Indígenas rescatan la espiritualidad del parto en Chile

OSORNO, Chile (AP) — Durante su primer parto, Lucía Hernández Rumián bailó en la habitación del hospital mientras su esposo tocaba el cultrún, un tambor usado en las ceremonias rituales de su cultura.

Declinó tomar medicinas para el dolor y recibió en cambio masajes y friegas con aceites suministrados por una “acompañante intercultural” que había purificado el espacio siguiendo las tradiciones mapuches.

“Me apropié de mi espacio”, comentó Hernández.

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El principal hospital público de alta complejidad de Osorno, ciudad del sur de Chile, está encontrando nuevas formas de incorporar estas y otras prácticas medicinales indígenas. Cuenta con una sala de partos especial con imágenes de los pueblos originales en las paredes y en la cama, así como con formularios para que los médicos aprueben tratamientos con hierbas suministrados por sanadores (machis) tradicionales de confianza. También tiene protocolos para un “buen morir” que respetan las creencias espirituales de los indígenas.

El hospital se afana por validar estas prácticas indígenas en momentos en que los pueblos originarios de Chile --y en particular el más numeroso, los mapuches-- libran una intensa campaña para hacer valer sus derechos y exigir restituciones en la antesala de una votación sobre una nueva constitución, programada para el mes de septiembre.

También buscan restaurar un componente espiritual crucial en la atención médica, según profesionales de la salud y pacientes del Hospital Base San José de Osorno.

“Tiene que ser una garantía. Nosotros nos encargamos de la parte física sin transgredir la parte espiritual”, declaró Cristina Muñoz, la matrona que promovió los nuevos protocolos para los partos de las mujeres indígenas, que se cree son los primeros implantados en el país.


Cristina Aron, la paciente que inspiró por primera vez a Muñoz hace más de una década, es hoy la “acompañante intercultural” de Hernández y de dos decenas de mujeres a las que trata desde que quedan embarazadas hasta después del parto.

“El parto es un evento espiritual energético para la madre, el bebé y la comunidad”, manifestó Aron.

Ella esperaba dar a luz a su hija en el campo, con una partera tradicional. Pero las leyes chilenas requieren que los partos sean atendidos por profesionales debido a las altas tasas de mortalidad de las madres que hubo en el pasado.

Fue así que Aron acudió al hospital de Osorno y negoció las condiciones del parto con Muñoz, incluida la presencia de una acompañante empapada de las prácticas mapuches, que pudiese llevarse su placenta y enterrarla en tierras ancestrales.

Los mapuches creen que la placenta conserva un espíritu mellizo del bebé. Que su entierro --generalmente acompañado de un árbol que se planta en el mismo sitio, para que crezca a la par del niño-- crea una conexión para toda la vida entre los pequeños y los elementos naturales del territorio de la familia.

“Es algo muy poético y muy revolucionario”, expresó Alen Colipán, madre de un niño cuya placenta fue enterrada junto a un río, cerca de la casa de la abuela paterna. “No va a sentir el desarraigo de su tierra”.


Colipan tenía 17 años cuando dio a luz en la habitación para partos interculturales de Osorno. Tres paredes estaban cubiertas por una foto de esta playa rocosa donde vive taito Huentellao, un espíritu protector venerado por los mapuches huiliches de la región.

Contó que su partera, Irma Rohe, tenía 85 años y nunca había ingresado a un hospital, pero se le permitió recibir al pequeño “sin guantes ni otras cosas impuestas”, y limpiarlo según los rituales indígenas.

“Volvemos a querer parir con personas con conocimientos ancestrales”, dijo Colipan. “Hasta nuestra forma de nacer fue dominada. Tenemos que empezar a liberarnos”.

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Las leyes chilenas exigen ahora que los hospitales entreguen la placenta a la madre si esta así lo pide. Desde hace una década permite un cuidado intercultural en sitios con una importante población indígena. Los mapuches representan un tercio de los habitantes de Osorno y en la provincia adyacente de San Juan de la Costa son el 80%, de acuerdo con Angélica Levicán, quien está a cargo de las relaciones del hospital con los indígenas desde el 2016.

