Cada una de las personas que habitamos en este planeta tenemos características diferentes. Algunas de ellas son visibles, como la edad, el género, etnia o algunas discapacidades. Estas representan tan sólo el 10% de lo que se observa.
El otro 90% de nuestras capacidades es no visible y comprende a nuestros talentos, educación, dominio de idiomas, identidad de género, religión, estado civil, experiencias, responsabilidades, creencias, orientación sexual, discapacidades no visibles y más.
Una vez aceptada esta diversidad, debemos entender que hay distintas dimensiones que conviven entre sí y que dependen de las decisiones y expresiones que decidamos tener sobre nuestra persona. La diversidad depende, además, de inclusión. No se puede dar por sí sola, pues debemos generar espacios en donde todas las personas puedan convivir.
Los entornos son muy diversos. Desde la exclusión, en el que simplemente no se acepta la presencia de las personas con características distintas, pasando por la segregación, que separa los grupos de personas, hasta la integración, donde se aceptan las personas distintas, pero con sus reservas, para llegar a la inclusión, donde todas y todos forman parte de un grupo sin mayor distinción.
Lo cierto es que, en México, hay cuatro grandes grupos en situación de discriminación: mujeres, personas con discapacidad, personas adultas mayores y comunidad LGBT+. Las mujeres, por ejemplo, ganan en promedio 34% menos que los hombres. Tan sólo el 25% de las personas con discapacidad con ocupación económica tienen un contrato. Sólo 4 de cada 10 adultos mayores tienen acceso a servicios de salud públicos. Personas de la comunidad LGBT+ tardan alrededor de 6 a 8 meses para conseguir empleo.
A estos habrá de sumarse a las personas afrodescendientes; a las discriminadas por sus creencias religiosas; personas con VIH; comunidades indígenas; personas migrantes; y niñas, niños y jóvenes.
Lograr su inclusión requiere de la generación de espacios en donde todas las personas puedan convivir, sin exclusión ni segregación, integrando a todos los participantes con ambientes inclusivos.
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Para ello, las empresas se deben enfocar a crear espacios seguros con inclusión y diversidad, además de aceptar el talento más allá de las diferencias, lo que genera que el personal tenga mayor creatividad, innovación, desarrollo y desempeño. Esto provoca un efecto multiplicador de productividad en el personal, mejorando la rentabilidad de las empresas.
Es necesario crear un círculo virtuoso, empezando con el compromiso de la alta dirección, así como un marco de responsabilidades; un Comité de Diversidad e Inclusión que integre a los grupos débiles; el apoyo a las fuentes de talento en condiciones de igualdad laboral; y planes y programas de desarrollo profesional enfocados en el talento, así como la generación de ambientes incluyentes, entre otras.
En la ABM sabemos de la importancia de la inclusión y la diversidad, para las empresas, pero principalmente para nuestras personas colaboradoras. Por eso, con visión social e incluyente impulsamos la creación de un Comité de Diversidad e Inclusión, desde donde continuaremos trabajando porque la banca siga siendo un espacio adecuado para el pleno desarrollo de las personas que día a día colaboran con nosotros.