El Estadio Nemesio Diez fue más que un escenario deportivo este 13 de abril: se convirtió en una máquina del tiempo cargada de nostalgia, pasión y alegría. El esperado Clásico de Leyendas entre Barcelona y Real Madrid trajo consigo una oleada de emociones que hizo vibrar a miles de aficionados que acudieron al llamado del fútbol eterno.
Desde muy temprano, las inmediaciones del estadio en Toluca comenzaron a pintarse con los colores azulgrana y merengue. Camisetas históricas, banderas, pósters y cánticos que parecen vivir en la memoria colectiva crearon un ambiente emocionante, como si el reloj hubiera retrocedido a los mejores años de gloria futbolística.
No se trataba solo de un partido: era una celebración a la memoria, a la infancia, a los ídolos que marcaron generaciones enteras. Padres que llevaron a sus hijos para mostrarles a los jugadores que los hicieron amar el deporte, abuelos emocionados con lágrimas en los ojos al ver a sus viejos héroes pisar el césped una vez más, y jóvenes que, aunque no los vieron jugar en su apogeo, gritaban sus nombres.
Las gradas del Nemesio Diez fueron dominadas por los seguidores del Barcelona, quienes los hicieron sentir como locales, con porras y cánticos, al mismo tiempo que abucheaban al equipo merengue.
Por su parte, la afición blanca también se hizo sentir, gritando y coreando “Madrid” en toda oportunidad.
Rafael Márquez, Puyol, Iniesta fueron los más ovacionados en cada oportunidad que tocaban el balón.
Del otro lado, Íker, Marcelo y Figo fueron los referentes que más reflectores llamaron.
Afuera, antes del encuentro, las calles se llenaron de personas que viajaron horas para estar presentes, vendedores ambulantes que encontraron en esta fiesta una oportunidad única.
En Toluca, este Clásico de Leyendas no fue solo un espectáculo deportivo, fue un juego donde los protagonistas no solo fueron los de la cancha, sino también los de las gradas, que vivieron la emoción del Clásico.
