Actualmente, México y el mundo se enfrentan a una creciente escasez de agua, con el 30% de los sistemas acuíferos sobreexplotados en las últimas cuatro décadas, la disminución de las precipitaciones agrava esta situación, afectando los niveles de agua subterránea, según un informe de la revista Nature.
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Ante este panorama, la idea de utilizar el mar como fuente de agua potable ha cobrado relevancia. Sin embargo, para que esto sea posible es necesaria la desalinización, un proceso que elimina la sal del agua marina que a través de métodos como la ósmosis inversa y la destilación, el agua de mar se vuelve apta para el consumo humano.
En el caso concreto de México, la Comisión Nacional del Agua (Conagua) reconoce la desalinización como una opción para aumentar la disponibilidad de agua, especialmente en áreas costeras.
Según el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA), existen 320 sitios con 435 plantas desalinizadoras en el país, concentradas principalmente en Quintana Roo y Baja California Sur.
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No obstante, la implementación de la desalinización enfrenta desafíos, como el costo, la demanda de energía y el impacto ambiental. Aunque algunas plantas desalinizadoras se han centrado en abastecer a desarrollos turísticos y comunidades pequeñas, su viabilidad a gran escala sigue siendo objeto de debate, es por ello que expertos sugieren que la desalinización debería considerarse como último recurso.