El continuismo de Macron parte con ventaja frente a una Le Pen que, sin embargo, ya no genera tanto rechazo en el electorado galo
MADRID, 23 (EUROPA PRESS)
Francia amanecerá el lunes ya sabiendo si vivirá otros cinco años de Emmanuel Macron en el Elíseo o tendrá, por primera vez, una persona de extrema derecha a los mandos del país. La segunda vuelta de las elecciones presidenciales enfrenta a Macron –y a una visión moderada de Francia y de Europa– con una Marine Le Pen que, a base de moldear imagen y discurso, aspira a rascar apoyos incluso entre izquierdistas desencantados.
Ambos candidatos ya vivieron un primer cara a cara en las presidenciales de 2017. Entonces, Macron logró un 66 por ciento de los votos y Le Pen se tuvo que conformar con menos del 34 por ciento, pero el escenario político, económico y social de entonces no es el mismo que el de ahora, ni dentro ni fuera de las fronteras galas.
Macron hizo valer su condición de favorito en la primera vuelta del 10 de abril y logró más del 27 por ciento de los sufragios, más de cuatro puntos por encima de su rival directa. Este primer ensayo sirvió para demostrar que la líder de Agrupación Nacional tiene unos electores fieles, como ha venido demostrando en las últimas grandes citas electorales.
Los sondeos dibujan ahora una ventaja de unos diez puntos porcentuales para Macron para esta segunda vuelta, algo que de confirmarse ya supondría para Le Pen mejorar su resultado de 2017, pero tanto el presidente como su equipo se han esforzado en estas últimas dos semanas por dejar claro que no se puede dar nada por sentado.
Temen al fantasma de la desmovilización electoral y que no valga con el hecho de que prácticamente todos los candidatos derrotados en primera vuelta –y dirigentes europeos como el español Pedro Sánchez– hayan pedido el voto para Macron. Sólo Éric Zemmour ha respaldado a Le Pen, mientras que el izquierdista Jean-Luc Mélenchon ha instado a no votar por la ultraderecha ni a abstenerse, en una postura ambigua.
DOS CANDIDATOS CON DOS PERFILES
Macron no quiere ser presidente de un solo mandato como sus predecesores inmediatos, Nicolas Sarkozy y François Hollande, y para ello ha tratado de presentarse como un gobernante solvente, una garantía de estabilidad que, al margen de sus inclinaciones liberales y de centro-derecha, pueda contentar a un amplio abanico del electorado.
Ya no es la novedad de hace cinco años, pero el fundador de La República en Marcha (LREM) ha tratado de hacer de esta experiencia principalmente su principal baza de victoria. Frente a quienes le acusan de elitista, ha reforzado una imagen de cercanía, con conversaciones improvisadas con ciudadanos en actos de campaña y fotografías oficiales desenfadadas.
Le Pen, por su parte, se define como «patriota» frente a los políticos tradicionales que, en su opinión, han fallado al país durante décadas. Incluye a Macron dentro de esta élite mientras trata de presentar una imagen más amable que en la que en su día se asoció a su padre, fundador del Frente Nacional e impulsor de la ultraderecha política moderna en Francia.
Uno de los principales retos de Macron, evidenciado en el debate televisado del miércoles, ha consistido en dejar en evidencia las costuras del discurso de Le Pen y recalcar su ideología ultraderechista sin demonizarla ni parecer arrogante, adjetivo que le han atribuido una y otra vez sus rivales políticos.
Analistas y medios coinciden en que el mandatario salió vencedor del debate, en el que Le Pen sin embargo no se vio igual de acorralada que en 2017 –ella misma ha reconocido que el debate de entonces es el mayor error de su carrera política–. Macron triunfó, pero ni mucho menos dejo KO a su contrincante.
LA SOMBRA DE PUTIN
Unos 48 millones de franceses están llamados a las urnas, en un proceso que arranca el sábado para los territorios de ultramar y que concluirá a partir de las 19.00 del domingo, cuando cerrarán la mayoría de los colegios electorales y comenzarán a difundirse los primeros sondeos a pie de urna y resultados oficiales.
Esa misma noche se conocerá al vencedor de una carrera que ha estado salpicada por todo tipo de contratiempos, en la que la ofensiva militar lanzada por Rusia sobre Ucrania ha terminado por impregnarlo todo, desde el calendario de Macron para hacer oficial su candidatura a los mensajes que uno y otro candidato se han lanzado entre sí.
No en vano, Le Pen ha pasado de presumir de su cercanía al presidente ruso, Vladimir Putin, a tratar de que desaparezca –su partido eliminó miles de folletos con una foto de ambos juntos– y condenar la invasión de Ucrania. Macron, que ha mejorado en los sondeos tras implicarse de lleno en la crisis ucraniana, ha sacado a relucir en varias ocasiones el pasado rusófilo de Le Pen.
El líder de LREM, por su parte, tiene como principal lastre el desgaste de haber lidiado con cinco años en el poder en los que ha vivido una protesta social sin precedentes en la historia reciente de Francia, la de los ‘chalecos amarillos’, y una pandemia, la de COVID-19, que ha puesto a prueba la estabilidad de los gobiernos y su capacidad de respuesta en gran parte del mundo.
Macron reivindica que aún le queda trabajo por hacer y encara esta segunda vuelta con nuevas promesas bajo el brazo, entre ellas subir la edad de jubilación, favorecer la independencia energética o endurecer las políticas de asilo, en una amalgama de medidas con la que confía de nuevo en pescar votos a izquierda y a derecha del espectro político.
El presidente también aspira a que su imagen y la de Francia trascienda fronteras, para lo cual se sigue reivindicando como líder europeísta y un fiel aliado dentro de la OTAN. Le Pen, que ya no rechaza la UE ni el euro frontalmente, apuesta en cambio por una «Europa de naciones» y por sacar a Francia del Mando Aliado de la OTAN.
Su aireado patriotismo pasa a nivel interno por el proteccionismo económico y, en lo social, por poner coto a la llegada de inmigrantes y restringir el uso del velo islámico en el espacio público. Entre sus modelos a seguir están el expresidente de Estados Unidos Donald Trump y el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán.
Y DESPUÉS, ¿QUÉ?
La cita de este domingo será clave en un año en el que Francia renovará sus principales instituciones y que tendrá en junio lo que Mélenchon ha venido a llamar como «tercera vuelta». Se celebrarán elecciones legislativas, marcadas por lo que ocurra en las presidenciales.
Si pierde el actual inquilino del Elíseo en la segunda vuelta, se adelantará el debate que ya circula sobre las posibilidades de supervivencia del movimiento que él fundó, sobre si puede existir un ‘macronismo’ sin Macron. Si gana, acumularía al menos dos mandatos, acercándose a nombres como Jacques Chirac, François Miterrand y Valéry Giscard d’Estaing.
Para Le Pen, una derrota podría ser definitiva si realmente cumple lo que dijo en una reciente entrevista, en la que anunció que, «teóricamente», no se presentaría de nuevo a unas elecciones. Sin embargo, ni su actual peso político ni su edad (53 años) permiten descartar que vaya a repetir en busca del asalto final en el Elíseo.
Lo que sí parece claro a estas alturas es que los partidos tradicionales deberán reinventarse si quieren sobrevivir en la nueva Francia. Los Republicanos (antigua Unión por un Movimiento Popular) y el Partido Socialista, las dos formaciones que venían disputándose el poder, no sumaron ni el 7 por ciento de los votos en la primera vuelta de los comicios presidenciales.