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El papa Francisco visitó una favela de Río de Janeiro que hasta hace poco estaba controlada por bandas de narcotraficantes y dijo a sus habitantes que nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades sociales y que los jóvenes deben luchar contra la corrupción y la injusticia.
En medio de fuertes medidas de seguridad, con policías con armas de precisión y helicópteros sobrevolando la zona, Francisco visitó Varginha, en el complejo de Manguinhos, en la zona norte de Río, lugar hasta finales del pasado año controlado por bandas de narcotraficantes y ahora una zona recuperada para la ciudad.
El Papa , que llegó en un pequeño automóvil cubierto, que después cambió por el papamóvil, fue acogido con júbilo por los 2.500 habitantes de la favela, que viven en su mayoría en casas construidas con materiales de derribo y cartón y que para la ocasión limpiaron y adornaron las calles.
Nada más llegar, colocaron al Papa un collar de flores de papel multicolores. Francisco , siempre sonriendo, saludó y besó a los niños y se dirigió a la pequeña iglesia levantada en la favela, donde bendijo el altar mayor y entregó un cáliz como regalo.
Después caminó por varias calles bajo la lluvia y seguido por cientos de personas y entró en una casa, de cuatro metros por cuatro, donde viven 20 personas, con las que conversó durante unos 15 minutos.
El papa tomó en brazos a los niños y todos rezaron el Padrenuestro y el Ave María, contó el portavoz vaticano, Federico Lombardi, que señaló que el clima era de gran emoción.
Después se reunió con los vecinos en el campo de fútbol. Un matrimonio joven le contó la historia de la favela y que en ella viven personas marginadas y desfavorecidas procedentes de zonas pobres de Brasil que llegaron a Río buscando un futuro mejor.
Francisco les dijo que no veía la hora de visitar la favela y tras señalar lo que le hubiera gustado llegar diciendo “buenos días” y pedir un “cafezinho, pronuncio un discurso de marcado carácter social.
“Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo”, afirmó.
El obispo de Roma señaló que “no es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad” la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad, “no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano, subrayó.
El Papa también se dirigió a los jóvenes, de los que resaltó que tienen una “especial sensibilidad ante la injusticia” y que a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, “por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés”.
“Nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo”, les animó.
El Papa defendió la vida, que, dijo, es “un valor que siempre se ha de tutelar y promover, y la familia, “fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social”.
Francisco destacó los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar a los que más sufren o están necesitadas, pero precisó que “ningún esfuerzo de pacificación será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma”.
Según dijo, la Iglesia es “abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo” y está dispuesta a colaborar con toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo humano.
Tras visitar la favela se reunió con unos 40 jóvenes argentinos que asisten a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), ante los que denunció que la actual civilización mundial “se ha pasado de rosca” y que es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que está excluyendo a los dos polos de la vida de los pueblos: los ancianos y los jóvenes.
El Pontífice pidió a los jóvenes que no se dejen excluir y a los ancianos que sigan enseñando y transmitiendo la sabiduría de los pueblos.
También les dijo que de esta JMJ espera que los muchachos “armen lío” y que saquen a la Iglesia a la calle, “ya que si no sale se convierten en una ong y la Iglesia no puede ser una ong (organización no gubernamental)”.
Esta tarde los cientos de miles de jóvenes de todo el mundo que asisten a la XVIII Jornada Mundial darán a Francisco la bienvenida oficial.
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