Ni modo. si estás leyendo estas líneas, muy probablemente pertenezcas a una minoría
Así es; igual que los pueblos indígenas, los homosexuales, los minusválidos o los discapacitados, tenemos que reconocer que estamos vinculados al pequeño y tan selecto grupo de las personas que leen.
Transitamos por nuestro país cargando nuestra cruz sin remedio y, todavía, para aumentar nuestro agobio, los medios nos bombardean diariamente con espeluznantes cifras como el promedio de lectura anual por mexicano: 1.5 libros o que cada compatriota lee tres libros completos durante toda su vida.
Estadísticamente no existimos
Y así, con esta penosa clasificación de «lectores», tenemos que sobrellevar lo mejor que podemos nuestra conversación en reuniones sociales o en el ámbito laboral, esquivando ataques o permaneciendo callados ante la intolerancia de la comunidad.
Recibimos calificativos que nos separan y nos segregan cuando dicen, «es que fulano lee mucho» y nos apenamos en público al recibir atrevidas preguntas cómo «¿y qué tipo de cosas te gusta leer?» y, avergonzados por nuestra situación de minoría contestamos: «literatura». A lo que nos responden con una lastimosa sonrisa.
Discriminación en su máxima expresión. Pero también tenemos que sortear nuestra condición de facción minoritaria ante otro grupo, quizá mayor y mucho más peligroso. Un conglomerado constituido por los que sí leen… pero pendejadas.
Esta atrevida tesis se apoya con una sola cifra: el libro más vendido el año 2000 en nuestro país, con 400,000 ejemplares, —cifra récord— fue La biografía no autorizada de Rigo Tovar. Algo que está escrito en hojas, que luego se convierte en páginas, que pasa por un proceso de corrección diagramación e impresión, que se le pone una cubierta y se distribuye, no necesariamente es literatura —y, por lo tanto, está en duda el buen uso del tiempo invertido en leerse.
En estos tiempos globalizados, en que la mercadotecnia es la madre de todos los vicios, necesitamos una nueva clasificación de los géneros literarios, tanto para defendernos como para poder guiar a las almas perdidas que quieren comenzar a leer.
Hoy en día, como todo ha cambiado, simplifiquemos la división y, sutilmente, establezcamos nuevos cánones para distinguir lo bueno. Ahí les van.
• Todo lo que suene a consejos prácticos e infalibles para una vida plena, 10 pasos para cambiar su relación de pareja, pequeños tratados de liderazgo, fórmulas para convertirse en millonario, belleza interior, caldos de pollo para salvar el alma, protocolos de cómo comportarse en sociedad, comparaciones entre mujeres y hombres venusinos o marcianos, profundísimos pensamientos de lo que es la vida presentados en versitos, caballeros con armaduras oxidadas, miles y miles de títulos sobre advertencias de qué hacer y qué no hacer en el trabajo, cualquier biografía no autorizada —género más vendido en el mundo entero—, glorias e infiernos y todos los Cuauhtémoc Sánchez del mundo, no es literatura y por lo tanto puede y debe evitarse.
• Para reconocer la literatura, hay tres datos infalibles: uno, que sean novelas —que cumplan la clasificación 14 de narrativa y si se tiene dudas, acúdase a la definición de novela y sus subgéneros en cualquier texto de secundaria o diccionario—, libros de cuentos, de poesía o ensayo, que probablemente en México tengan muy bajo nivel de ventas.
Dos, que no se puedan encontrar en Vips. Tres, que traigan el nombre del autor un poquito más grande que el título del libro. Podríamos hablar más sobre este tema, como que existe también la buena y la mala literatura; del hermoso fenómeno de la subjetividad y de lo terrible de la censura y de otros géneros importantes. Pero nos conformaremos con saber y manejar esta novedosa clasificación, convirtiéndonos, pues, en minoría de las minorías, sin otro camino que aceptar el repudio social o vivir leyendo en la clandestinidad.