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Un Estado Islámico en ascenso vuelve a quedarse sin líder

La muerte de Al Quraishi se produce en un momento de auge sobre todo en África y Afganistán.

(Ameer Al Mohammedaw/dpa/Europa Press)

Cuando Abú Ibrahim al Hashimi al Quraishi tomó las riendas de Estado Islámico en octubre de 2019 el grupo que en su día llegó a eclipsar a Al Qaeda estaba en horas bajas y acababa de perder su ‘califato’. Algo más de dos años después tanto la matriz terrorista en Siria e Irak como sus filiales en otras zonas del mundo parecen estar recobrando fuerzas.

El anterior relevo en la cúpula de Estado Islámico tras la muerte de Abú Bakr al Baghdadi, inmolado al verse acorralado en una misión de las fuerzas especiales estadounidenses en el noroeste de Siria –en un modus operandi que parece haberse repetido ahora con Al Quraishi–, fue prácticamente inmediato y en menos una semana ya se conocía su reemplazo.

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La rapidez con la que se produzca ahora primero la confirmación de la muerte de Al Quraishi, cuyo verdadero nombre sería Amir Muhamad Said Abdelrahman al Mawla, y se conozca el nombre de su sucesor puede ser clave para entender el impacto que lo ocurrido pueda tener en el grupo terrorista, máxime cuando en estos más de dos años el ‘califa’ no ha hecho ninguna aparición pública ni tampoco hay ningún mensaje suyo conocido.

Como ya ocurrió primero con la muerte de Usama bin Laden, fundador y líder de Al Qaeda, y luego con Al Baghdadi, los expertos insisten en recalcar que la ‘decapitación’ de este tipo de organizaciones no trae consigo su extinción, sino más bien una mutación en las mismas, íntimamente relacionada entre otras cosas al carácter y el carisma del nuevo líder.

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En el caso de Al Quraishi faltan elementos para poder determinar hasta qué punto el creciente auge que ha venido experimentando en los últimos tiempos Estado Islámico, más en unos escenarios que en otros, tiene que ver con su liderazgo o es más bien el resultado de los líderes de las distintas franquicias y el contexto en el que operan.

ESTANCAMIENTO EN IRAK Y FOCO EN SIRIA

En Irak, el país que vio nacer a lo que originalmente fue la filial de Al Qaeda y terminaría por ser la primera escisión de la organización que fundó Bin Laden, la actividad se mantiene y de hecho en 2021 fue donde más ataques hubo según el Centro de Información de Inteligencia y Terrorismo (ITIC, por sus siglas en inglés).

Sin embargo, según un reciente artículo publicado en ‘CTC Sentinel’, la revista del Center for Combating Terrorism (CTC) de Westpoint, pese a la masacre de once soldados iraquíes el pasado 21 de enero en Diyala, la actividad del grupo en Irak «parece cada vez más anémica».

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«La tendencia a la baja en Irak es probablemente atribuible al refuerzo de las operaciones de seguridad, la presión sobre los cargos medios y medios-altos y el que Estado Islámico está poniendo el foco en Siria», explican los autores del artículo, Michael Knights y Alex Almeida.

Ejemplo de ello es el asalto contra la prisión de Ghueran, en la provincia de Hasaka, el pasado 20 de enero con vistas a liberar a miembros de Estado Islámico y que tras días de combate se saldó con más de 200 muertos.

«La operación estuvo bien planificada y contó con buenos recursos», según la valoración de The Soufan Center, que dirige Alí Soufan, que puso de relieve que recordó a los inicios de Estado Islámico y su campaña ‘Rompiendo los muros’ «cuando muchos de sus principales líderes fueron liberados en una serie de asaltos a prisiones».

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El interés del grupo en Siria también explicaría el hecho de que su líder se encontrara en este país, si bien como ya ocurrió con Al Baghdadi cuesta entender que ambos estuvieran en una región, Idlib, contralada por Hayat Tahrir al Sham, liderada por lo que en su día fue la filial de Al Qaeda en Siria y enemigo declarado de Estado Islámico.

