Todos los días, la gente que viaja en el microbús sabe perfectamente qué esperar. Nada le sorprende.
Sabe que se encontrará con un volumen muy alto en el estéreo. A una gran mayoría de choferes les gusta equipar sus unidades con bocinas grandes.
La gente sabe que los conductores acelerarán y frenarán precipitadamente. Las mujeres con niños pequeños han dominado la forma de tomar sus manos, sostenerlos y agarrase fuertemente al tubo.
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Cuando es momento de bajar o subir, lo hacen con tremenda hazaña, previendo que el camión puede arrancar en cualquier momento.
La gente es quien realmente decide dónde bajarse. Con tan sólo apretar el botón, la parada se realiza, la mayoría de las veces, sin importar dónde.
La gente va muy seria, callada, nadie cruza miradas y no hay ninguna interacción. Algunas veces, hay sutiles muestras de amabilidad.
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Imagen extraída de elarsenal.net
Muchos cabecean o duermen, aprovechando esos minutos, ese pequeño lapso dentro de su rutina.
También se suben vendedores, músicos, cómicos y payasos. Los payasos tienen que meterse con las personas para sacarles una risa.
De otra forma, su número no tendría espectadores. Acercarse, hacerlo más personal es su única opción.
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Imagen extraída de gladislopezblanco.com
Cualquier sonrisa es tan sólo un momento fugaz. En muchas zonas, el clima hostil nunca desaparece.
¿Y cómo bajar la guardia, si en cualquier momento, alguno de los pasajeros se puede convertir en aquél que te va a asaltar, robar, someter y violentar?
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Imagen extraída de m-x.com.mx
Miedo
El miedo nos permite permanecer alertas, listos para reaccionar… y sobrevivir. El miedo es generalizado en el transporte público.
Un estado al que los mexicanos nos hemos habituado al salir a las calles, e incluso, al llegar a nuestros hogares.
A pesar de que el viaje sea librado sin percances, hay ciertos escenarios que alimentan el estado de tensión.
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Imagen extraída de posta.com.mx
Hay ciertas amenazas pasivas, como «no te venimos a robar, no te venimos a estafar», que pueden salir mal.
«Se subieron dos hombres, bastante grandes e intimidantes, a vender chocolate. Empezaron diciendo «no te venimos a robar, por eso vendemos estos chocolates».
Yo no como chocolate ni nada de eso. Pero aun así, decidí darles unas monedas que traía en la mano del cambio que me quedó del pasaje.
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Imagen extraída de yoinfluyo.com
Uno de ellos caminaba rápido dejando los chocolates en las manos de los pasajeros. Se lo regresé y me apuré a darle las monedas en la mano para que se las llevara y lo tomó como agresión.
Me quería golpear. Tomó mal el hecho de que le haya dado el dinero sin aceptar el chocolate. No sé qué le generó, coraje de que pareciera que le estaba dando limosna o algo así.
Imagen extraída de reporterosenmovimiento.wordpress.com
Me gritó «no me avientes el dinero, te voy a dar unos trancazos». Le dije que no se lo había aventado. El otro ya se estaba uniendo al incidente, pero finalmente se bajaron.
Nadie hace nada, ni el chofer, ni la gente voltea. Estoy seguro que si me hubieran golpeado, nadie hubiera hecho nada. No se hubieran metido.»
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Imagen extraída de t21.com.mx
Zonas de mayor riesgo
También en los camiones hay «de zonas a zonas». Hay municipios y calles donde la delincuencia está estandarizada.
Los choferes y los pasajeros identifican a los ladrones, quienes repiten rutas y horarios, como si se tratara de un empleo común.
El clima en general es desconectado, a veces triste. Hay pocos casos de pasajeros valientes que deciden autodefenderse en caso de un atraco.
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Imagen extraída de tecnologiaambiental.mx
Sin embargo, para una gran mayoría, la mejor opción es hacer lo posible por sobrevivir y salir ileso.
Muchas veces, eso significa no involucrarse, no brindar ayuda a quien la necesita, no hablar, no mirar.
El tema de movilidad y deficiencias en el transporte público es una pequeña parte del problema.
La violencia está dejando huellas en nuestra forma de vivir y convivir como sociedad.
Lo que se vive en el transporte público es sólo un síntoma del problema sistémico que vive el país.