Durante la última semana por cuestiones laborales tuve contacto directo con el futbol amateur estudiantil y con el trabajo formativo, y me sorprendí de la capacidad de nuestros jóvenes futbolistas.
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De aquellos que por algún motivo no pudieron continuar desarrollándose a nivel semiprofesional en las categorías menores de un club de primera división o de otros que por decisión propia o familiar escogieron el camino de las aulas como prioridad en su futuro, pero sin olvidar su pasión por este hermoso juego que nos vuelve locos.
También pude recordar como me sucedió a mi cuando era niño, lo que representa a tan corta edad tener el sueño de convertirse en una estrella de primera división y alcanzar la fama de las grandes figuras de la televisión.
Sin embargo, también pude confirmar como hay cosas que no han cambiado desde mi época y a la actualidad, como lo es la expectativa desmedida y la ilusión descontrolada de la mayor parte de los padres de familia de ver a sus hijos, como tal vez ellos hubieran querido en su momento, y notar como muchas veces son ellos los que echan a perder la labor de los instructores y de los encargados de entrenar a los chicos todas las tardes, con su exagerada e inquisitiva actitud y con su atroz crítica hacia las decisiones, que ciertamente pueden ser buenas o malas de parte de los monitores, cuya labor se vuelve mas complicada ante la confusión que genera en los niños un doble discurso: el que surge en la cancha y el que llega desde la tribuna o detrás de la reja, donde PAPÁ Y MAMÁ, reclaman constantemente y exigen ver a su retoño como el principal protagonista, presionándolo y comprometiéndolo innecesariamente.
Y lo que duele más es ver como, tomando el mal ejemplo de los grandes profesionales, esos padres se la pasan insultando al árbitro denostando la labor de un juez que, independientemente de su capacidad, merecería todo el respeto que nadie les demuestra, ni en primera división ni en ningún otro lado, haciendo que los jóvenes mal aprendan a considerarlos como el eslabón mas bajo del organigrama futbolístico, algo penoso y vergonzoso, en lo que también, sin duda, hemos cooperado los narradores y analistas de los medios de comunicación con la constante y hasta burlona manera de hablar de los hombres de negro que se equivocan tanto como los directores técnicos, los directivos, los jugadores, como los aficionados, e incluso como los grandes expertos de la prensa.
Por eso hoy, desde otra trinchera me gustaría cambiar y dejar que los sueños, las ilusiones y la alegría de los más pequeños sean lo que rijan el proceso formativo en las escuelas de futbol y en las fuerzas básicas, que nada ni nadie afecte la manera noble y desinteresada con la que un niño patea el balón, corre o vuela por él, enseñándole claro, a mejorar sus cualidades si es que las tiene para practicarlo a otros niveles, pero si no es así dejarlos que sea el placer de jugar y el sabio tiempo lo que les haga ser mejores y mas disciplinados seres humanos, de esos que tanto necesita el ámbito profesional y un país como el nuestro.