Este sábado falleció Lourdes Ruíz, también conocida como la Verdolaga Enmascarada, quien ostentaba el título de la campeona y reina del albur desde hace más de 20 años ¿Pero cómo comenzó todo?
La Verdolaga buscaba compartir la experiencia del albur con los demás. Por esta razón abrió el “Diplomado de albures finos” dentro del Centro de Estudios Tepiteños y Observatorio Barrial, donde básicamente ayuda a las personas a mandar a la chingada todos esos tapujos de “las malas palabras vs. las buenas, oh, las buenitas palabras”.
El puesto en el que Lourdes despacha (su negocio y sus albures) estaba ahí, en la calle Aztecas esquina con Bartolomeo. Pero varias veces al mes, Lourdes visitaba el centro de estudios donde sus pupilos van a desempolvarse la lengua.
La Verdolaga se hizo campeona de albures en 1997, durante un torneo organizado en el Museo de la Ciudad de México, en la exposición Centro extraviado y algunos barrios encontrados. Según Lourdes, la Musa Callejera y la Señora Pobreza, hicieron de Tepito la cuna del albur, y es ahí donde se desarrolla esta conversación que desmenuza, estira y exprime los significados de las palabras, para darles un doble sentido (o triple o hasta de perrito) y explora todas las posibilidades que escapan a los significados de cajón.
En 2012, VICE entrevistó a la Verdolaga sobre su historia con el albur y este fue el resultado
¿Para ti qué es el albur?
Puro doble sentido y muchas risas, el remedio para no estar tan encajonados como nos quiere tener el gobierno, la escuela, el marido, el novio… Una manera de salirse tantito del huacal.
¿El albur es tu trabajo o es pura diversión?
El albur es lo que me divierte, me da pila para seguir en la chamba porque también en el trabajo yo la cotorreo. El señor que ya me vio trabajar en el puesto, se da cuenta de que yo grito: “¿Qué talla, qué talla?” [risas] y bueno, quien me contesta, qué bueno y si no ps no talla nada, ni vello púbico ni nada.
Para mí es la cábula de la poesía erótica, me gusta tener la ligereza de los niños; aunque no te creas, las niñas y los niños jugaban antes con las pompas de jabón y ahora juegan con las de a de veras [risas].
También cuando es uno niño le dicen: “lindo pescadito, no quiere salir”, cuando es uno joven le dicen: “tiburón, tiburón”, y ya cuando está uno viejito le dicen: “sombras nada más”. Así es mi forma de ser…
¿Y cómo se le hace para poder alburear sin que le metan un cogidón verbal?
Uno tiene que hacer a un lado los complejos para poder tener más reflejos, hasta en la vida. En alguna ocasión vi que en Twitter alguien decía que era de nacos, de vulgares, de corrientes, de gente sin cultura. Y dejen les digo que se equivocó totalmente, porque para ser un buen alburero necesita uno tener demasiada cultura porque le hablan a uno de cualquier cosa y con albures contesta uno, basado en la plática.
¿Y como cuántos verbos manejas?
Bastantes. En la primaria de mi hija, por ejemplo… Es una escuela de monjas, imagínense el contraste; un día me mandó llamar la maestra y me dijo: “Hay un problema, los niños están empezando a alburear”. Yo dije: “Chin, es la mía”. Me quise hacer chiquita, la gente que me conoce volteó a verme. La maestra dijo: “Están conjugando ‘meter’, ‘sacar’ y ‘chingar’”, y dije “no, ésa no es la mía porque ella conjuga un montón de verbos” [risas].
¿O sea que tu familia también alburea?
En la casa no hay temas prohibidos. Cuando fui niña había muchos tabúes, no se hablaba de sexo, drogas ni de prostitución. Ahora en mi casa sí se habla de todo, a lo mejor hay lugares en donde no se puede hablar pero en la casa platicamos. Eso lo hago porque ya no le puedo decir a mi hija que los bebés los trae la cigüeña de París, no, ni madres, por eso hay hospitales y hay que tener cuidado porque ahora hay enfermedades nuevas.
¿Y qué, un buen albur se ayuda de una buena grosería?
No mijito, por ejemplo, yo no pagaba un boleto para ir a ver a Polo Polo a que me miente la madre. A él le ha funcionado y qué padre, pero yo no lo pagaba. No se vale chingar a los demás. Hay tantas cosas que se pueden hacer con los albures, no hace falta insultar a los demás.
¿Como empezó todo?
Cuando fui niña en la casa no se decían groserías o nos lavaban la boca con jabón. Yo me juntaba con unos chavitos cuyos padres vendían helados, eran los neveros de aquí de Tepito. Y empecé a escucharlos, y yo me preguntaba de qué se reían. “Luego te explicamos, estás muy chava”, así empezó la curiosidad. Me empezaron a explicar y dije: así quiero hablar. Me di cuenta que yo en la casa ya los había escuchado sin darme cuenta. Y descubrí que los albures eran todo el tiempo y empecé a ejercitar mi mente.
Ya con práctica me di cuenta de que hay gente que viene con el afán de chingar, pero yo siempre he dicho: aquí el chingón, chingó a su madre. A veces me dicen “A poco sí, mucha reata”, ps sí, ¡claro, mi chavo! Me encuentro gente así y es muy normal porque esto es de hombres, esto es de machines, pero no se han puesto a pensar que “macho” va con eme de mujer. Esto es muy común porque vivimos en un país muy machista porque nosotras como mujeres lo permitimos. En la casa, mi papá lleva los pantalones, pero nomás a la tintorería.
El albur es el juego verbal, es aprender a conjugar las etimologías griegas con las raíces latinas y la gramática con la literatura barrial.
¿Qué es lo que te motiva a no dejar de lado los albures?
A mí lo que me motiva es Tepito. Es el actor principal de todo esto. Y esto me ayuda a quitarle un poco ese estigma, ese etiqueta que le han puesto. Lo que me gustaría a mí como tepiteña es limpiarle el nombre. Pero me conformo con limpiarle la T, lo demás siempre va a estar batido, así que con eso me conformo.