FILIALES EN ÁFRICA

Al margen de su bastión histórico, si hay un lugar en el mundo en el que Estado Islámico haya ganado peso en los dos últimos años ha sido en África. Aquí, cuenta con filiales en varios puntos, empezando por Egipto, donde está activa la Provincia del Sinaí, y pasando por Somalia, donde Estado Islámico trata de hacer sombra sin éxito a Al Shabaab, la filial de Al Qaeda.

Pero sin duda las dos ramas más exitosas son Estado Islámico en África Occidental (ISWA), que opera en la cuenca del lago Chad, con el noreste de Nigeria como principal foco, y Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS), que actúa en la zona de la llamada triple frontera entre Malí, Burkina Faso y Níger.

En el caso de ISWA, surgida de la escisión en 2016 de Boko Haram, la muerte del líder de este último grupo, Abubakar Shekau, la pasada primavera ha vuelto a convertir a esta filial en la preeminente en la región, donde también está activa Ansaru, la franquicia de Al Qaeda. Sin embargo, también ISWA ha perdido a su líder, Abú Musab al Barnaui, y por ahora no está del todo claro quién está al frente, lo cual no ha hecho que cesen los ataques.

Por lo que se refiere a ISGS también perdió a su líder, Adnan Abú Walid al Saharaui, en un bombardeo francés el pasado mes de agosto. La filial en el Sahel ha visto en los dos últimos años cómo la excepción que parecía haber en esta región con Al Qaeda se rompía, registrándose desde entonces importantes enfrentamientos con sus rivales del Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), que actualmente son la fuerza preeminente.

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ISCA, LA FILIAL CON DOS CABEZAS

El repertorio africano lo completa Estado Islámico en África Central (ISCA), a su vez dividido en dos facciones claramente diferenciadas. Por un lado la activa en el este de República Democrática del Congo (RDC) y que es resultado en realidad de la mutación del grupo de origen ugandés Fuerzas Aliadas Democráticas (ADF), tras jurar su líder, Musa Baluku, de lealtad a Estado Islámico.

Esta filial, activa en el este de RDC, ha ampliado en los últimos meses sus acciones para abrir un nuevo frente en Uganda. Sin embargo, en la última semana se ha abierto un nuevo frente, Uganda. Después de que el 8 de octubre ISCA reivindicara un primer ataque, el grupo terrorista llevó a cabo otros dos el 23 y el 25 de octubre, a los que siguió un atentado suicida en las inmediaciones del Parlamento.

Por otra parte, ISCA también opera en la provincia de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique. Aquí, tras grandes victorias, como la toma de Mocimboa de Praía en agosto de 2020 y el ataque de Palma en marzo pasado, la amenaza está evolucionando.

La intervención el pasado verano primero de Ruanda, en apoyo del Gobierno mozambiqueño, y el envío también de una misión de la SADC parecen haber revertido la tendencia, recuperando el control de parte de los territorios controlados por los terroristas. No obstante, la actividad se está enfocando ahora más en la zona fronteriza con Tanzania, donde ISCA ya ha atacado en alguna ocasión, y también a la vecina provincia de Niassa y en menor medida a la de Nampula.

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BUEN MOMENTO EN AFGANISTÁN

Ya fuera de África, la otra filial destacada es Estado Islámico Provincia de Jorasán (ISKP), que opera en Afganistán. La conquista del poder por los talibán el pasado agosto tras la salida apresurada de las tropas internacionales ha puesto el foco en el grupo, que ha pasado a convertirse en la principal amenaza para los nuevos gobernantes.

«Dada la ausencia de presión antiterrorista multilateral, la limitada capacidad de los talibán para gobernar y el deterioro de la crisis humanitaria en Afganistán, ISKP ahora se encuentra quizá en el entorno más permisivo para reconstituirse, concentrarse y expandirse», alertan Amira Jadoon, Abdul Sayed y Andrew Mines en un artículo en ‘CTC Sentinel’.

«Si las potencias regionales no se implican en una estrategia de seguridad coordinada con los talibán, podrían tener que soportar las consecuencias del creciente conflicto entre los talibán y ISKP», advierten.

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