La semana pasada el presidente Donald Trump amenazó con cerrar la frontera; sin embargo, dado las reacciones negativas al anuncio – provenientes incluso de su propio partido -, tuvo que matizar su anterior declaración, y “estableció” un plazo de un año para hacerlo. Aunque es claro que “cerrar la frontera” impactaría negativamente a Estados Unidos y por tanto la probabilidad de que esto suceda es baja, México debe estar preparado ante la impredictibilidad que ha caracterizado al gobierno de Trump.
El “cerrar la frontera” tendría un impacto económico enorme en México, y por supuesto, se pueden desde hoy, implementar medidas para mitigar estos efectos. Sin embargo, los impactos económicos son interdependientes, y un “cierre” de la frontera tendría además graves consecuencias sociales y culturales.
Y es que aunque la frontera se cierre materialmente, la frontera no puede entenderse como un mero límite geográfico, sino a través de las prácticas del Estado que buscan regular la migración, y de miles de sujetos y comunidades que la resignifican día con día a través de actividades económicas, culturales, afectivas y hospitalarias. Por ello, Trump no puede cerrar la frontera, la frontera – con sus contradicciones, su porosidad, y sus peligros – seguirá ahí.
Lo he reiterado en este mismo espacio en otras ocasiones: México debe prepararse para construir una política migratoria humana, para fortalecer los lazos entre las ciudades fronterizas, para construir alianzas con los actores económicos, políticos y sociales que se verían afectados por el cierre anunciado por Trump. México debe prepararse para construir una política que priorice a las personas y sus derechos.
La frontera no se cierra por decreto: los lazos comunitarios, históricos de las ciudades fronterizas están y seguirán ahí; los sueños y objetivos de miles de mexicanos y centroamericanos seguirán ahí. Por ello, México debe diseñar una estrategia para protegerlos de ideas, prácticas, y políticas xenófobas y racistas.