Filosofando con los buenos amigos Mauricio González y su esposa Peggy en la terraza de su casa, después de que el Dr. De la O se nos apareciera en ‘La Postrería’, propiedad del excelente anfitrión Eduardo Treviño (que acaba de inaugurar la sucursal número 14 en Santiago, Nuevo León, en sociedad con Poncho De Nigris), con cerveza en mano escuchamos música y nos dimos cuenta de algo que la velada de este sábado ha reforzado. Después de escuchar por más de tres horas al maestro y amigo Rodrigo de la Cadena, amante y excelso intérprete del bolero de tan solo 32 años, quien le dio serenata junto con diez músicos a Pedro “El Licenciadazo”, amigo en común que compartió la celebración con dos amigas (también cumpleañeras) los invitados nos dimos cuenta de la cantidad enorme de letras hermosas que han salido de puño y letra de compositores mexicanos y de otros países de América Latina, y por eso le pregunto:
¿Se ha dado usted cuenta de que cada vez hay menos compositores de canciones famosos?Aunque hay temas musicales actuales con millones de reproducciones en las plataformas digitales, los autores de los mismos no siempre alcanzan el reconocimiento general, a diferencia de los intérpretes, que por lo general no son quienes escriben las letras. Se trata de un fenómeno atribuible a la velocidad con que se vive en la actualidad, en un mundo donde el flujo de información es tan apabullante, que no deja espacio para el registro de datos “inútiles” en el cerebro. En otras palabras, todo se vuelve desechable.
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La oferta musical a través de plataformas como Spotify es tan abundante, que ni escuchando canciones todos los días, sin parar, se podría agotar el catálogo en toda una vida. Entonces entra en acción el criterio de selección por: géneros, ritmos, idiomas, intérpretes, etcétera. El gusto personal define la idolatría hacia los artistas y así, a base de repeticiones, se produce la memorización de las canciones y la interpretación de los mensajes de las canciones, para identificarnos con las canciones que en algún momento formarán lo que se llama “el soundtrack de nuestras vidas”.
Lejanos quedaron los tiempos en que había un culto a los compositores de canciones. Con la llegada del internet, pasamos de la colección familiar de El Cancionero Picot a la posesión individual de la discoteca digital de Spotify. Los ídolos de ayer eran más conocidos de nombre que en persona. Llevaban una vida anónima en su mayoría, aunque pudieran vivir muy bien de sus regalías, gracias al Derecho de Autor. En cambio, los ídolos de hoy han perdido intimidad. Las cámaras (de los celulares, sobre todo) los siguen por doquier y sabemos de ellos prácticamente todo, inclusive lo que ellos quisieran que no fuera del dominio público.
Pero no todo es cuestión de tecnología en la popularidad de los compositores de canciones. También es un asunto de calidad y de cantidad. Porque hay autores modernos que tienen una obra amplia, pero de dudosa calidad. Tienen canciones que están condenadas al olvido, a diferencia de otros compositores del ayer, tipo José Alfredo Jiménez o Cuco Sánchez, cuyas composiciones siguen vigentes y dan popularidad a quienes las interpretan o las adaptan a ritmos actuales. Antes, el público se daba cuenta cuando un autor dejaba de ser prolífico y entonces se decía que “se le murió el que le vendía las canciones”, como alguna vez se dijo de Juan Gabriel. Lo que pasa en realidad es que no todas las canciones de un compositor pueden ser éxitos. Como dice Hernaldo Zúñiga en una de sus canciones a propósito de esos momentos críticos: “Las musas me sacaron la lengua…”. Y si bien es cierto que en gustos se rompen géneros y hay público para todo, hay quienes aseguran que el reguetón mató al romanticismo. El perreo derrotó al galanteo y lo que importa es mover el bote con sensualidad, sin importar lo que digan las canciones y si pueden ofender a las mujeres.
En México hace tiempo que no tenemos una camada de compositores de talla internacional, como Armando Manzanero. Los arreglistas y los productores musicales son los mismos desde hace años y el panorama musical se antoja un tanto desértico, sobre todo porque la radio transmite poca música en español y porque el público ha migrado a las plataformas digitales, donde puede escuchar y ver la música que quiera a la hora que sea.
Hacen falta concursos de canciones nuevas, para darle mayor proyección a los compositores. Los festivales de la canción como el de la OTI dejaron un legado musical que sigue vigente hasta nuestros días. Hay canciones que resultaron perdedoras en esos concursos y, sin embargo, se quedaron en el gusto del público. No se trata de caer en el absurdo de que todo tiempo pasado fue mejor, sino de revalorar el trabajo de tantos compositores que de una u otra forma nos hacen la vida más llevadera y hasta más feliz.
Esta columna refleja el punto de vista del autor, no de Publimetro