Hace décadas, activistas mexicanas de la frontera con Estados Unidos cruzaban en camionetas con mujeres que querían abortar hasta las clínicas de California, ante la imposibilidad de interrumpir su embarazo en México, que tenía leyes más restrictivas. Ahora la ayuda viaja en sentido contrario, del sur al norte, y pretende expandirse.
El cambio de dinámica tiene que ver con las nuevas tendencias legales de cada país, que van en sentido contrario, y con la experiencia de las activistas mexicanas para esquivar todo tipo de trabas legales y sociales.
En septiembre, la Suprema Corte de Justicia de México —un país profundamente católico— sentenció que el aborto no es un crimen y abrió la puerta a su despenalización total poco a poco. Ese mismo mes, Texas se convertía en el lugar de Estados Unidos con más restricciones para abortar y más de dos decenas de estados están listos para vetar la interrupción voluntaria del embarazo si la Corte Suprema estadounidense, como se prevé, anula este año la histórica decisión de 1973 que lo despenalizaba.
Por eso, colectivos de ambos lados de la frontera se reúnen esta semana para establecer estrategias que permitan esquivar las prohibiciones y poder ayudar a las mujeres en territorio estadounidense que deseen abortar en casa de forma segura y con medicamentos que son más fáciles de conseguir en México.
“Queremos crear redes, poner las pastillas en manos de las mujeres que las necesitan y llegar de manera prioritaria a las migrantes” y a las mujeres en situación más vulnerable, resumió Verónica Cruz, directora de Las Libres, una ONG pionera en la lucha por el aborto libre en México.
Las pastillas a las que se refiere Cruz y que las activistas utilizan para abortos en casa sin supervisión médica en las 12 primeras semanas de embarazo son el misoprostol y la mifepristona. La primera es de uso libre en México y en multitud de países porque se utiliza también para afecciones gástricas, pero su eficacia para abortar aumenta al combinarse con la segunda, para la que sí es necesaria receta pero que los colectivos mexicanos consiguen con facilidad a través de donaciones.
La Organización Mundial de la Salud y la Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia avalan el uso de estos fármacos para abortos seguros y desde hace dos décadas se utilizan ampliamente de forma legal en países de Europa. En otros donde el aborto es ilegal, como Chile o Bolivia, se usan también clandestinamente porque acceder a ellos es sencillo, sobre todo a través de las redes.
En Estados Unidos, más de 4 millones de mujeres han abortado con estos fármacos, que siempre necesitan receta, desde que fueron aprobados por la agencia controladora de medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) en el 2000. En diciembre, la FDA eliminó el tradicional requisito de que las mujeres tuvieran que recoger el medicamento en persona, con lo que abrió las puertas a recibir las píldoras por correo, con una receta obtenida de forma virtual.
Sin embargo, más de la mitad de los estados del país tienen restricciones al aborto en casa -algunos exigen, por ejemplo, que un médico esté en la misma habitación de la mujer— y eso complica la práctica o la hace inviable.
Según Jacqueline Ayers, vicepresidenta de Planned Parenthood —una de las mayores organizaciones estadounidenses que ofrece servicios de salud reproductiva y aborto— estas limitaciones son “restricciones médicas innecesarias impuestas por políticos desconectados del mundo real”.
La ley de Texas prohíbe abortar desde que se pueda detectar actividad cardiaca —generalmente sobre la sexta semana, cuando muchas mujeres ni siquiera saben que están embarazadas— y además permite que cualquier ciudadano pueda denunciar a quien colabore o ayude a un aborto.
Analizar todo el entramado legal en vigor y encontrar opciones viables que no pongan en peligro ni a las mujeres que abortan ni a quien las ayuda, será uno de los objetivos del encuentro, afirma Cruz. Su grupo, Las Libres, lleva desde el 2000 acompañando abortos con medicamentos en casa e ingeniándoselas para hacer llegar las pastillas a las mujeres en los sitios más remotos o en las situaciones más adversas.
