UMUIDA, Nigeria (AP) — Cuando Anayo Mbah daba a luz su sexto hijo, su esposo Jonas luchaba contra el COVID-19 en otro hospital. Jonas, chofer de un mototaxi, recibía oxígeno tras empezar a toser sangre.
Jonas no llegó a conocer a su hija, Chinaza. Horas después del parto, una cuñada de Mbah la llamó para decirle que su marido había fallecido. Al poco tiempo, el personal del hospital le dijo a Mbah que debía irse con su bebé. Nadie pagaba por los gastos.
Anayo comenzó los rituales de la viudez en la casa donde vivía con su familia política: Se tuvo que afeitar la cabeza y lucir ropa blanca. Pocas semanas después de iniciar el período de luto, que tradicionalmente dura seis meses, los familiares de su marido dejaron de darle comida y al poco tiempo la confrontaron directamente.
“Me dijeron que debía arreglármelas yo sola”, declaró Mbah, quien hoy tiene 29 años. “Que si tenía que volver a casarme, lo hiciese. Que cuanto antes me fuese de la casa, mejor para mí y para los chicos”.
Se fue a pie a la casa de su madre, con una bolsa de plástico en la que llevaba todas las cosas de Chinaza y de sus otros hijos.
En toda África, muchas mujeres han quedado viudas, sobre todo en los países menos desarrollados del continente, donde escasean los servicios médicos. Con frecuencia, las viudas son mujeres jóvenes, que se casaron con individuos mucho mayores que ellas. Y en algunos países, los hombres tienen más de una esposa y cuando fallecen, dejan varias viudas.
La pandemia aumentó significativamente la cantidad de viudas en el continente africano, donde los hombres tienen más probabilidades de morir por el virus que las mujeres, y esto agravó las situaciones que enfrentan las viudas. Mujeres como Mbah dicen que la pandemia se llevó algo más que sus maridos: La viudez les cuesta las familias, sus casas y sus futuros.
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Este despacho es parte de una serie sobre el impacto de la pandemia en las mujeres de África, en particular en los países menos desarrollados. La serie de la Associated Press es financiada por el programa European Development Journalism Grants del European Journalism Centre, el cual es apoyado por la Bill & Melinda Gates Foundation. La AP es la responsable del contenido.
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Al quedar viudas, las mujeres a menudo son maltratadas y desheredadas. Las leyes les prohíben a muchas adquirir tierras o recibir parte de los bienes de sus maridos. Sus familias políticas piden la custodia de los niños o los desconocen y se niegan a ayudarlos, incluso si eran la única fuente de sustento. Las viudas jóvenes no tienen hijos adultos que las mantengan en comunidades pobres, sin demasiadas posibilidades de empleo.
En Nigeria, la nación más poblada de África, aproximadamente el 70% de las muertes confirmadas por el COVID-19 han sido de hombres, según el Proyecto Sexo, Género y COVID-19. Más del 70% de las muertes en Chad, Malaui, Somalia y el Congo son hombres, de acuerdo con el proyecto. Otros países muestran tendencias similares, pero no tienen los recursos para llevar estadísticas detalladas.
Los expertos dicen que algunas viudas no tienen nada y que otras son presionadas para que se casen con cuñados, con la amenaza de dejarlas libradas a su suerte. Las viudas a veces empiezan a ser maltratadas por sus familias políticas incluso antes de que sus maridos han sido enterrados.
“Algunas son tratadas como parias, acusadas de ser responsables de las muertes de sus maridos”, dijo Egodi Blessing Igwe, del WomenAid Collective, que ha ayudado a miles de viudas con servicios legales y mediación familiar.
En el Congo, Vanessa Emedy Kamana conocía a su marido desde hacía una década antes de que él le propusiese matrimonio. Ella era su secretaria. Cuando iniciaron una relación romántica, Godefroid Kamana se acercaba los 70 años. Ella era una madre soltera que no llegaba los 30.
Cuando él falleció, sus familiares se presentaron en la casa donde ella había iniciado el período de luto. Generalmente, se pide a las viudas que permanezcan en sus casas, donde pueden recibir visitantes. La duración del luto varía según la religión y el grupo étnico. Kamana, cuya familia es musulmana, debía quedarse en la casa cuatro meses y diez días. Pero los familiares de su marido no esperaron tanto para obligarla a irse y dejarla a ella y a su hijo en la calle. Se presentaron a la noche, el día de su entierro.
Ella temía que la familia de su marido tratase de quedarse con la custodia de su hijo, Jamel, a quien su marido había adoptado, dándole su nombre. No lo hizo porque el niño, quien hoy tiene seis años, no era su hijo biológico. Pero actuaó rápidamente para apropiarse de sus bienes. Ella y su hijo viven en una casa pequeña, propiedad de su madre. La viudad de Kamana vende ropa usada en un mercado. Al principio cobró el 40% del salario de su marido, pero esos pagos serán suspendidos pronto.
En África occidental, la viudez es especialmente dura en áreas donde abunda la poligamia. La primera esposa, o sus hijos, generalmente piden heredar la casa y todos los bienes del marido. Saliou Diallo, de 35 años, dice que la hubieran dejado sin nada si su marido no ponía la casa a nombre de ella y no del suyo. Las leyes de Guinea disponen que las varias esposas reciben muy poco y que casi todo el patrimonio del hombre –un 87,5%– es destinado a los hijos.
El esposo de Diallo, El Hadj, de 74 años, estaba construyendo una casa para ella y su hija de cuatro años cuando se enfermó.
Diallo conocía las penurias de las mujeres que pierden un marido: Cuando tenía 13 años, pasó a ser una segunda esposa y quedó viuda de veinteañera. El Hadj tenía varias esposas, pero decidió casarse con ella y criar sus tres hijos como si fuesen suyos. Estuvieron juntos una década, hasta que El Hadj se contagió del virus.
En la última conversación que tuvieron, él se lamentó de que la casa todavía no tuviese ventanas. De que no había vivido lo suficiente como para instalar un pozo, así ella no tenía que cargar agua en su cabeza. Sospechó que otros parientes seguramente tratarían de sacarla de la casa cuando él no estuviese. Familiares de Diallo le pidieron los papeles de la casa que El Hadj había construido para ella. Les dio fotocopias, pero se guardó los originales.
Con la ayuda de su propia familia, consiguió el dinero para ponerle ventanas a la vivienda. Hay luz pero no lámparas. Lo único que tiene en la sala de estar, que no está pintada, son unas sillas de plástico.
“Estoy segura de que Dios tiene una sorpresa para mí. Me entrego a él”, expresó. “Tengo fe”.
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Larson también informó desde Goma (Congo) y Conakry (Guinea). Boubacar Diallo colaboró desde Conakry (Guinea).