Alina Bobko es una trabajadora social de Aldeas Infantiles SOS que, el décimo día de la guerra, se vio obligada a huir del país. Ahora, como muchos refugiados se enfrenta a la ‘culpa del superviviente’. «Entiendo que aquí estoy a salvo, pero emocionalmente me encuentro peor», ha declarado.
Tal y como ha relatado, el 24 de febrero, a las 5 de la mañana, Alina se despertó con una explosión. Luego vino la segunda y comenzaron a sonar las sirenas. Alina y su marido corrieron hacia las ventanas y se dieron cuenta de que algo «terrible» estaba pasando, aunque seguían «sin creerlo». «Esperábamos que solo fueran petardos en algún lugar cercano», ha confesado.
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Durante los primeros días de la invasión rusa se quedaron en casa de un amigo y, con el paso del tiempo, se dieron cuenta de que «la situación se estaba volviendo realmente aterradora». Además, tienen un hijo y estaban cuidando de un sobrino de Alina, de tan solo cuatro años, cuya madre se había ido de viaje antes de la invasión.
«Pusimos cinta adhesiva en las ventanas y preparamos un escondite, pero pronto vimos que esto no era muy seguro, y tampoco lo era correr al refugio antiaéreo más cercano, que no estaba cerca de nuestra casa», ha explicado.
Tras cambiar de casa, a la de unos familiares que está fuera de la ciudad, reconocieron que allí tampoco «había sensación de seguridad» ya que no estaban lejos del aeropuerto de Boryspil que fue bombardeado. «Lo escuchamos todo», ha recordado Alina.
De pie en un tren, durante 17 horas
Es por eso que, aunque no tenían planeado dejar el país, «las explosiones y al peligro constante» les hizo pensar en esta opción. Y es que según ha explicado, tanto su hijo como su sobrino estaban teniendo pesadillas y «mientras dormían gritaban y saltaban como si fueran a echar a correr a alguna parte». Su sobrino, además, ha desarrollado un tic nervioso.
«Todo era un terrible caos. Nos enteramos de que un tren salía de Kiev hacia el oeste de Ucrania. Para nosotros no importaba a dónde ir. Lo más importante era alejarnos de lo que estaba pasando. Ya había controles militares y se estaba haciendo difícil salir del lugar en el que estábamos», ha explicado.
De este modo, después de tres días, partieron en tren hacia Uzhgorod (al oeste de Ucrania, en la frontera con Eslovaquia) que tardó en alcanzar su destino 17 horas. El viaje lo hicieron de pie dentro del vagón.
Las recomendaciones que escuchaban en los medios de llevar a los niños a Europa, si tenían familiares en otros países, les hizo finalmente convencerse de que debian dejar Ucrania.
«La información decía que sería una noche difícil. Para ser sincera, ahora estoy totalmente confundida con las fechas. No sé qué pasó ni cuándo. Solo sé que hablaban de que se avecinaba una noche difícil, y justo en ese momento decidimos seguir avanzando», ha explicado.
«La verdad es que emocionalmente me siento mucho peor que en casa. Aquí estoy sin la persona que podría calmarme: mi marido. Creo que sería capaz de relajarme un poco si él estuviera aquí», ha explicado.
Y es que, finalmente, tanto el marido de Alina se quedaron en el país, en una región diferente, durmiendo en sótanos. «Pensar en ello me tiene destrozada», ha reconocido Alina, quien ha confesado que el segundo día tras salir de Ucrania comenzó a sentir «una fuerte carga emocional».
«Me siento culpable. Entiendo que aquí estoy a salvo, nadie está disparando, no necesito correr a ningún lado, estoy en un lugar cálido, los niños y yo estamos cuidados. Pero emocionalmente me siento mucho peor aquí que cuando estaba en Ucrania», ha insistido.
De este modo, Alina reclama «ayuda psicológica» y reconoce que «no diría que no» a ella porque también está en «contacto constante» con los jóvenes de Aldeas Infantiles SOS con los que trabajaba y tiene «que estar bien para poder apoyarles emocionalmente».
«Tuve una llamada hoy con algunos de ellos. Cinco de ellos se encuentran en un pueblo de la región de Kiev donde se bombardeó una iglesia. Todos están bien. Estoy en contacto regular con ellos y dicen que ahora están bien», ha explicado.
También ha asegurado que, a veces, los jóvenes la llaman por la noche que, según ha explicado, es el momento en que piensas más y empiezas a sentirte mal emocionalmente. «Escucho el miedo y la ansiedad en sus voces», ha apuntado.
A su jucio, tras estas llamadas es ella la que necesita «atención profesional». «Soy psicóloga de formación y entiendo que no podré ayudar a los jóvenes si no tengo la oportunidad de cuidar también de mis propias emociones», ha explicado.