Los estadios de Egipto empezaron hoy a quitarse el polvo acumulado en sus gradas durante seis años de prohibición al público, en un partido en el que se permitió la entrada de un millar de aficionados mansos como corderos.
Los hinchas, rigurosamente seleccionados por las autoridades de seguridad para evitar nuevos episodios violentos, como los disturbios con decenas de muertos ocurridos en 2012 y 2015, se desquitaron de la abstinencia al fútbol, pero sin salirse del estricto orden que, con mano de hierro, ha impuesto en el país el mariscal Abdelfatah al Sisi.
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«No se ha oído ni un insulto ni palabras ofensivas», confesó a Efe un atónito aficionado, Akram Ahmed, de 20 años, al final del partido entre el Enppi y el Zamalek (1-4), el primero celebrado tras levantarse el veto, disputado en el estadio Petrosport, en el barrio acomodado de Tagamu al Jamis, a las afueras de El Cairo. Este joven seguidor del Zamalek recordó con añoranza el vigor y la irreverencia con los que el grupo de ultras White Knights solía llevar en volandas al su equipo, el Zamalek. Ese grupo de ultras, al igual que otros, se vio forzado a disolverse a comienzos de este año por presiones de las autoridades de El Cairo.
Sin hinchas violentos, el partido reunió hoy a un público en su mayoría familiar, de parejas con niños pequeños y grupos de adolescentes, en total cerca de mil personas, una quinta parte del tope permitido por el Gobierno.
Después de limpiar la arena del desierto que cubría los asientos, acumulada en los años de gradas vacías, los cánticos y el ruido de las cornetas de estos aficionados volvieron a dar vida al estadio y no cesaron durante los noventa minutos del partido, correspondiente a la quinta jornada de liga.
Para poder acudir al partido, los aficionados interesados tuvieron que rellenar un formulario con sus datos en la sede de sus clubes; luego sus fichas fueron remitidas a las fuerzas de seguridad para hacer una criba. «Hoy no creo que encontramos problemas por la decisión de escoger a las personas que han enterado en el partido y por las medidas de llenar un formulario en el club Zamalak para conseguir la entrada», dijo Ahmed Husein Daui, de 55 años.
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Sin dejar elementos al azar, la Policía acordonó las inmediaciones del estadio y aplicó estrictas medidas de seguridad. Después de haber atravesado una larga hilera de policías y de haber sido cacheado un par de veces, Mohamed Monir, de 36 años, dijo que le dio sensación de «estar entrando en un país fronterizo». El propósito del Gobierno era evitar que se repitieran los disturbios de 2012, los más graves de la historia deportiva de Egipto, en los que murieron 72 aficionados del Ahly y 500 resultaron heridos en un partido en Port Said.
La primera vez que se trató de levantar el veto, en 2015, los altercados se repitieron en el primer partido celebrado, también un Enppi-Zamalek, con un saldo de 20 muertos y la extensión del veto otros tres años más. En los últimos años, por exigencias de la FIFA, solo se ha permitido la asistencia de público reducido a partidos de la Liga de Campeones Africana y de la selección egipcia.
El aficionado Rabia Refat Ibrahim, de 47 años, explicó que las restricciones de público han perjudicado a los equipos egipcios en las competiciones continentales y muchos de ellos «perdieron en partidos con equipos africanos de bajo nivel por la falta de los aficionados». «El fútbol sin aficionados no tiene gusto», dijo este seguidor del Ahly, el club más popular de Egipto, que fue al estadio a quitarse la abstinencia de fútbol, aunque fuera para ver al Zamalek, el eterno rival de su equipo.