Mientras en Europa se dispone el tablero militar que habría de dar forma al resto del siglo XX, en un campamento militar de Fort Riley, Kansas, una cepa especialmente mortífera del virus influenza se propaga por el Medio Oeste americano.
Cuando el ejército estadounidense en marzo de 1918 desembarcó en Brest (Francia) para dar su apoyo a la Triple Entente, introdujeron en el continente europeo esta gripa que pronto empezó a afectar a soldados de ambos bandos, tanto a ingleses, rusos y franceses, como a alemanes, austriacos y húngaros. Pero los periodistas en esos países no escribieron una línea al respecto: estaban atados de pies y manos, ya que sus gobiernos temían que pudiera suponer un golpe a la moral pública.
Fueron los reporteros de un país bélicamente neutral y con cierta libertad de prensa quienes empezaron a publicar información sobre aquella devastadora epidemia, ganándose la mala reputación de la que quedaría bautizada como «gripe española» para siempre. Hoy 100 años más tarde, la prensa ibérica retoma esta pandemia que podría volver con mayor fuerza.
La enfermedad acabó entre 1918 y 1919 con más de 50 millones de personas en todo el mundo —en España fueron unas 250.000 según las estimaciones más conservadoras— y redujo en 12 años la esperanza de vida mundial. Algunos historiadores sugieren que incluso pudo tener un papel en la Primera Guerra Mundial, ya que las tasas de mortalidad fueron mayores en Centroeuropa, lo que pudo decantar la balanza a favor de los Aliados.
¿Por qué el virus fue tan mortal?
Por supuesto, la gripe no era algo desconocido en 1918, aunque esta versión desconcertaba a los médicos de la época. Primero, por su alta mortalidad. Mientras la gripe habitualmente acababa con la vida de menos del 0.1% de las personas que la contraían, la gripe española era capaz de fulminar a más del 2.5% de los enfermos. Esto es, era 25 veces más virulenta que una gripe convencional.
Esta gripe española tenía algo más: mientras el virus influenza se cebaba habitualmente con personas inmunodeprimidas, como niños o ancianos, la gripe española atacaba sin remisión a jóvenes de entre 20 y 40 años, y además violentamente: muchos acababan muriendo en sus propios fluidos tras severos sangrados nasales.
Fue otro español, Adolfo G. Sastre, microbiólogo en la Facultad de Medicina del Hospital Monte Sinaí, quien emprendió la peliaguda tarea de reconstruir el virus que acabó, aproximadamente, con el 5% de la población mundial. En 2006 mostró en un estudio del ‘Journal of Infectious Diseases’ que el virus de 1918 era, probablemente, una recombinación de un tipo de gripe aviar con capacidad de infectar a humanos.
«El virus influenza que provocó la pandemia de 1918 sigue siendo un ejemplo de lo devastadoras que pueden ser estas pandemias«, decía recientemente el español a ‘Nature Microbiology’. «Esto nos obliga a aumentar nuestro conocimiento de cómo podemos mitigar la influenza en humanos para prevenir futuras pandemias».
Años más tarde, otros científicos han logrado reconstruir la secuencia genética exacta del virus, apuntando a una gripe aviar que llegó a los cerdos y luego a los humanos y llegando incluso a pronosticar que un brote similar en Estados Unidos a día de hoy sería capaz de provocar entre 188,000 y 337,000 muertes.
Serían aproximadamente la mitad del más de medio millón de cadáveres que dejó la gripe española hace un siglo, pero aun así una auténtica escabechina.
¿Podría volver a golpearnos?
Actualmente se cuenta con un arma importantísima con la que por entonces no contaban: la vacuna contra la influenza que llevamos usando y mejorando desde 1945. Pero, como hemos podido comprobar este mismo año, por sí sola no basta, precisamente porque el virus influenza escapa a cualquier marcaje.
Está mutando constantemente, afectando a especies que se desconocía que afectaran, de ave a cerdo, de cerdo a humano y vuelta a empezar. Tipo A, tipo B, H1N5, H2N9… un carrusel de combinaciones que cada año trae nuevos premiados.
Para José Ramón Cisneros, presidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica en declaraciones a El Confidencial, que una mutación fatal como la que se dio en 1918 vuelva a ocurrir «es biológicamente posible«, explica el infectólogo a Teknautas, «pero el mayor mensaje que hay que dar es que tenemos una herramienta que, aunque imperfecta, evita la gripe en un porcentaje muy alto y no la estamos utilizando», dice Cisneros en lo que considera «un fracaso colectivo».
«La gripe produce mortalidad no solo a mayores, incluso en personas sanas«, añade el doctor, «y a veces hacemos más caso a enfermedades que matan a una o dos personas al año que a esta, que mata a cientos».