Un hombre de unos 74 años de edad vive solo en una cueva en las afueras de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, donde permanece tras haber purgado una condena en el extinto penal de Cerro Hueco, y en espera, según su propia expectativa, de morir allá.
El individuo, que vive virtualmente distante de los seres humanos y que tras abandonar el presidio no cumplió el propósito de readaptación a la sociedad, dice llamarse Ramiro Cruz Sánchez.
Empero, quienes le conocen también le llaman Carmelino, algunos vecinos de zonas habitacionales cercanas le dicen Arturo. En entrevista, afirmó ser originario de esta capital y reconoció que enfrentó varios procesos penales en décadas pasadas y al ser excarcelado y no tener a donde ir, decidió construir una choza, cuya caída lo forzó a irse a las cañadas en el cerro Mactumactzá. Aquejado por diversas familiares y en estado lamentable, nadie lo reconoce como su familiar, nadie lo ha reclamado, vive en medio de la basura, de la podredumbre, en el frío de la roca sin más compañía que sus perros y las pulgas de éstos.
Aún en medio de la basura, del ambiente en mal estado que ha creado, pues desde lejos expide fétidos olores, Cruz Sánchez asegura que es un hombre de paz, en paz y que no tiene a donde ir, ni sabe a qué institución médica recurrir. Desconoce la gravedad de sus enfermedades, si tiene cura o no, o riesgo para su vida, pero cree que la cueva es su única familia, pues lo suyo es estar ahí.
Este singular personaje vive de la caridad de los vecinos de la colonia Cerro Hueco y otras cercanas que con todo y su difícil condición se acercan a regalarle comida. Dijo no desconocer a la gente, pero es claro al señalar que prefiere el monte que la ciudad. Por ello, ya ni se acuerda de cuántos años estuvo preso, ni porqué, ni el día en que fue liberado, pero insiste en que se llama Ramiro Cruz Sánchez y que tiene más de 74 años de edad.
A veces se le observa en las pozas cercanas al Museo de Ciencia y Tecnología de Chiapas, donde hay agua sucia y lodo. Cuando sale de la cueva, los vecinos que se compadecen de él y lo ven por sus alrededores creen que ya tiene hambre y que es hora de darle de comer.
Nunca se interesó por su familia si es que la tuvo, no la recuerda, quienes la habrían integrado, si tuvo esposa e hijos, pero de lo poco que sí tiene certeza es que es originario de esta capital y que nunca se adaptó a la ciudad al salir de la penitenciaría. Su vida y su ambiente es el monte, la cueva y cree que ahí habrá de morir.
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