Mónica tiene apenas 15 años, pero dice que lleva toda la vida esperando por este momento.
Es un sábado caluroso en la ciudad de Los Ángeles y la adolescente por fin se ve convertida en lo que anhelaba ser, así fuese por un día: una princesa.
Lleva un vestido abultado de tul celeste, su pelo está arreglado con minuciosas ondas y el maquillaje la hace ver mayor. Mientras entra a la capilla, turistas y caminantes le piden sacarse fotos con ella.
Pero ser "princesa" viene con un precio, a menudo sobre los miles de dólares.
"Gastamos casi US$9.000 y trabajamos horas extra durante un año completo para esto", cuenta su madre, Adriana, que es gerente en una empresa de préstamos a corto plazo.
"Es una tradición hispana que tenemos de nacimiento y cuando tenemos hijas celebramos sus quinces", dice con una sonrisa.
A esa tradición le llaman "Quinceañera" y se celebra con distintos matices en la mayoría de los países latinoamericanos.
Pero en México es especialmente rimbombante y además de la fiesta se celebra una misa católica en la que el sacerdote bendice a la adolescente en su camino hacia la adultez.
En Estados Unidos, lejos de perderse, la costumbre está muy vigente, especialmente en el oeste y centro-oeste del país, donde las comunidades mexicanas y centroamericanas son numerosas.