Opinión

Refugiados entusiasmados buscan empleo

El presidente Donald Trump se dispuso a limitar de forma dramática la entrada de inmigrantes legales y refugiados, al restringir la cifra de estos últimos a 45 mil, el total más bajo desde que empezó el programa en 1975

(ANDREW MANGUM/NYT)

Los analistas esperan que la tasa de desempleo se hunda más esta semana, por lo que han aumentado las quejas sobre la escasez de trabajadores, desde conserjes hasta prodigios de la computación.
Sin embargo, las empresas que recurren a los reclutadores de personal como Ray Wiley suelen tener dificultades especiales: los empleos que ofrecen se encuentran en lugares remotos, el trabajo se paga mal y es desagradable; y los nacidos en Estados Unidos, en particular los hombres blancos, por lo general no están interesados.
“Los empleadores nos llaman todo el tiempo”, afirmó Wiley, quien trabaja principalmente con plantas de procesamiento de carne y aserraderos que tienen problemas para mantener a los trabajadores a pesar de que la tasa de desempleo supera por un buen margen el nivel bajo que tradicionalmente ronda el 4.1%.
Ahora que la economía se encuentra en un terreno sólido durante su noveno año de recuperación, hasta los trabajadores en puestos básicos tienen más opciones. Por lo tanto, la empresa de Wiley, East Coast Labor Solutions, encuentra trabajadores —en esencia refugiados de países que han sido azotados por la guerra y no hablan inglés— para laborar en Atlanta, San Diego y otras ciudades. Otros candidatos son los puertorriqueños que desmoralizó la falta de empleo en la isla, así como inmigrantes —con estatus legal, enfatizó Wiley— que pueden pasar una prueba de drogas sin problemas.
“Si supiera que hay mil refugiados que necesitan y quieren un trabajo, les encontraría empleo este mes”, mencionó Wiley, cuya pronunciación distintiva al arrastrar las palabras brinda tributo a sus raíces de Georgia. A los empleadores les gustan los refugiados, comentó. No cabe duda cuál es su estatus legal, señaló, y en general están más motivados y trabajan más duro, aunque sea porque su situación es más complicada.
“Estoy listo ahora”, dijo Ronald Johnson, de 37 años, cuando llegó una tarde con dos amigos al segundo piso de un edificio donde está ubicada la sencilla oficina de Labor Solutions en Silver Spring, Maryland. Otras personas de su comunidad de refugiados de Sierra Leona le comentaron que esta agencia podía colocar a cualquiera que estuviera dispuesto a mudarse a un estado cercano. “Quiero ir donde paguen más dinero y cobren menos renta”.
En una hora, los tres hombres aceptaron mudarse a una ciudad rural de la que nunca habían escuchado para realizar un trabajo que nunca habían hecho.
No obstante, con el argumento de proteger la seguridad y los empleos de la nación, el presidente Donald Trump se dispuso a limitar de forma dramática la entrada de inmigrantes legales y refugiados, al restringir la cifra de estos últimos a 45 mil, el total más bajo desde que empezó el programa en 1975. El ritmo actual de admisión ha caído debajo del nivel, con lo cual las fábricas procesadoras de carne y otras industrias similares podrían tener aún más dificultades para llenar sus filas.
“Agradezco que Trump haga el intento de crear más empleos para los estadounidenses”, comentó Wiley, en respuesta al argumento del presidente respecto de que los inmigrantes estaban robando los puestos a los nacidos en Estados Unidos. “Pero hay algunos trabajos con bajos salarios que no son atractivos y que los estadounidenses no quieren hacer”.
Por supuesto que los aceptarían, si la paga fuera lo suficientemente  buena. Cuando los empacadores de carne crearon sus sindicatos y se ubicaron en ciudades como Chicago, el promedio de los salarios por hora era de 20 dólares actuales, y tenían beneficios generosos. Pero, en la década de 1960, los empacadores comenzaron a mudarse a las zonas rurales, y llevaron a los trabajadores donde vivían los animales en vez de hacerlo al revés. El cambio permitió que las empresas redujeran los sueldos de forma drástica, escaparan de las presiones de la negociación colectiva y apresuraran la producción.
La medida de pasar de lugares con salarios altos a sitios con sueldos bajos se ha vuelto un lugar común a medida que se ha globalizado la economía, lo cual ha provocado el declive de las comunidades de clase media.
En el ámbito internacional, hace poco tiempo las empresas como Carrier y Rexnord cerraron fábricas en Estados Unidos y pasaron sus operaciones a lugares como China, Vietnam y México, donde se puede encontrar mano de obra a bajo precio.
Incluso, mucho tiempo antes de que surgieran las quejas sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) o que las importaciones de acero de China inundaran los encabezados de los periódicos, una versión estadounidense de este patrón se estaba desarrollando en algunas industrias. Además, cuando disminuyeron los sueldos, sucedió lo mismo con los rostros de la mano de obra, la cual dominaron alguna vez los hombres blancos. Las mujeres, los inmigrantes y la gente de color ahora cuelgan pollos en ganchos o los cortan en pedazos sobre una línea de montaje.

