Opinión

Like a la ciencia ficción

Una métrica social para mostrar el disgusto con la realidad es ver las salas de cine abarrotadas

Para leer con: “Scarecrow”, de Guilhem Flouzat, Isabel Sörling y Aaron Parks

Una métrica social para mostrar el disgusto con la realidad es ver las salas de cine abarrotadas. Cuanto más se llenan, menos quiere estar la gente afuera, con su propia historia.

Adentro, en esa oscuridad —con sonido Dolby Atmos y palomitas cada vez más sofisticadas— suceden cosas que afuera no ocurrirían. Durante dos horas, no habrá políticos peleando ni cínicas soberbias que aguantar: los problemas a los que uno es expuesto se resuelven en la misma butaca y ahí está parte del ingrediente de la magia.

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El domingo pasado fui a ver Argylle, una película sobreestilizada, innecesariamente enredada y cercana a ser aburrida. Las dos horas y 19 minutos que dura la cinta gritan la necesidad que tienen los productores de priorizar los efectos sobre la historia.

Aún así, al salir de la sala, escuché que una señora le decía a quien parecía ser su esposo: “Está malísima, pero mejor que las mañaneras”.

Con una sola palabra

Para François Truffaut, director y crítico francés, una película se evalúa con una sola palabra. No hace falta explicar ni tratar de convencer. Solo se debe emitir un juicio claro al salir de ahí, que resume el sentir individual.


Lo mismo aplica para el día cotidiano. Si momentáneamente sacrificamos un poco de profundidad para dar pie a la claridad, tendríamos mucho mejores calificativos cuando nos pregunten “¿Cómo estás?”.

La sala de cine puede entonces ser entendida como refugio para encontrar información personal valiosa y concreta. Por encima del encuentro y el ritual para habitar historias, voltear a ver el resultado del vínculo tiene un valor práctico para navegar la jornada.

Basta una palabra, una sola idea para detonar sentido propio y significado frente a lo que estamos expuestos. La escritora Ursula K Le Guin decía que leemos para saber quiénes somos porque al exponernos a otros seres —reales o imaginarios— se abre el poder de reconocer una guía para el entendimiento propio.

En el cine hay una distinción entre la ciencia ficción “suave” y “dura”. Esta última busca ser mucho más fiel al entendimiento de las leyes físicas y las limitaciones de la tecnología. En una idea, pretende ser más creíble.

No por nada, el grueso de los guiones y las ocupaciones de los cineastas apuntará al hecho de que la creación de una verdadera inteligencia artificial significa que tendremos que aprender a coexistir con nuevas formas de vida.

Entre las mañaneras y nuevas formas de existencia, hay quien opta por quedarse con la calidez de la ciencia ficción y el objeto mismo de la narrativa: fluir.


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