Las demandas de los jóvenes durante el movimiento estudiantil de 1968 en México siguen vigentes, lo mismo que la represión por parte de las autoridades con la que se tuvieron que enfrentar, asegura el investigador de la Universidad Iberoamericana, Rodolfo Gamiño.
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El académico documenta que desde la primera intervención militar hasta la masacre del 2 de octubre, el ejército sería el actor principal en el proceso represivo, ejerciendo una fuerza desproporcional y extralegal contra movilizaciones estudiantiles, que, en todo momento, procedieron legalmente.
Las y los jóvenes del 68 conocieron y crecieron observando la permanente respuesta represiva del Estado mexicano contra todo aquello que lo cuestionara: la represión contra las movilizaciones obreras a finales de los años 50, el asesinato de líderes comunistas, el encarcelamiento de líderes ferrocarrileros, telefonistas y obreros como Valentín Campa o Demetrio Vallejo, el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia en Xochicalco, Morelos. Así como los ajusticiamientos contra la insurrección comunista perpetrara en Ciudad Madera Chihuahua, movimiento comandado por Arturo Gámiz, Pablo Gómez, entre otros.
Entonces, en base a lo anterior, la movilización del 68, a pesar de haberse gestado espontáneamente, no fue algo anómalo, no fue una movilización que estuviera desvinculada de la experiencia de movilización y resistencias existentes desde los años 50 y 60, particularmente, en estados como Jalisco, Sonora, Michoacán, Tabasco, Guerrero o Puebla.
Un ejemplo claro sucedió durante los años cincuenta y sesenta, en donde miles de jóvenes de clase baja y una pujante clase media no estaban conformes con los designios del Estado mexicano posrevolucionario. Pero la militancia y participación social o política de esta juventud fue relegada a espacios de acción sumamente limitados y semiclandestinos: asociaciones, confederaciones de estudiantes en escuelas y facultades, en el Partido Popular Socialista, Partido Comunista Mexicano, la Juventud Comunista, organizaciones religiosas influidas por la Teología de la Liberación u organizaciones masonas, por mencionar algunas.
Por otra parte, las movilizaciones “democratizadoras” o “moralizadoras” de jóvenes y estudiantes durante la segunda mitad del siglo XX se caracterizaron también por romper con toda organización hegemónica proveniente o dependiente del Estado o del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Así, en cada una de estas movilizaciones, tanto en provincia como en la Ciudad de México, la respuesta del Estado tuvo pocas variaciones: la intimidación, la “mediación” y la violencia directa se convirtieron en norma, en regla de acción.
Intimidación, “mediación” y violencia directa
Durante las primeras manifestaciones importantes en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) acaecidas en los años cuarenta para evitar el cierre del Instituto, la represión estuvo a cargo principalmente de los cuerpos policiacos.
El discurso gubernamental justificó las agresiones a los jóvenes y estudiantes con una arenga conspirativa, arguyeron que las movilizaciones y las demandas de este sector había sido organizadas e inspiradas por los comunistas infiltrados en el IPN.
Mismas situaciones se notaron en movilizaciones conjuntas entre las Escuelas Prácticas de Agricultura, Las Normales Rurales y el IPN a mediados de los años 50.
En la primera etapa de movimientos juveniles y estudiantiles “democratizadores” o “moralizadores” acaecidas a nivel nacional, se pueden encontrar algunas de las claves o patrones utilizados por el gobierno federal y los gobiernos locales para paralizar, desarticular y exterminar la movilización, protesta y resistencia juvenil-estudiantil previó a la movilización de 1968 en la Ciudad de México.
El 68
Entonces, cuando se dio la movilización del 68, a pesar de haberse gestado “espontáneamente”, no fue algo anómalo, no fue una movilización que estuviera desvinculada de la experiencia de movilización y resistencia ya existente. Tampoco fue para el Estado una novedad, un escenario nunca previsto, asimilado y enfrentado. No es fortuito que los patrones represivos implementados contra el movimiento del 68 en cada una de sus fases hayan transitado por la intimidación, mediación y la violencia directa, pero de una forma mucho más ampliada, extendida y pública.
No es que la historia se repita, no es que la historia sea cíclica, que la historia y los sucesos sean una espiral
Las recientes manifestaciones estudiantiles y juveniles en la Ciudad de México son el reflejo de la existencia de múltiples latencias: la excesiva burocratización de la vida universitaria, la reducción de espacios de participación y expresión cultural, artística y política. Opacidad en manejo de los recursos, déficit democrático, ausencia de autonomía, el anhelo de eliminar el acoso en los planteles, la exigencia de seguridad al interior y en los entornos, transporte seguro y la expulsión de los grupos porriles.
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