Reciben la mitad del salario que ganaban sus contrapartes cuatro décadas atrás (después de considerar la inflación) y tienen menos beneficios y protecciones. Esas condiciones no promueven una estabilidad a largo plazo. En algunas plantas, los empleadores deben remplazar hasta al 70% de su personal cada año.
Reducir esa cifra se ha vuelto cada vez más complicado, ya que ha caído la tasa de desempleo y varias ciudades han aumentado el salario mínimo.
Ahí es donde entra en acción Wiley. Sus reclutas vienen de partes del mundo que Trump ha denigrado en repetidas ocasiones, como África y México. Algunos acaban de llegar al país y duermen en el sofá de un pariente; otros son residentes desde hace mucho tiempo pero reciben sueldos bajos, pagan rentas altas, realizan viajes largos al trabajo o tan solo tienen una racha de mala suerte. Lo más común es que Wiley encuentre trabajo para varias decenas cada mes.
“Acepto cualquier trabajo”, dijo Suleiman Kabba, de 42 años, quien llegó junto con Johnson a la oficina que tiene Labor Solutions en Silver Spring, un suburbio de Washington. Recientemente, Kabba se había mudado a Maryland y se le estaban terminando sus últimos dólares. Necesitaba ahorrar para remplazar documentos de identidad que le habían robado y para comprar boletos de avión, pues quería que sus dos hijos que aún se encuentran en Sierra Leona estuvieran a su lado. Se quitó los lentes polarizados y jaló el cuello de su camiseta que decía USA: mostró las cicatrices de una bala que le atravesó el ojo y le salió por el lado izquierdo del cuello cuando su familia fue atacada durante la guerra civil en Sierra Leona.
Haimonet Demcasso, el reclutador, explicó en dos idiomas las generalidades de los trabajos. El empleo en la planta de aves de corral paga apenas entre 11 y 13 dólares la hora y se ubica en pequeños poblados de Virginia y Virginia Occidental. Labor Solutions paga el transporte a los reclutas, les encuentra un apartamento que comparten, les ayuda a llenar el papeleo y les da por adelantado el dinero para cubrir los costos del viaje, el primer mes de renta, el depósito de garantía, unas botas para trabajo pesado y las cosas esenciales para el hogar. Podrán rembolsar el dinero con sus sueldos sin intereses a una tasa de 60 dólares por semana.

Los salarios de trabajadores de la planta
Reciben el mismo sueldo que otros trabajadores de la planta, pero durante un año son empleados de Labor Solutions, hasta que hayan pagado los préstamos.
Tendrán más detalles sobre el trabajo una vez que pasen por el proceso de adaptación al puesto en la planta, comentó Demcasso.
Para Johnson, quien acababa de perder su trabajo de chofer de una furgoneta y ya estaba esquivando llamadas de cobradores, el dinero por adelantado hizo la diferencia. “Para que pueda rentar un apartamento, necesito un montón de dinero”, mencionó.
Su esposa, Elizabeth, fue más escéptica cuando se enteró del trato. ¿Un apartamento y dos trabajos los estaban esperando? ¿Dinero por adelantado? Había muchos reclutadores sin escrúpulos que prometían cualquier cantidad de cosas y engañaban a los confiados que buscaban trabajo, un lado cruel y sórdido de la industria que es demasiado común, reconoció Wiley.
“Estaba muy desconfiada”, dijo Elizabeth Johnson. Pero después de ir un día a Woodstock, Virginia, a ver la zona y los salones de clase donde irían sus dos hijos, quedó convencida. “Me encantó la escuela con tan solo verla”, comentó. Lo más importante: no vio las señales de drogas, violencia o intimidación que plagaban el vecindario de White Oak en Silver Spring, donde vivieron de forma temporal con una familia. “Además no hay cucarachas, ratones ni ratas”.

La ayuda de reubicación no era suficiente

Wiley dijo que cuando empezó a trabajar con refugiados en 2008, la  mayoría birmanos, no ofrecía dinero ni apoyo, pero pronto se percató de que las colocaciones no iban a durar mucho sin esta ayuda. La ayuda de la agencia de reubicación era temporal y muchos de los candidatos no hablaban inglés. Así que contrató a gerentes de caso para traducir, ayudar con las inscripciones en las escuelas, llevar a los reclutas al supermercado, encontrar clases de inglés y más.
Berhane Teklay, quien alguna vez colgó pollos de cabeza en una planta, se encarga de los poco más de 30 trabajadores que Wiley ha colocado en Woodstock.
Teklay es originario de Eritrea y llegó después de obtener una visa en la lotería de visas de diversidad: un programa que el gobierno de Trump prometió cerrar hace poco tiempo. Este año, se convirtió en ciudadano estadounidense.
“Se necesita a alguien que te ayude a entrar al sistema”, comentó Teklay, y es lo que hace Labor Solutions. Para los refugiados que no  pueden hablar bien inglés ni saben manejar un auto, señaló, un trabajo en una planta procesadora de carne es casi lo mejor que pueden hacer.

 

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