SE PUEDE AFIRMAR HOY QUE SOMOS PRIVILEGIADOS. EN NINGUNA OTRA ÉPOCA DE LA HUMANIDAD SE HA PRODUCIDO TANTO VINO NI EN TAL DIVERSIDAD.
Siendo así, y ubicándonos en México, cabría hacer la pregunta ¿Por qué México no tiene una tradición vinícola y por qué se toma tan poco vino?
Podríamos aventurar explicaciones:
• Porque, aunque los españoles trajeron la vid hace 500 años, no dejaron que esta industria se desarrollara para que no compitiera con la metrópoli.
• Porque siendo México un país subtropical, a los mexicanos se nos antojan bebidas más refrescantes como la cerveza —que disputa al vino en antigüedad—, o como el refresco, del que somos el primer lugar en consumo per capita en el mundo. Y consecuencia de ello en bebidas alcohólicas preferimos la «cuba de uva».
•O también porque hay una moda global por la salud y el cuidado del cuerpo, lo que de un tiempo para acá ha propiciado el incremento en el consumo de agua embotellada. Ignoro cuánto se gasta el mexicano al año en el consumo de bebidas alcohólicas, pero no creo que el problema sea económico sino de preferencias y de costumbres. Nos hace falta más educación vinícola, que dinero.
Está demostrado que a mayor nivel educativo, aumentan los índices en el consumo de vino. A diferencia de los países europeos con gran tradición vinícola, donde el vino es una bebida cotidiana como en Francia; primer lugar en el mundo —62.5 litros per capita al año— o Italia —58.5 litros per capita al año, en México sólo se toma vino en ocasiones especiales.
Y nuestro consumo per capita no aparece en los reportes internacionales, esto es: Japón, que aparece en el lugar 24, consume 1.1 litros per capita al año, así podríamos deducir que nosotros ni siquiera llegamos a ese índice por lo que podemos afirmar que en México «apenas si olemos el vino».
¿Cómo se aprende de vinos?
Beber más no significa necesariamente beber mejores vinos, ni ser un experto en vinos. Saber de vinos no es necesariamente adquirir los vinos más caros y famosos del mundo —aunque si se tiene la fortuna de degustar uno de estos vinos, vale la pena probarlos para comprobar que sí valen lo que cuestan. Si se le pidiera su opinión sobre un vino, ¿Cómo lo describiría? ¿Qué aprecia de él? ¿Qué busca en él? ¿Cómo o por qué lo eligió? ¿Cómo y por qué decide maridarlo con cierto platillo? ¿Cómo lo guarda? ¿A qué temperatura lo sirve, para que despliegue todos sus atributos? ¿Y en qué copas?
Para responder a esta serie de cuestionamientos primero tendrá que informarse y leer un poco más sobre la cultura del vino, sobre los diferentes vinos que hay en el mundo y, sobre todo, degustar muchos vinos, y no atropelladamente —pues no es refresco—, sino aguzando sus sentidos. Así, gradualmente, educará a su paladar, podrá hacer mejores elecciones, aceptará pagar más caro un vino, porque se dará cuenta de que es realmente superior.
Quizás hay que beber menos, pero hay que elegir mejor. Cada vino, cada estilo, cada tipo de uva es la expresión y reflejo de las cuestiones eternas que se ha planteado el hombre. ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Para quién? ¿Con qué fin? ¿De qué grandeza? El vino es una bebida de alta cultura y es reflejo de la gran diversidad de culturas del mundo; en sus maneras y métodos de elaboración, en sus variedades de uva, en su historia, sus marcas y su gente, sus regiones, climas y suelos, ¡Y por eso es universal! No tenemos Edén, somos los expulsados del jardín y sin embargo el vino nos permite reinventarlo.