La televisión, como la conocimos en sus primeros 50 años, ya no es la misma. En primera, dejó de ser la caja mágica ante la cual se reunían las familias enteras para disfrutar de programas de entretenimiento para todas las edades: musicales para los jóvenes; de concursos para los niños; transmisiones de eventos deportivos como el futbol, la lucha libre y las corridas de toros para los caballeros; y telenovelas, que se hacían cargo de la educación sentimental de las señoras. En sus inicios, todos teníamos claro que el principal objetivo de la televisión era entretener al público, a cargo de empresas interesadas en promover sus productos. Después, a alguien se le ocurrió integrar algo de cultura al menú televisivo, pero siempre en horarios de baja audiencia porque no había patrocinadores para esos contenidos. “La gente quiere distraerse, no ponerse a pensar”, se ha dicho siempre para justificar el desinterés popular por la cultura, sin admitir que pensar también puede ser divertido, porque aun viendo el partido de futbol más insulso estamos pensando.
También te puede interesar: En riesgo el Parque Fundidora por los conciertos
Entretenimiento y cultura
Hace ya muchos años, la televisión comercial, como parte de su catálogo de buenas intenciones, abrió espacios a la cultura en medio de tanto entretenimiento, y entonces era común ver en la pantalla a importantes personalidades de la cultura: Salvador Novo, Rosario Castellanos, Octavio Paz, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, Ricardo Garibay, Carlos Monsiváis, Germán Dehesa y muchos otros maestros de la lengua y del bien decir, que compartían sus ideas con un público alejado de sus libros, en un ejercicio que, aunque fuera a brochazos, algo de cultura dejaba en los televidentes. Pero no había patrocinadores que hicieran rentables los espacios y terminaron por cerrarlos. Ahora solamente los canales culturales se ocupan de la difusión del pensamiento y las artes, y no importa si hay patrocinadores o no; con una audiencia más o menos considerable se cumple el cometido oficial de llevar cultura a las masas. Y es que a la cultura, como las mentadas de madre y a las llamadas a misa, solo responden los interesados.
Falta de creatividad
El problema que aqueja a la televisión abierta es su falta de creatividad para competir con las plataformas digitales y con las redes sociales, que ofrecen contenidos diversos, ágiles, atractivos y disruptivos, que atrapan a las nuevas generaciones, ávidas de un entretenimiento acorde con su estilo de vida, sin atavismos ni prejuicios morales. El público que anteriormente solo tenía dos o tres opciones de televisión, ha migrado a otras plataformas que, aunque le cuestan, tienen la ventaja de brindar una gran cantidad de programas, películas, series, documentales, reportajes y contenidos irreverentes disponibles las 24 horas y en el horario y al ritmo que el consumidor prefiera. La posibilidad de elegir lo que se desea consumir marca una gran diferencia con los canales abiertos, que son previsibles y ya rara vez sorprenden.
Mafias enquistadas
Parte de la falta de creatividad en los contenidos de la televisión abierta se debe a las mafias enquistadas en esas empresas, que no permiten la llegada de nuevos talentos de la producción, la dirección, el guionismo y hasta la actuación. La televisión la hacen los mismos productores desde hace más de 30 años, con sus mismos equipos de escritores, directores y actores de siempre, gusten o no; y para colmo, reciclando hasta la náusea las mismas historias. Alguna ocasión Televisa convocó a un concurso de escritores de telenovelas y al final todo desencadenó en demandas por plagio de algunas historias. Por lo visto, solo querían historias gratis, no impulsar nuevos talentos. En general hay un desprecio por los escritores, sin tomar en cuenta que detrás de una telenovela o una serie exitosa; detrás de un buen documental o un reportaje noticioso está un escritor o un grupo de escritores con oficio.
Competencia ante el espejo
Las dos cadenas de televisión abierta más importantes en México, y las cadenas emergentes, miran a sus competidores no para ver qué están haciendo bien o mal, sino para formar su propia programación. Si los de enfrente tienen un programa exitoso de comedia, yo meto otro igual; si mi competidor gusta con un concurso de canto o de cocina, yo hago un programa idéntico. Si mi rival manda payasos a los eventos deportivos internacionales, yo busco la manera de tener mis payasos. Es mirar al otro como en un espejo, para buscar parecerse al máximo, no para distinguirse por medio de la innovación y el riesgo que esto implica.
