Luis Miguel González Bosé, mejor conocido como Miguel Bosé, es uno de los exponentes más emblemáticos de la industria musical. Aunque para muchos es nacido es España por su característico acento, el cantante realmente nació en tierras panameñas en 1956. Sin embargo, cuenta con múltiples nacionalidades, como española, italiana y colombiana.
Su madre, Lucía Bosé nació en Italia, país en el que fue coronada como Miss Italia en 1947 y su padre, el reconocido torero Luis Miguel Dominguín de origen español.
Aunque los planes eran que Miguel Bosé naciera en Colombia, país de residencia de la familia; el parto finalmente se adelantó y es por eso que nació en Panamá.
A pocas semanas del lanzamiento de su libro de memorias, “El hijo del capitán trueno”, son varias las anécdotas del cantante que han salido a la luz; entre ellas la dura relación con su padre.
A continuación, te presentamos parte de uno de los capítulos que conformarán el libro escrito por el querido cantante.
La historia parte de un viaje familiar a Mozambique que cambió para siempre la dinámica familiar.
Para ese momento, Miguel Bosé dedicaba sus fines de semana para dar clases de equitación. En uno de los tantos días ensillando caballos, el joven le dice a su padre que “Tiberio”, el nombre de su caballo era por el emperador de Roma de la Dinastía Julio – Claudia. Fue a partir de ese momento cuando Luis Miguel Dominguín se dio cuenta del hábito de lectura de su hijo.
“¿Y cazar? ¿Por qué no te gusta cazar? Si no te gusta cazar, ni pescar, ni nada de esas cosas... dime tú cuándo voy a estar yo con mi hijo. ¡Tiene que gustarte, Miguelón! Tienes que hacerme el favor de que te guste o voy a empezar a pensar que no eres mi hijo, porque de mí, por ahora, que yo sepa, no has sacado nada... Mira, Miguelón, los hombres tienen que hacer cosas de hombres entre hombres, como las mujeres hacen las suyas entre ellas, ¿lo entiendes? Montar a caballo, ir de cacería, pescar y más adelante otras que ya te iré contando. Estoy deseando que cumplas doce años para que te fumes el primer cigarro, ¡coño! El año que viene, si te entrenas con el rifle, bien pero que bien., te llevo de safari un mes entero, tú y yo solos, a la selva de Uganda o a Mozambique”, dijo su padre.
Luego de un año, las palabras de Luis Miguel se cumplieron y se llevó a Miguel Bosé a Mozambique cuando tenía 10 años, específicamente en junio de 1966 durante un mes. Antes de partir su madre le dio un cuaderno y un bolígrafo para que pudiera asentar cada una de las experiencias del safari para que luego se lo regalara a ella. “Todo va a estar bien, Mighelino, todo va a estar bien”, le dijo pero con mucha tristeza en su rostro.
“El doctor don Manuel Tamames entregó a mi padre un frasquito con unas píldoras chiquitas y le explicó que era quinina y que debíamos tomar una cada quince días, es decir, tan solo dos más aparte de la que tocaba al subir al avión, tres en total, y ‘que no se te olvide Luis Miguel, son contra el paludismo, y me da igual si tú no te las tomas, pero al niño se las das religiosamente o te mato’. ‘Que sí, que sí, que no te preocupes Manolo, que no se me olvida, cómo se me va a olvidar, tan irresponsable no soy’, le aseguró mi padre. ‘Te lo advierto, que como el niño se enferme, se nos va, y te estoy hablando muy en serio, se nos muere’. Y le miró muy de frente, sin cara de broma. Nada más subirnos al avión, mi padre se metió las pastillas en el bolsillo y no sé qué haría con ellas, pero jamás me dio ninguna”, aseguró el cantante de 65 años.
Uno de los días cercanos a su llegada, ambos se fueron a cazar hipopótamos y uno de los recuerdos más frescos del cantante es la cantidad de picadas de mosquitos que tenía en tan solo el inicio de la aventura familiar.
