Banksy, el grafitero más cotizado del siglo XXI, se ha pagado a sí mismo una suerte de “beca” de un mes en Nueva York para volver al arte callejero con una pieza diaria, desligarse de las galerías de arte y lanzarse a las redes sociales, aunque con resultados desiguales.
Como mucha gente anónima, el célebre artista británico ha llegado a la Gran Manzana dispuesto a dar un giro a su vida, aunque sea un giro a esa realidad “underground”, a ese discurso antisistema que le hizo famoso pero que acabó metiéndole en el propio sistema, en el mercado del arte de subastas desorbitadas y clientes como Brad Pitt.
Él, procedente de Bristol pero cuya identidad no ha sido jamás revelada, ha acabado llamando a los medios y dando una entrevista al Village Voice para confesarse: “El éxito comercial es un fracaso para un grafitero”, decía, asegurando que se plantea dejar de exhibir en galerías de arte y formar parte de los lotes de subastas.
Banksy entona el canto del “pobre grafitero rico”. Su fracaso es haber conseguido 163.000 libras esterlinas (192.000 euros o 26.000 dólares) por una de sus obras. Y quiere que su objetivo en Nueva York quede claro en su web: “Mejor fuera que dentro”, reza.
Su “debut” fue accidentado: su primera obra, en pleno barrio chino y que tenía el estilo más que reconocible de Banksy, fue borrada al cabo de una horas. ¿No sabían lo cotizado de su autor? ¿O era la primera señal de que Bansky no era bienvenido en Nueva York? Poco después aparecía otra pintada que decía “Banksy mayor o igual que Skrillex”, en referencia a un productor musical que también empezó en lo “underground” y se ha pasado a lo “mainstream”.
¿O realmente son la misma persona? El debate está abierto en Twitter. En cualquier caso, tras ser borrado su grafiti, Banksy escribió bajo las vías del frecuentado parque High Line “This is my New York Accent”, en doble significado de “este es mi nuevo acento neoyorquino” o “este es mi nuevo acento de York”, (Inglaterra).
Con una caligrafía prototípica del grafiti neoyorquino de los ochenta, abajo apostillaba: “Normalmente escribo así” en otra caligrafía más “sofisticada”. Al lado de este grafiti tan convencional, aparecía otro anónimo que le respondía: “No hay nada como el acento neoyorquino”.
“Mi plan es vivir aquí, reaccionar antes las cosas, ver las vistas y pintar sobre ellas”, aseguraba en la entrevista, concedida a través del correo electrónico. “Algunas serán bastante elaboradas, algunas serán solo un garabato en la pared de un baño”, aseguraba y, de momento, esa irregularidad se ha dejado notar.
Sin duda, el trabajo de Banksy sigue teniendo una amplia parroquia. Él, que certifica la autenticidad de sus trabajos publicando las fotos de sus grafitis, ha desatado en las redes sociales un movimiento para ayudar a localizar la sorpresa diaria y la esperanza de, por fin, desvelar su identidad.
Algunos, con menos generosidad, incluso se han dedicado a apropiarse de las obras y cobrar “entrada” para verlo, como ha sucedido en Brooklyn y cuyo video en YouTube ha causado furor.
Pero siendo una ley entre grafiteros no pisarse sus propios grafitis, sus obras no están siendo respetadas. Quizá porque Banksy no puede evitar tener detalles de artista del mercado, como el número de teléfono que pone en cada obra para que el viandante pueda llamar y escuchar la “audioguía” que le explique el por qué de su propuesta.
No sentó bien tampoco que añadiera a algunas pinturas ya hechas el sufijo de “The Musical”, como hizo con una pintada de “Occupy!” o “Playground Mob”, sobre la que han tachado y cerca han añadido un “Banksy. The Musical”. Así que Banksy, ya en el quinto día de su estadía neoyorquina, intentó diversificar y es así donde ha encontrado más éxito.
Subió su arte a una furgoneta, consiguiendo arte callejero pero portátil. Pero no solo se estropeó, sino que empezaron a circular unas fotos insinuando que quien se acercó a supervisar el estado del vehículo era el propio Banksy. Ahora bien: el jardín que llevaba dentro, con su puente, su arco iris y su río, ha sido hasta el momento una de sus obras más alabadas.
El siguiente paso innovador fue no crear una imagen, sino un video de YouTube, que en cinco días ha superado los cinco millones de visitas. En él, unos terroristas islamistas matan a Dumbo con un misil. “En vez de parecer ‘amateur’, esto parece un video intentando ser ‘amateur’ y fracasa”, dice uno de los comentarios.
Un corazón de globo lleno de tiritas recuperaba esas imaginería poética que le llevó a dibujar a dos policías homosexuales londinenses pintándose o a cambiar un cóctel molotov por un ramo de flores. Pero parece que Banksy en Nueva York, mientras soluciona su crisis de identidad, desata tantas pasiones y como odios.