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Costureras, símbolo de lucha nacido del terremoto del 85

A sus 67 años, Guadalupe Conde ha pasado media vida cosiendo y la otra luchando por los derechos de las costureras, a quienes el terremoto de 1985 masacró y cuyas supervivientes aprendieron lo que significaba la explotación laboral y el arte de defenderse.

“No les pedimos un viaje a la luna. Simplemente nos estamos abocando a lo que marca la ley, un peso más no le estamos pidiendo a ningún patrón”, decía una Conde treinta años más joven, frente a la cámara de la documentalista Maricarmen de Lara, en una protesta ante la Secretaría de Trabajo.

Hoy, tres décadas después, ve en aquellos días de lucha el sacrificio necesario para que la pérdida de tantas vidas (al menos 600 costureras fallecieron atrapadas en los talleres) tuviera un mínimo sentido.

“Nos abrieron los ojos. Tuvimos que ver toda esa sangre para nosotras podernos defender”, cuenta a Efe en una entrevista en la sede de la Asociación Costureras y Costureros 19 de Septiembre, muy cerca del metro de San Antonio Abad.

En esa zona ubicada en la colonia Obrera de la capital mexicana se localizaban la mayoría de los talleres de costura en los que en los años 80 trabajaban miles de personas, especialmente mujeres.

El terremoto del 19 de septiembre de 1985 destruyó más de 800 talleres, gran parte de ellos clandestinos, donde miles de mujeres trabajaban sin ningún tipo de prestación social. Más de 40.000 costureras se quedaron sin trabajo y sin derecho a una indemnización.

Conde cuenta algunos detalles sobre las condiciones de su trabajo. Iban al baño y si había más de cinco “prendía el foco e iba la jefa a sacarnos”, sin espejo, ni papel, ni agua, con 3 baños para setenta personas… Diez horas de trabajo, con media hora para comer.

Muchas costureras murieron porque para evitar robos los jefes cerraban la puerta con llave y no pudieron escapar. Muchos edificios que albergaban talleres cayeron al no estar preparados para soportar el peso de la maquinaria de costura y, sobre todo, de los enormes rollos de tela.

“Era mucho peso para los edificios”, asegura Conde, quien en aquella época trabajaba en un taller de la calle Fray Servando cuyo primer piso se hundió. Ella se salvó porque entraba a las 08.00 y el terremoto fue a las 07.19.

La situación de desprotección en la que se sintieron las costureras las hizo reaccionar, pues fueron muchas las que observaron cómo sus patrones sacaban antes los rollos de tela y las máquinas que los cadáveres de las mujeres e incluso que a las supervivientes.

“Adentro estaban las supervivientes gritando que querían agua y los patrones estaban sacando las telas. Yo no oí eso (se lo contaron), pero sí las vi salir muertas de ahí sin un rasguño, hasta diez u once días después”, asegura Conde.

Decenas de mujeres “se murieron de sed y hambre y porque les faltaba (aire) para respirar”, las llamaban “las ahogadas”. “Decían ‘ya están sacando a las ahogadas’ y las estaban sacando de ahí” sin rasguños.

Así, viendo cómo los patrones se llevaban lo único que podía garantizarles cobrar una indemnización, las supervivientes organizaron un campamento y no se movieron de la zona durante meses.

Formaron la Unión de Costureras en Lucha y la Coordinadora de Costureras del Centro para impedir que los dueños se llevaran la maquinaria rescatada y que las autoridades las desalojaran.

Se fueron caminando hasta la residencia presidencial de Los Pinos y fueron recibidas por el entonces presidente, Miguel de la Madrid. Lograron muchos de sus objetivos.

Concepción Guerrero, costurera de 68 años, cuenta a Efe que a las trabajadoras de su taller el patrón las liquidó, pero solo por la presión existente.

De esta lucha acabó formándose el sindicato de costureras, liderado por Evangelina Corona, quien llegó a ser diputada federal en los años 90.

En su comité participó también Guerrero y ese fue el final de su trabajo como costurera, ya que “todas las que quedamos en el comité del sindicato” salieron en los periódicos y “cuando yo llegué al trabajo, me dijeron que ya no podía entrar”, recordó.

Hoy, en la zona de San Antonio Abad, donde antes había una fábrica de doce pisos que se hundió, levantaron un banco. En el lugar donde estaba Topeka, uno de los talleres donde más mujeres murieron, hay un terreno baldío.

Pero siguen quedando algunos de los talleres de antaño y en ellos, denuncia Conde, todavía se trabaja bajo condiciones que distan mucho de todo lo que ellas llevan pidiendo para su gremio durante las últimas tres décadas.

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