Entonces abortar era un delito en todo el país y otra labor de Las Libres fue el trabajo legal para sacar de prisión a quienes habían sido sentenciadas a años de cárcel por un aborto, muchas de ellas mujeres pobres e indígenas de las áreas más conservadoras del país.
Los estigmas y presiones continúan en muchas regiones pero desde que Ciudad de México se convirtiera en 2007 en el primer estado en legalizar la interrupción voluntaria del embarazo, las redes de acompañamiento fueron extendiéndose y se empezó a hablar del aborto con medicamentos con menos miedo. Ahora abortar es legal en cuatro de los 32 estados del país pero algunos más se han ido sumando a despenalizarlo y empiezan a ajustar sus leyes tras la decisión de la Corte.
En la frontera, muchas se dieron cuenta que ya no era necesario cruzar a Estados Unidos. “Ya no necesitábamos una clínica ni profesionales de la salud, y el proceso era seguro y mucho más sencillo y barato”, explica Crystal P. Lira, del colectivo Acompañamientos Feministas-Aborto Seguro Red Tijuana.
En esa región, es habitual desde hace años que mujeres lleguen de Estados Unidos a México para comprar las pastillas, bien por ser más baratas y fáciles de conseguir, o bien porque el proceso de abortar en casa es más sencillo y menos invasivo.
Liz Stunz, ahora una estudiante de posgrado de la Universidad de Texas en El Paso, es un ejemplo. Se embarazó en 2015 y no quería enfrentarse “a todas las restricciones y a todo ese estrés que supone abortar en un clínica». «Así que empecé a buscar opciones de aborto con fármacos”, explica. La solución fue comprar las pastillas en la vecina Ciudad Juárez.
La activista Crystal P. Lira recuerda que hace unos tres años comenzaron a cruzar los fármacos a Estados Unidos en persona o por paquetería cuando alguna mujer lo necesitaba. La pandemia, con medio mundo conectado a internet, no hizo sino multiplicar el impacto de estos colectivos.
Un mensaje viral mencionando a Las Libres las hizo recibir mensajes desde India. Un video animado de Las Borders, un pequeño grupo de Mexicali, frontera con California, parece que fue el origen de que las contactaran desde Perú, Ecuador y Argentina, explica Perla Martínez, una de sus únicas tres integrantes.
El acompañamiento se hizo entonces totalmente virtual: utilizaban WhatsApp o Zoom para dar instrucciones, enviar consejos, checar si el sangrado era el normal o explicar qué debían decir para no ser criminalizadas en caso de que fuera necesaria una revisión médica. No obstante, Lira subraya que generalmente “todo fluye de manera positiva” y que lo más importante para las mujeres es sentir que no están solas.
“La mayoría no tiene miedo a lo legal sino a temas médicos, desangrarse, quedarse infértil”, situaciones que, según aclara Cruz, de Las Libres, son mitos sin fundamento promovidos por los colectivos pro-vida para desinformar.
Desde la aprobación de la ley de Texas, avalada por el gobernador republicano Greg Abbott, que la consideró un instrumento clave para defender “a cada no nacido con un corazón que late”, el flujo de mujeres que han salido del estado para abortar ha crecido.
Los colectivos mexicanos también empezaron a recibir más mensajes desde el otro lado de frontera, en algunos casos de mujeres migrantes. Según Planned Parenthood, estas mujeres pueden tener problemas añadidos si no cuentan con documentación en regla o con seguro o si viven en zonas fronterizas plagadas de controles migratorios que complican cualquier desplazamiento.
Por eso ellas forman parte de uno de los sectores en la mira del encuentro de esta semana, que algunas mexicanas consideran una retribución de la ayuda a quien se la dio a ellas años atrás. “No es solo el aborto por el aborto que es lo medular… También hay una visión detrás de ello, una forma de trabajo, de organizarnos”, afirma Lira, que defiende la profesionalidad de las clínicas estadounidenses como en la que ella abortó en 2012 pero es más partidaria del aborto en casa, menos frío y burocrático.
“Queremos sentar las bases entre todas para pensar cómo podemos lograr que esto que estamos haciendo por todo México funcione también para las compañeras en Estados Unidos».