PUBLICIDAD
¿Todo tiempo pasado fue mejor? intelectuales contra youtubers
No se trata de ponerse nostálgico ni andar con ideas de viejo de que todo tiempo pasado fue mejor; pero ahí están las evidencias de que antes era más elevado el nivel cultural de quienes se ganaban un espacio “a cuadro”. Actualmente cualquier pelado puede ganarse sus minutos de fama sin tener siquiera la primaria terminada. Hace años, para obtener una licencia de locutor había que aprobar un examen de cultura general que muchos de los que hoy vemos en pantalla difícilmente podrían sortear. Pero tampoco se trata de rasgarse las vestiduras: son signos de nuestro tiempo, donde un youtuber puede tener más seguidores que un Premio Nobel de Literatura y eso a muy pocos preocupa. Estamos en la cultura de lo desechable, donde el placer es efímero y no importa, porque de eso se trata, de pasar el tiempo sin preocupaciones. ¡Qué aburrido eso de tener que encontrar aprendizaje en las pantallas! ¡Ni que fuera telesecundaria!
El rating todo lo justifica
Con el argumento del rating, la televisión abierta nos receta cada bodrio, que hay que ver. Como la popularidad es un asunto de número de televisores encendidos a ciertas horas y sintonizando ciertos canales, el contenido pasa a segundo término. Si es público es capaz de ver una y otra vez programas o historias conocidos sin chistar por la calidad de los argumentos, por la producción o las actuaciones, ¿quién va a querer invertir en buenos escritores, buenos directores o buenos actores? El telespectador es pragmático en su dejadez: tú entretenme y hazte cargo de mi entretenimiento; no me pongas a pensar que bastante cansado vengo del trabajo. Tú deleita mis pupilas con cuerpos esculturales y rostros hermosos; hazme creer que el mundo es color de rosa o cuando menos color de risa.
La caja idiota y el contenido para jodidos
Se ha dicho que la televisión es la caja idiota (idiotizadora, sería más apropiado). Que la gente que ve televisión no desarrolla su intelecto; que la televisión enajena a las masas para volverlas políticamente manejables; que los televidentes son como borregos y muchas cosas por el estilo. Y es célebre la frase atribuida a Emilio Azcárraga Milmo, que dijo que él hacía televisión para jodidos. Y no mentía. Él sí tenía claros sus objetivos con la televisión, al ver al telespectador como potencial consumidor de bienes y servicios anunciables; es el público el que no sabe qué hacer ante el televisor. El que va de canal en canal buscando algo que le resulte atractivo y que olvida que las televisiones tienen un mecanismo de apagado; que hay otras alternativas para aprovechar el tiempo libre, desde hacer deporte en vez de verlo en la pantalla, hasta leer un libro cuyo contenido jamás se verá en las pantallas, bien sea por incosteable o por falta de público.
La inmediatez de las redes alimenta a los viejos medios
Es verdad que no hay nada nuevo bajo el sol de los medios de comunicación tradicionales y las incansables redes sociales y las plataformas digitales. Al final somos los mismos humanos manejando herramientas distintas y compartiendo mensajes en una red social, hoy de alcance universal. Pero todo apunta a que la televisión abierta siga perdiendo audiencias por no saber renovarse; por no invertir en contenidos originales y por no darle al televidente el respeto que se merece y darle un trato de ignorante. Hoy las redes sociales y las plataformas digitales marcan el ritmo con su inmediatez y su alcance. Tanto así que los medios tradicionales: noticieros de radio y tv, periódicos y revistas, todos usan contenidos generados por entes ubicados en lugares remotos, anónimos muchas veces, pero que han entendido que la generación de contenidos graciosos, insólitos o hasta vulgares también es capaz de generar riqueza. Todo es cuestión de atreverse y empatizar con los millones de personas que ya dejaron de encontrar entretenimiento en la televisión abierta.