Nadie mejor que la activista Greta Thunberg ha expresado la grave situación en la que nos encontramos: nuestra casa, la Tierra, está en llamas. La semana pasada en la Ciudad de México y en muchas otras ciudades del país, esta afirmación cobró un sentido lamentablemente literal. Esta ha sido una llamada de atención para asumir el momento en el que nos encontramos como lo que es: una emergencia ambiental.
Los científicos han alertado que hoy hay más dióxido de carbono en nuestra atmósfera de lo que ha habido en 3 millones de años. Una estrategia ambiental integral debe reconocer esta realidad; sin embargo, la actual estrategia ha quedado muy corta.
Las políticas del Gobierno Federal ignoran la crisis ambiental que atravesamos como humanidad, prueba de ello son la intención de construir más refinerías en un contexto global que transita hacia las energías limpias y renovables; el proyecto del Tren Maya sin consultas a las comunidades indígenas o estudios de impacto ambiental; y la cancelación de la declaratoria de la reserva del Mar de Cortés. Estas acciones no son aisladas, reflejan una visión que no considera a los territorios – incluidas las personas que los habitan – como prioritarios; y que perpetúa una perspectiva extractivista poco sustentable, y que pone en grave riesgo otras acciones de prevención, mitigación y adaptación al cambio climático en nuestro país.
La relación que como humanidad hemos construído con el planeta ha estado basada en la explotación, la extracción y el saqueo. El costo para el planeta y millones de seres vivos ha sido incalculable. Esto tiene que cambiar o las consecuencias terminarán con nuestro planeta y por quienes lo habitamos, empezando por los sectores más vulnerados. Para construir una relación distinta con el planeta es necesario que el respeto al medio ambiente esté en el corazón de todas las acciones y políticas de los gobiernos. Sin acciones contundentes, los costos humanos, ambientales e incluso económicos, serán irreversibles.