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Venta de niñas en Guerrero dispara tasas de matrimonio infantil, abusos y violaciones

Publimetro recorrió 16 comunidades en la montaña de esta entidad para constatar las uniones forzadas de menores que se traducen en violaciones y abusos

Venta de niñas en Guerrero dispara tasas de matrimonio infantil, abusos y violaciones Venta de niñas en Guerrero dispara tasas de matrimonio infantil, abusos y violaciones

Desde que nacen se les inculca la obediencia a los hombres de la casa. El derecho a opinar no existe; asisten a la escuela únicamente para aprender a comunicarse en sus localidades y, aunque son una “bendición” por ser mujeres, su vida está destinada a ser vendidas a hombres que les duplican o triplican la edad.

Sin derecho a elegir. Contra de su voluntad, las casan con un desconocido que le dobla o triplica la edad. Axel Amézquita

Hay niñas del estado de Guerrero que son obligadas a seguir los usos y costumbres de las comunidades indígenas, afros y urbanas de esta entidad, en donde su vida, cual mercancía, es tasada hasta en 200 mil pesos.

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Los pobladores no esconden esta práctica instaurada a lo largo de las comunidades donde cientos de familias se resisten a abandonarla.

La llaman ancestral, y para ellos es una forma de obtener una retribución por la crianza, vestimenta y educación que le dieron a la niña en sus primeros años de vida.

Matrimonio infantil, la negociación

Sus papás y hermanos –casi siempre– son quienes llegan al acuerdo para ceder a las niñas a adultos que ofertan –primero 20 mil pesos– para obtener el permiso de la familia para quedarse con ella, aun si va en contra de la voluntad de las menores de edad, que son violadas desde los primeros años de su vida por un desconocido.

Disfrazado de dote, la familia de la “novia” pide de facto 200 mil pesos a quien la pretenda. El monto desciende si la niña superó los 13 años de edad, no sabe lavar, cocinar o no domina los quehaceres.

Esta práctica está normalizada en Metlatónoc, localidad al suroeste de México, región donde más del 40% de las niñas son vendidas en matrimonio –según datos extraoficiales– todas ellas sin su consentimiento.

Para llegar a este sitio fue necesario ir primero a Chilpancingo, viajar en carretera seis horas para arribar a Tlapa y trasladarse otras cinco horas hasta esta localidad.

Sus pobladores tienen como lengua madre el tu’un savi y muy pocos dominan el español, por lo que la comunicación es difícil; sin embargo, se pudo constatar a lo que son sometidas estas niñas.

Acuerdo de compraventa

Muchas de las menores ni siquiera han tenido “su primera luna”, como le llaman a la primera menstruación, cuando ya existe un acuerdo de compraventa entre la familia y la persona interesada.

“Desde que tienes uso de conciencia sabes que debes obedecer al papá, a los hermanos, ellos son los que mandan. Sabes que estás al servicio del papá, te hacen sumisa y no te dejan opinar sobre nada, nacimos así: abnegadas”, suelta una de las madres que pasó por este proceso.

La violencia estructural es feroz, las posibilidades para negarse son nulas, ya que son presionadas por su familia y el pueblo para “cumplir” con la tradición.

Sumisas. Son educadas para atender la casa cuando apenas tienen uso de razón. Axel Amézquita

El dinero se entrega en un pañuelo durante la boda

Una vez que se pacta la boda, la familia del novio tiene la obligación de organizar y pagar la totalidad de la fiesta, la cual llega a extenderse hasta por tres días, de acuerdo con la tradición que data de cientos de años atrás.

Las niñas, a veces, ven por primera vez a la persona que las compró hasta el día de la boda. Las menores casi nunca cruzan palabra con su comprador ni hacen contacto visual antes.

Las celebraciones que se dan en los alrededores de Metlatónoc son cada vez más cautelosas; el dinero que se pide con antelación se paga a discreción. El esposo de la hija envuelve el dinero pactado en un pañuelo y lo deja sobre un plato para que lo recoja la familia de la novia.

De esta manera, se cierra un trato ancestral –como les gusta llamar a esta transacción– en las comunidades donde la pobreza golpea con toda su fuerza: los servicios básicos como el agua y la electricidad son casi nulos.

Legalidad de la unión

La tradición dicta que la pareja debe unirse por las tres leyes: casarse por la Iglesia, ante el Registro Civil y, por último, recibir la bendición del pueblo, que es invitado para dar fe de la boda.

Pese a que la ley prohíbe casar a menores de edad, muchos sacerdotes acceden a celebrar este acto religioso por respeto a los usos y costumbres del lugar y de la comunidad. Para ellos la ley sagrada sobrepasa los derechos de estas niñas que se convierten en mujeres en un instante.

Los tres días de boda se traducen en fiesta, baile y comida que son patrocinados por los familiares del novio. Se compran 70 cartones de cervezas, otros 100 de refrescos y se elaboran cientos de tortillas para ofrecer comida a los invitados.

Ésta es una de las pocas ocasiones en que toda la comunidad come carne, pues sus hábitos alimenticios se concentran en tortillas con salsa, berro y quelites.

El dinero que recibe la familia de la “novia” es gastado para alcohol, fiestas e incluso mujeres. Se esfuma en un abrir y cerrar de ojos el pago por la niña.

Ilustración: Fernanda Villanueva.

Les brindan consejos

En la boda se convoca a todos los conocidos del pueblo y los familiares directos de cada pareja se hincan con ellos para aconsejarlos sobre el matrimonio.

Es una especie de plática en donde a él le dicen que debe trabajar para proveer comida y dinero en la casa en donde vivirán.

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Pero para ella los consejos son sobre cómo cocinar, acatar lo que diga su marido y no protestar nunca, puesto que él acaba de pagar por su vida y libertad. Le pertenece.

