios necesarios para que comamos tranquilos y bien. Abandonar la comida rápida o los alimentos industrializados es una manera de ganar salud rápidamente. No es defender a los sopes por encima de las hamburguesas, sino reducir la ingesta de conservadores, colorantes y sustancias que son el estándar en alimentos que consumimos por facilidad y no por nutrición.
Hay mucho que las autoridades pueden hacer para motivarnos a comer mejor; sin embargo, gran parte de esa responsabilidad están en nosotros y en un enfoque distinto acerca de lo que nos llevamos a la boca para saciar el hambre. Hagamos, como siempre, la prueba: moderemos, consumamos más ingredientes naturales y cocinemos como actividad familiar. De vez en cuando, por qué no hacerlo, acudamos a esos antojos que son tan importantes para el alma (aunque no lo sean para el corazón y las arterias).
Igual que sucede con la medicina, lo recomendable es acudir a un profesional para saber qué hacer y cómo hacerlo en términos de una alimentación correcta. Automedicarse, lo mismo que decidir una dieta propia o llevar una que sacamos de un video, conlleva riesgos y las consecuencias de un error así nunca son positivas.
Revisemos nuestras rutinas, acudamos a un médico, y tengamos la seguridad de nuestro estado físico. Esa es la mejor manera de comenzar una nueva relación con la comida y, por qué no, con una nueva vida sin achaques, ni padecimientos.