Buen augurio para la búsqueda de vida en la luna Europa

MADRID, 19 (EUROPA PRESS)

Datos del radar de penetración de hielo de Groenlandia sugieren que las bolsas de agua poco profundas pueden ser comunes en la luna helada Europa de Júpiter, lo que aumenta su habitabilidad potencial.

Europa es el principal candidato para albergar vida fuera de la Tierra en nuestro sistema solar, y su profundo océano de agua salada ha cautivado a los científicos durante décadas. Sin embargo, está rodeado por una capa de hielo que podría tener entre kilómetros y decenas de kilómetros de grosor, lo que hace que la toma de muestras sea una perspectiva desalentadora. Ahora, cada vez hay más pruebas que revelan que la capa de hielo puede ser menos una barrera y más un sistema dinámico, y un lugar potencialmente habitable.

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«Al estar más cerca de la superficie, donde se obtienen sustancias químicas interesantes del espacio, de otras lunas y de los volcanes de Io, existe la posibilidad de que la vida tenga una oportunidad si hay bolsas de agua en la cáscara –explica el autor principal del estudio, Dustin Schroeder, profesor asociado de geofísica en la Escuela de Ciencias de la Tierra, Energía y Medio Ambiente de la Universidad de Stanford (Stanford Earth), en Estados Unidos–. Si el mecanismo que vemos en Groenlandia es como ocurren estas cosas en Europa, sugiere que hay agua en todas partes».

En la Tierra, los investigadores analizan las regiones polares utilizando instrumentos geofísicos aéreos para comprender cómo el crecimiento y el retroceso de las capas de hielo podrían afectar al aumento del nivel del mar.

Gran parte de esa zona de estudio se encuentra en tierra, donde el flujo de las capas de hielo está sujeto a una hidrología compleja –como los dinámicos lagos subglaciales, las lagunas de deshielo de la superficie y los conductos de drenaje estacionales– que contribuye a la incertidumbre en las predicciones del nivel del mar.

Dado que un subsuelo terrestre es tan diferente del océano subterráneo de agua líquida de Europa, los autores del estudio se sorprendieron cuando, durante una presentación del grupo de laboratorio sobre Europa, observaron que las formaciones que estrían la luna helada se parecían mucho a una característica menor de la superficie de la capa de hielo de Groenlandia, una capa de hielo que el grupo ha estudiado en detalle.


«Estábamos trabajando en algo totalmente diferente relacionado con el cambio climático y su impacto en la superficie de Groenlandia cuando vimos estas pequeñas crestas dobles, y pudimos ver que las crestas pasaban de ‘no formadas’ a ‘formadas'», recuerda Schroeder.

Tras un examen más detallado, descubrieron que la cresta en forma de «M» de Groenlandia conocida como doble cresta podría ser una versión en miniatura de la característica más prominente de Europa.

Las crestas dobles de Europa aparecen como inmensos cortes en la superficie helada de la luna, con crestas que alcanzan casi 30 metros, separadas por valles de unos 800 metros de ancho. Los científicos conocen estos rasgos desde que la nave espacial ‘Galileo’ fotografió la superficie de la luna en la década de 1990, pero no han sido capaces de dar una explicación definitiva de cómo se formaron.

A través de los análisis de los datos de elevación de la superficie y del radar de penetración de hielo recogidos entre 2015 y 2017 por la Operación IceBridge de la NASA, los investigadores revelaron cómo se produjo la doble cresta en el noroeste de Groenlandia cuando el hielo se fracturó alrededor de una bolsa de agua líquida presurizada que se estaba recongelando en el interior de la capa de hielo, lo que provocó que se elevaran dos picos con una forma distinta.

«En Groenlandia, esta doble cresta se formó en un lugar donde el agua de los lagos y arroyos superficiales drena con frecuencia hacia la superficie cercana y se recongela», explica el autor principal del estudio Riley Culberg, estudiante de doctorado en ingeniería eléctrica en Stanford.

«Una forma de que se formen bolsas de agua poco profundas similares en Europa podría ser a través del agua del océano subsuperficial que es forzada a subir a la cáscara de hielo a través de fracturas, y eso sugeriría que podría haber una cantidad razonable de intercambio que ocurre dentro de la capa de hielo», añade.


En lugar de comportarse como un bloque de hielo inerte, la capa de Europa parece sufrir una serie de procesos geológicos e hidrológicos, una idea apoyada por este estudio y otros, incluyendo la evidencia de penachos de agua que salen a la superficie. Un caparazón de hielo dinámico favorece la habitabilidad, ya que facilita el intercambio entre el océano subsuperficial y los nutrientes de los cuerpos celestes vecinos acumulados en la superficie.

«La gente lleva estudiando estas crestas dobles desde hace más de 20 años, pero ésta es la primera vez que hemos podido observar algo similar en la Tierra y ver cómo la naturaleza hace su magia –destaca el coautor del estudio, Gregor Steinbrügge, científico planetario del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA que empezó a trabajar en el proyecto como investigador postdoctoral en Stanford–. Estamos dando un paso mucho mayor en la dirección de comprender qué procesos dominan realmente la física y la dinámica de la capa de hielo de Europa».

Los coautores apuntan que su explicación de cómo se forman las crestas dobles es tan compleja que no podrían haberla concebido sin el análogo en la Tierra. «El mecanismo que planteamos en este artículo habría sido casi demasiado audaz y complicado para proponerlo sin verlo ocurrir en Groenlandia», señala Schroeder.

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Los hallazgos dotan a los investigadores de una firma de radar para detectar rápidamente este proceso de formación de la doble cresta mediante un radar de penetración de hielo, que se encuentra entre los instrumentos actualmente previstos para explorar Europa desde el espacio.

«Es una hipótesis más entre muchas otras, pero tenemos la ventaja de que nuestra hipótesis cuenta con algunas observaciones sobre la formación de un rasgo similar en la Tierra que la respaldan –subraya Culberg–. Se abren todas estas nuevas posibilidades para un descubrimiento muy emocionante».

El estudio se publica en Nature Communications.

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