MADRID, 30 (EUROPA PRESS)
Después de que el Tribunal Supremo anulara por unanimidad sus condenas por corrupción tras hallar que el juez instructor de aquellas, Sergio Moro --luego ministro de Justicia con Jair Bolsonaro-- no actuó con imparcialidad, no ha habido sondeo que haya puesto en duda su vuelta al Palacio del Planalto.
Durante su anterior mandato (2003-2010), Lula gozó de una gran popularidad entre las clases trabajadoras y de rentas más bajas tras lograr sacar a 30 millones de personas de la pobreza extrema, aunque también entre los propios mercados y las entidades bancarias, que vieron una oportunidad en el auge de las materias primas.
Aquel periodo de abundancia y prosperidad se vio enturbiado a partir de 2011, cuando los continuos escándalos de corrupción significaron su muerte política al menos durante 580 días, el tiempo que pasó en la cárcel tras ser acusado de haber participado en una trama por la que se lucraron decenas de políticos y empresarios.
Consciente del poder de movilización de Lula, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, no ha dejado de poner en duda tanto las urnas electrónicas, como el sistema electoral brasileño, intentado sembrar dudas acerca de su fiabilidad, desde que su rival recuperó sus derechos políticos.
Son estos ataques constantes a las instituciones democráticas protagonizados por el presidente Bolsonaro lo que ha servido a Lula para enfocar su campaña como un choque entre democracia y dictadura, una retórica que ha servido a muchos sectores y partidos tradicionalmente recelosos a decantarse por el líder del Partido de los Trabajadores (PT).
Su objetivo durante esta campaña ha sido la de construir un perfil moderado, capaz de atraer al electorado de centro y distanciarse de los fantasmas del comunismo que agita el bolsonarismo y para ello ha sumado a su otrora rival, Geraldo Alckmin, como colega de fórmula y ha gozado del apoyo de otros adversarios históricos como los expresidentes Henrique Cardoso y José Sarney.
Lula parte con una intención de voto por encima del 45 por ciento, aunque las previsiones más optimistas confían incluso en poder finiquitar la cita electoral en primera vuelta. El PT ha hecho campaña apelando al voto útil entre quienes todavía apuestan por alguna de las residuales opciones de la conocida como tercera vía.
El expresidente brasileño cuenta con el favor de amplias capas de la sociedad, como jóvenes, desempleados, familias de rentas más bajas, estudiantes, mujeres, e incluso los católicos votarían por él, mientras que los evangélicos, colectivo con mucho poder en Brasil, se decantaría por la ultraderecha que representa Bolsonaro.
Aunque Lula acabe ganando las elecciones, el Congreso será posiblemente el más conservador de la historia reciente de Brasil, lo que supondrá un importante desafío para el antiguo líder sindical, que entre sus promesas están las de aumentar los programas sociales y mayores controles medioambientales.