“Fue ahí donde, con toda seguridad, agarré el paludismo, lo que hoy se conoce por malaria. Y sin pastilla de quinina, que mi padre no me diera por descuido y olvido, la enfermedad fue lentamente incubándose y para mediados del segundo campamento, en el que nos cruzamos con la tía Paquitina y el tío Fausto, los Blasco de Madrid, también de safari, yo ya estaba visiblemente enfermo”, añadió Bosé.
Tras varios días del contagio, la salud de Miguel se fue deteriorando notoriamente. Hasta que en una de las caminatas se derrumbó encendido en fiebre y sudando frío; pero su padre no hizo nada por él.
“Recuerdo entreabrir los ojos y ver a mi padre en pie junto a mí, a contraluz, reanimarme con la punta de su bota y decirme: ‘Venga, no seas nenaza, levántate y camina como un hombre y déjate de mareos o te vas a enterar lo que es uno de verdad del tortazo que te voy a meter, y basta ya de tonterías’ […] En ese preciso instante, me rendí para siempre. Entendí que nunca conseguiría estar a la altura de sus expectativas, que él nunca estaría orgulloso de mí porque era débil, que nunca iba a quererme, que yo no era el hijo que él esperaba que fuera”, recordó el cantante.
Aunque cada vez se sentía peor, para su padre todo se trataba de exageración, por lo que no buscó atención médica y su plan de viaje continuó intacto. Sin embargo, la misma enfermedad le ocasionó diarreas frecuentemente, hasta que un día en el baño fue picado por un alacrán.
Fue gracias a la picadura que el joven recibió una dosis de morfina, calmante que le alivió la enfermedad de fondo, pero tan solo por unos días. Ante su llegada a España fue su madre quien vio el grave estado en el que se encontraba.
“En el salón de llegadas del aeropuerto de Barajas, mi madre nos estaba esperando. Jamás olvidaré la cara que puso al verme. Descompuesta. No tuve fuerzas para correr a abrazarla. Me fui a Mozambique pesando treinta y muchos kilos y lo que volvió de mí no llegaba a los quince. Tenía la piel adherida a los huesos como un niño de Biafra. Amarillo hiel, de labios cuarteados y enormes ojeras moradas descolgando de dos ojos hundidos y brillantes, llevaba los pantalones cortos atados a la cintura con un pedazo de cuerda que debieron de darme allá, en algún campamento, para que no se me cayeran. Ya estaba gravemente enfermo. Mi madre entró en un ataque de angustia y de ansiedad”, reseñó.
Tras varios días en cama que para el cantante fueron imposibles de contar, se acuerda haber despertado y ver la conmoción de sus familiares al verlo abrir los ojos, entre ellos el doctor que le había advertido a su padre sobre el paludismo y quien le dio las pastillas que debían tomar.
“Yo dormía y vomitaba, algunas veces sangre, y en una de esas, sentado mientras bebía, caí hacia atrás en convulsiones y quedé inerte, como muerto. Había entrado en coma. No sé cuánto tiempo quedé en aquel estado, nadie se acuerda bien. A mi familia debió de parecerle un siglo, a mí no más de diez minutos […] De repente abrí los ojos y les vi a todos, ahí de pie, rodeando la cama. La Tata se echó las manos a la boca y estalló en llanto y mi madre fue detrás. Mis hermanas, a quienes desde mi llegada no había visto, también, agarradas a la Rosi. El doctor Tamames, su amiga Marita y el doctor Jaso, nuestro pediatra de siempre, también lloraban abrazándose y congratulándose. Jaso exclamó: ¡Os lo dije, os lo dije, es paludismo, lo que tiene es paludismo!”.
Gracias al tratamiento con quinina, los síntomas empezaron a disminuir lentamente. Parte de la enfermedad la pasó en silla de ruedas por la debilidad que sentía en su cuerpo. Sin embargo,. el descuido de su padre no solo afectó al cantante, también se contagió él y lo hizo perder su matrimonio para siempre.
“Se curó él solo, según fue contando luego, porque como ya se sabe, esos bichos conocen el peligro que corren metiéndose en el cuerpo de un torero. ¿La verdad? Mi madre le echó de casa nada más llegar de África y le dijo que no quería verle en el resto de sus días, y que si al niño le pasaba algo, le pegaría dos tiros”, escribió el cantante.
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