“La salud del pueblo originario siempre existió. Después llegó otro sistema a invalidar el nuestro”, manifestó Levicán. “Nuestra intención es que se complementen”.

La coexistencia de ambas medicinas no es sencilla. Muchos indígenas creen que los hospitales públicos son otra institución estatal que los discrimina por sus creencias.

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La medicina mapuche se basa en la espiritualidad y difiere mucho de lo que se enseña a los médicos, indicó José Quindel Lincoleo, director de un centro de estudios de la atención médica de los mapuches (Centro de Estudios para la Salud Ta Iñ Xemotuam) de Temuco, otra ciudad del sur con una gran población indígena.

Los sanadores mapuches tratan de conectarse con el espíritu de los pacientes para conocer “el origen del problema biológico, social, psicológico y espiritual”, que se manifiesta como una enfermedad, expresó Quidel.

“Puede ser de una vida anterior o un daño que te hicieron. O un autodesconocimiento de sí mismo que nos lleva a transgredir nuestra cosmovisión”, agregó.

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Los médicos y los sanadores tradicionales aseguran que pueden complementarse, admitiendo que cada experto sabe solo una parte de lo que es posible, especialmente en el tratamiento de enfermedades nuevas como el COVID-19.

“Se entiende que la salvación del cuerpo tiene que compatibilizarse con las creencias”, dijo el doctor Cristóbal Oyarzún, reumatólogo y jefe del centro de responsabilidad de medicina del hospital de Osorno. “El paciente con paz interior tiene mejores oportunidades de sanarse”.

Eso es difícil de lograr en el ambiente a aséptico, aislado de un hospital, sobre todo durante la pandemia. Los sanadores mapuches siguieron rezando y “acompañando espiritualmente” a los pacientes desde la distancia, indicó Cristóbal Tremigual Lemuy, un machi (sanador) de San Juan de la Costa que colabora desde hace tiempo con el hospital de Osorno.

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“Para nosotros eso es esencial... para recibir la energía que necesita un paciente”, dijo el sanador.

Los familiares tienen acceso a un espacio circular al aire libre, rodeado de árboles de laurel y canela, en el que pueden rezar y realizar ceremonias para quienes están agonizando, señaló Levicán.

El ambulatorio del hospital admite a pacientes sin cita que se identifican como indígenas --unos 50 diarios--, quienes son recibidos y acompañados por Erica Inalef, un enlace intercultural del hospital, “para que no se sientan tan solitos”, según dijo.

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Cuando, de adolescente, llevó a su anciano padre a un hospital, los médicos casi no le hablaron y “cuerpo y espíritu se separaron”, relató.

Ahora, los médicos observan el entusiasmo de los pacientes cuando llegan los sanadores tradicionales y eso ayuda a generar confianza, dijo Inalef.

Esa confianza puede hacer que un traumatólogo recomiende un lawenko --un agua de hierbas cuya composición exacta los sanadores no revelan-- o que un obstetra permita a una mujer a punto de parir use un munulongko, una pañoleta en la cabeza que se cree la protege.

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La “vestimenta de la cultura” es uno de los aspectos del plan de partos que Muñoz preparó hace cinco años. Muñoz espera que las pacientes estén más informadas acerca de esta opción. Solo una veintena de los 1.500 partos que atiende el hospital cada año son interculturales.

“Las mujeres de los pueblos originarios son el doble de tímidas, discriminadas por ser mujeres, indígenas, pobres y rurales”, dijo Muñoz. “Les decimos: Tu cuerpo es el primer territorio que se va a recuperar”.

La recuperación de las prácticas ancestrales es lo que llevó a Ángela Quitana Aucapan a tener su bebé en la habitación especial del hospital, mientras sus parientes tocaban instrumentos tradicionales.

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“Pude hacerlo como lo hacían mis ancestros”, expresó. “Con una ceremonia para esperar al nuevo integrante de la familia, sintiéndome acompañada para recibir a mi bebé”.

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La cobertura de temas religiosos de la Associated Press recibe apoyo a través de The Conversation US, con financiación del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable del contenido.

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