Primero porque ante el receso de la Liga MX todo el interés estaba centrado en el tan criticado partido OFICIAL del Tri en Bermudas y segundo porque aunque no se trata de futbol, ver en acción al ahora histórico atleta keniata Eliud Kipchoge era, para cualquier amante, seguidor y conocedor del deporte, una obligación, que tal y como lo creía se convirtió en toda una explosión de placer al notar como este fabuloso corredor verdaderamente disfruta lo que hace y como tarde o temprano el trabajo duro, la preparación, el esfuerzo, la dedicación y el sacrificio, se ven recompensados por el éxito, ese que cada quien busca a su manera, en su medio, a su nivel, bajo sus propios parámetros, y no pude sentirme además.
Y me disculpo por ello, más emocionado que nunca, sabiendo que todos mis hijos están viviendo algo similar, cada uno en lo suyo, empezando por Karla, la mayor, que enfrentará este domingo uno de los grandes retos que ha decidido tomar en su vida en el Maratón de Chicago, mientras los demás estudian y buscan empleo para alcanzar sus objetivos, al mismo tiempo que la más pequeña se levantaba hoy muy feliz por cumplir su cuarto año en Cadena, un logro hecho a su medida, tal y como es para J.J.Macías vestir la playera de la selección mayor y marcar goles con el uniforme nacional o para Uriel Antuna seguir llenándole el ojo al Tata Martino para ganarse un sitio que parecía destinado solamente para los que juegan en europa.
Algo que me parece ellos mismos (algunos, no todos) han permitido por perder ese cariño por su profesión, esa pasión que demostró Kipchoge, esa ilusión que siempre acompaña a los mejores deportistas del mundo sin importar quien es el rival ni que jerarquía tiene, sin pensar si el torneo o el evento (La liga de Naciones de Concacaf) es de buena o mala calidad, sólo pensando en dar lo mejor, en disfrutar y en salir satisfecho por el sudor derramado, lo que hará que sean muchas más las veces que terminarás ganando que perdiendo algo.