En ese momento la infancia de las niñas termina y se convierten en mujeres a cargo de una casa. Por esa razón, desde que nacen son educadas por madres y tías a perfeccionarse en la cocina, en las labores de limpieza y en atender a un hombre.

Escapan por violencia intrafamiliar

Jamás se habla de la intimidad y el sexo, eso es un tabú que se mantiene entre la familia, por lo que una vez que están con otra persona no saben qué hacer, son obligadas a tener relaciones y si se niegan son golpeadas por sus parejas.

Algunas de las mujeres llegan a escapar de sus hogares por la violencia que ejercen sus esposos, aunque esto significa el repudio de todos los que habitan en la zona.

La pobreza y la falta de oportunidades para las niñas de estas comunidades son una constante; en el mejor de los casos, concluyen su primaria y no tienen acceso a un nivel educativo más alto, a diferencia de lo que sucede con los hombres.

Por ello, ven con rebeldía que quieran seguir con sus estudios, peor aún que no quieran casarse y remen a contracorriente de la decisión de sus padres.

Ilustración: Fernanda Villanueva.
Narciso García
  1. Originario de Zitlaltepec, un poblado a 43.8 kilómetros de Metlatónoc, accedió a hablar con este diario sobre los usos y costumbres.

Ataviado con su sombrero, camisa llena de polvo tras dejar su siembra y portando un pantalón con un desgaste notable, Narciso se sienta a un costado de la escuela primaria, cerrada desde el inicio de la pandemia.

Asegura que antes las familias pedían una res y 20 litros de mezcal para ceder a su hija. Esto cambió y ahora la cuota por la niña se elevó, primero a los 60 mil pesos, luego a 100 mil pesos y, por último, la cifra se duplicó, además de costear grupos musicales para la boda.

Compromisos por cumplir

¿Cómo es la costumbre de pedir a las mujeres para el matrimonio? — Anteriormente, se hacía muy temprano, por ejemplo, a las 4:00 de la mañana el hombre venía y pedía a la mujer en la casa. Discutíamos cuál sería el acuerdo y la paga para poner fecha de la boda. Varias veces la familia accedía siempre y cuando se garantizara el pago de la boda. Si ambas partes nos poníamos de acuerdo, se establecía todo ese mismo día.

¿Qué pasa cuando no se tiene dinero?

— Esto no puede suceder porque es un compromiso, es a fuerza de que paguen. Eso es prioridad, no se puede hacer, se tiene que pagar. La costumbre es que se pague la cantidad que se acuerde o se pague la boda, la cual dura tres días, por eso es que se piden 60 cartones de cerveza y 60 cajas de refresco.

¿Cómo fue su boda?

— En mi caso no se pagó nada, sí hubo un convivió, mis familiares me apoyaron moliendo el maíz y haciendo la comida. En mi boda me dieron consejos sobre cómo llevar mi matrimonio, gracias a todo eso sigo con mi mujer. Aunque mis hijos ya se fueron a Tlapa.

¿Las mujeres nunca tienen el derecho para elegir a su esposo?

— E­s normal que discutan las parejas, o que el novio no quiera estar porque a la mujer le falta experiencia. Por eso se van. La mujer, por su lado, a veces no quiere seguir con su pareja porque no le gusta donde vive y regresa con su familia.

¿Cómo educan a las niñas aquí?

— Que respeten a sus maridos, los obedezcan y sigan los consejos que les damos. Deben seguir con su pareja.

Tomás

(Cambiamos el nombre del entrevistado, quien es oriundo de Zitlaltepec, porque solicitó anonimato).

¿Qué te dice esta tradición que prevalece? ­­— Nosotros –como mayores– no tuvimos la oportunidad de estudiar, estuvimos destinados para esto, pero nuestros hijos sí pudieron al menos estudiar. Por eso, ahora les inculcamos otras cosas, aunque no obedecen, no quieren seguir las reglas y se van. Las mujeres ahora pueden decidir y pueden escuchar lo que les dicen. Una vez que se pide la mano y si se llevan bien, uno eso lo festeja.

¿Qué sucede cuando no se paga? ­­— Cuando los chicos se juntan solitos se hace la boda, se hace una fiesta para celebrar. Anteriormente, los papás del novio eran los que iban a pedir a la mujer. No eran tantas fiestas, tampoco se hacía tanto negocio como sucede ahora, lo único que se hacía era venir a pedir la mano, a veces sí se compraba cerveza, alcohol, y también se acostumbraba a pedir cigarros.

¿Cómo fue tu boda? ­­— En la mía bailaron y tomaron, aunque ya se murieron mis hijos, ellos no me obedecieron y se fueron; se casaron en diferentes lugares. Mis hijos, por su parte, se fueron a otras ciudades, tuvieron su familia propia y sus fiestas religiosas, bebieron, comieron y fumaron. Yo a mi hija no la vendí porque no entiendo esa parte, aunque respeto lo de otros casos en donde sí se da una retribución o dote.

Datos que no mienten:
  1. 7 a 13 años es el promedio de edad de las niñas que son vendidas.
  2. 300 mil niñas se han visto obligadas a contraer matrimonio, la mayoría de ellas vendidas a una pareja mayor, lo que posiciona a México como uno de los países con la tasa más alta de matrimonio infantil.
  3. 19 mil habitantes tiene la comunidad de Metlatónoc.
  4. 94.3% carece de servicios básicos en sus viviendas.
Ilustración: Fernanda Villanueva.

“Es a fuerza de que paguen, es un compromiso entre las dos familias (la de la niña y la persona que la pide), por ello se debe respetar el acuerdo, porque a ella se le dio vestimenta, comida y educación”

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