Dicen los maestros de sabiduría espiritual que el más grande arte que podemos hacer es convertirnos en artistas de uno/a mismo/a, es decir, que el propio destino se vaya labrando como una pieza artística irrepetible y de enorme belleza. Acercarnos al arte en cualquiera de sus formas va siendo como un recordatorio en nuestro camino de aquellas aspiraciones de lo hermoso, de lo sublime, del talento que quiere asomarse y llegar hasta su punto más alto, y que está latente para manifestar grandes obras.
Por eso el arte es tan trascendente, pues sin estas alarmas, al ser luminoso que todos llevamos dentro le sería más difícil despertar. También porque el arte refina nuestra precisión para ser y para hacer, o sea, que esculpe un camino más supremo y definido para vivir. Al escuchar las notas de la música clásica, por ejemplo, las ondas cerebrales se vuelven más armónicas, y por lo tanto las ideas tienen más capacidad para ordenarse. Al contemplar una pintura o escultura que nos golpea directo al corazón la capacidad de tener compasión se amplifica, y con ello, el esfuerzo por comprender sin juzgar, que es lo que expande nuestra habilidad para traspasar los problemas con más facilidad.
El arte es una forma de regresarnos continuamente al origen o a la fuente de todo lo que es, lo que nos coloca en un oasis donde todo puede volver a regenerarse. Existen ya muchos estudios donde se ha demostrado que el arte aplicado de maneras terapéuticas ayuda a la recuperación de la salud física y emocional, y con ello a la mejora de los problemas sociales, pues para los grupos en cualquier ámbito que atraviesan desventajas como recuperación de adicciones, condenas en cárceles o personas mayores en abandono, el arte es un gran incentivo y puente de reinserción en la sociedad. El arte y la cultura son piezas indispensables para que desde todos los segmentos de nuestra sociedad reparemos el tejido que se ha lastimado tanto, comenzando por lo más importante que es hacer de nuestra propia vida una manifestación de arte, disfrutándolo todo, bueno, malo o regular, y agradeciéndolo también; saboreando a cada paso del camino la oportunidad de un día más, de una hora más, de un minuto más, y dando lo mejor de sí como lo hace un artista: entregándose sin reservas.
Ya sea que nos toque ser padres de familia, empleados, empresarios, servidores públicos, y al final todos ciudadanos, lo que realizamos puede ser proyectado como una espléndida obra de arte, en vez de una aburrida e insípida rutina o de una burda negligencia. Por eso los invito este domingo 18 de junio a envolvernos nuevamente en una atmósfera de música ejecutada con maestría, llevados de la mano por narraciones que despiertan la imaginación, y alimentan la voz creadora de magia y luz que tal vez hace mucho tiempo no escuchamos. Juntos vamos a crear otro momento clave de expresión y de expansión, pero con toda seguridad, nos vamos a divertir. ¡Allá nos vemos!